Las frases de Günter Grass, el Nobel de Literatura alemán que debes conocer

A veces conocemos más a las personas a través de sus citas. Y por esto queremos trasladaros y dar a conocer las frases de Günter Grass, el Nobel de Literatura alemán que dicen mucho de su persona. De sus obras podemos destacar algunos libros como «El tambor de hojalata» (1959), y «Años de perro» (1963), entre otros.

Veamos, pues, sus importantes pensamientos en estas citas que deberás repasar más de una vez.

Las citas más destacadas de Günter Grass

Mahlke no tomaba las cosas a la ligera, y mientras nosotros dormitábamos en el bote, él trabajaba bajo el agua… Tenía los párpados enrojecidos, ligeramente inflamados y con escasas pestañas, y los ojos de un azul claro que sólo mostraban curiosidad bajo el agua.

Voy a componer un ballet para tus glóbulos, los rojos y los blancos. Cuando caiga el telón te tomaré el pulso y veré si el esfuerzo ha merecido la pena.

Nada es seguro, podríamos estar subiendo y no bajando.

Los ojos se le iban poniendo cada vez más vidriosos, y su boca, amargada, se movía sin cesar y sin la menos puntuación. Así es como suelen boquear, buscando aire, los peces arrojados a la playa. Sirva esta imagen para ilustrar el descomedimiento con el que Mahlke rezaba.

(América es) La tierra donde la gente encuentra lo que había perdido.

Incluso los malos libros son libros, y por lo tanto sagrados. Son las frases de Günter Grass.

Mi obra era pues, de destrucción. Y lo que no lograba destruir con mi tambor, lo deshacía con mi voz. Así vine a iniciar, al lado de mis empresas de día contra la simetría de las tribunas, mi actividad nocturna: durante el invierno del treinta y seis al treinta y siete jugué al tentador.

Europa no conseguirá sobrevivir sin inmigración. No debería tenerse tanto miedo de eso: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje.

Y si, en cuanto embrión sólo me había escuchado imperturbablemente a mí mismo y había contemplado mi imagen reflejada en las aguas maternas, con espíritu tanto más crítico atendía ahora a las primeras manifestaciones espontáneas de mis padres.

Con el paso del tiempo empecé a darme cuenta, aunque todavía dubitativo, de que desconocía o, dicho con mayor precisión, no quería admitir, que yo había estado envuelto en un asunto criminal, cuya carga con los años no se aminoraba ni era posible enterrar en el olvido, y del que todavía sufro.

 


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