Las guerras que se hunden en el olvido


Desde una habitación en Saná, la capital de Yemen, Saleh Alzghari empieza a relatar la tragedia que azota al país hace siete años. “Dos millones de niños fuera de las escuelas por el conflicto, cuatro millones de desplazados internos, más de 16 millones de personas padeciendo hambruna…”, enumera el portavoz de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA, en sus siglas en inglés) entre silencios intermitentes. Su tono mecánico en la videollamada revela que el discurso que lanza es un ejercicio habitual para alguien que lidia con los llamados “conflictos olvidados”, aquellos que no logran hacerse un hueco en la agenda internacional ni en los medios de comunicación. Los motivos se remiten a cuestiones geoestratégicas como el desinterés de potencias como Estados Unidos o la Unión Europea; a intereses económicos o bien simplemente a que otras guerras acaparan la atención o las autoridades imponen una censura efectiva.

El conflicto de Yemen entre los rebeldes Huthi y las fuerzas del Gobierno –en el que Irán y Arabia Saudí compiten además por la hegemonía regional– acumulaba 233.000 muertos hasta diciembre de 2020, según la ONU. En lo que va de año, ya son más de 21.000 los fallecidos, de acuerdo con datos de la ONG Acled, especializada en recoger estadísticas de violencia en los conflictos armados. Pese a ello esta guerra cruenta apenas si suscita el escándalo internacional, más allá de declaraciones formales ocasionales y de las denuncias de las organizaciones humanitarias.

Para Miguel Barreto-Henriques, doctor en estudios de paz y conflicto de la universidad de Coimbra y catedrático en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, guerras como la de Yemen se olvidan ante el desinterés de quienes ejercen mayor control global. “Tiene que ver con las estructuras de poder y las hegemonías a nivel internacional”, resalta. “Los conflictos que reciben mayor atención están en la agenda de EE UU y Europa.

A principios del mes pasado, la ONU decidió disolver el organismo de expertos del conflicto, que operaba desde 2017, ante las presiones de Arabia Saudí, un país al que Estados Unidos considera un aliado fundamental, pese a su prolijo historial de violaciones de derechos humanos, dentro y fuera de sus fronteras, documentado por organizaciones como Amnistía Internacional que, también en este caso, criticó la decisión de Naciones Unidas. Su directora para Oriente Medio y Norte de África, Heba Morayef, señaló que la disolución del grupo de expertos para Yemen implicaba “dar luz verde a todas las partes en conflicto para continuar con sus atroces violaciones de derechos humanos”. Dichas violaciones afectan también a los más pequeños. En Yemen 10.000 niños han muerto o resultado heridos por el conflicto, según UNICEF. Otros pelean para sobrevivir. “He visto niños tratando de improvisar un refugio para dormir”, apunta Alzghari.

Heridas que el tiempo no ha curado

El desastre provocado por el hombre se ceba también con diferentes lugares de África, en los que el goteo de muertes no se detiene. Por ejemplo, Somalia protagoniza una pugna entre distintos clanes que reclaman el poder del Estado desde finales de los ochenta. La situación ha desembocado en un vacío gubernamental difícil de solventar, con el mandato presidencial caducado y sin fecha para las elecciones. En el último año, el país ha sido el escenario de más de 2.500 enfrentamientos violentos, que han dejado cerca de 3.300 muertos, según Acled.

Josep Maria Royo, investigador de la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en conflictos africanos, asegura que el auge del grupo extremista islámico Al Shabab ha agudizado las tensiones en el país. “Se ha convertido en una máquina de control político, económico y de corrupción a todos los niveles”, destaca el experto. La capital es escenario de la violencia recurrente de Al Shabab. El 22 de noviembre, el director de la radio estatal, Abdiaziz Mohamud Guled, conocido por sus críticas contra el grupo yihadista fue víctima de un atentado suicida frente a un restaurante en Mogadiscio. “Si fuera por Al Shabab, el futuro de los somalíes sería igual al de Afganistán con los talibanes”, advierte Royo.

En el corazón del continente africano, la República Democrática del Congo también tiene cicatrices abiertas. Arrastra las huellas de dos guerras que terminaron oficialmente en 2003 con 5,4 millones de muertes, de acuerdo con un estudio de la ONG estadounidense International Rescue Committee. La barbarie se ha perpetuado y el país aún enfrenta un conflicto con múltiples ramificaciones. Para Royo, el control de los recursos naturales, las luchas étnicas, la pugna por la propiedad de la tierra, el centenar largo de milicias presentes y lo que él designa como “un déficit de gobernanza” son los principales elementos que configuran el drama congoleño. Solo el último año, se han registrado 1.188 ataques contra civiles, según ACLED. Este país alberga la mayor crisis de desplazados del continente africano: cerca de cinco millones de personas han abandonado sus hogares en más de dos décadas de conflicto, según la OCHA.

Sudán también paga aún el precio de su historia. El mundo quizá olvidó a Darfur después del genocidio de 2003, pero esta región no se olvidó del genocidio. El exterminio de comunidades de etnias africanas por parte de milicias de origen árabe dejó 400.000 muertos, según datos de la ONU. La continuación de la violencia se sumió en las lógicas de la indiferencia internacional –con un recuento de muertos desconocido como síntoma de olvido del conflicto- y obligó a la población sudanesa a observar a sus muertos solo desde dentro. De esta necesidad, nació en 2008 Dabanga, un medio local dedicado únicamente a informar sobre la crisis humanitaria que sigue atravesando Darfur y que provocó que el mes pasado se cerrara el mercado de Tawila, en el norte de Darfur, después de sucesivos ataques a los pueblos de los alrededores, cuya población estaba compuesta por desplazados que ya habían huido de la violencia en otras áreas, reportó Dabanga.

El Darfur actual que refleja ese medio local no parece muy alejado del que vio el liberiano Vasco Kemokai hace 16 años. Entre 2005 y 2009, trabajó como ingeniero eléctrico en la misión de la ONU. Gestionaba la provisión de electricidad y agua en los campamentos de los trabajadores de Naciones Unidas. Kemokai, que ahora tiene 64 años, aún recuerda las dificultades que tuvo que afrontar. “Teníamos que pagar para liberarnos de los Yanyauid -una milicia árabe considerada uno de las principales ejecutoras del genocidio-. En ocasiones, nos quitaron los vehículos con todas las herramientas de trabajo. Y en las noches, teníamos que proteger nuestras viviendas con alambres de púas para que no pudieran entrar tan fácilmente”, relata.

Tragedias invisibles

Muchos otros territorios libran conflictos que padecen de una atención escasa a nivel global, o cuyo interés fluctúa para los medios y los organismos internacionales. El Sahel, la República Centroafricana, Libia, Nigeria o Burundi enfrentan realidades violentas a diario, que son reflejadas de forma ocasional y que continúan expandiendo la huella de sangre en algunos países del continente.

No todos los conflictos arrastran décadas. Camerún, por ejemplo, encarna una tragedia de cuatro años entre las regiones anglófonas y el Gobierno de Paul Biya. Los enfrentamientos han causado casi 1.400 muertes en el último año, según ACLED, y solo en agosto obligaron a 11.000 personas a desplazarse, de acuerdo con datos de ACNUR, la agencia de los refugiados de la ONU. Algunos de los pocos episodios que han roto relativamente el silencio informativo fueron la explosión registrada en un campus universitario en Buea, que dejó cerca de 200 estudiantes heridos a principios de este mes, y la muerte en octubre de una niña de seis años por el disparo de un policía, que murió linchado por una turba minutos más tarde.

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