Las incógnitas que deja el fin de ‘Veneno’

Dentro de Veneno, la sorprendente serie de Javier Ambrossi y Javier Calvo sobre la mujer trans más famosa de los años noventa, que esta semana termina de emitir Atresplayer Premium, conviven varias series a la vez. Enumerarlas sería probablemente injusto con el resultado final, pero sí se puede hablar de por lo menos dos. Una de ellas es una reivindicación de la causa trans a través del relato, dickensiano casi, de una mujer que nace en la adversidad -o sea, trans en un pueblo andaluz de los años sesenta- y forja su identidad en los márgenes de una sociedad a la que acabará seduciendo en unos años de esplendor, antes de extinguirse en tragedia. Esa es una serie divulgativa y concentra la irrefrenable pulsión didáctica de sus creadores, los cuales detienen el guion cada poco para evangelizar sobre el periplo trans, de forma excesiva para quien no quiera ser aleccionado, aunque tal vez también de manera reveladora para el espectador (hombre, heterosexual) que nunca haya pensado cómo es la vida fuera de la cima del patriarcardo.

La otra es un retrato de la televisión española de los años noventa, milagrosamente convertida, con abrumadora imaginación e ingenio, en mitología pop. Un capítulo muestra a Juan Antonio Canta, Florentino Fernández, Lydia Lozano, Sara Montiel, y sobre todo Pepe Navarro, hechos símbolos de afecto, codicia, compasión o el futuro; elementos de una misma leyenda, la de la vedette Cristina Ortiz, La Veneno, pero también la de la televisión-espectáculo de la época; o sea, la de la España reciente. Es aquí, en este trabajo de orfebrería sobre las brochas gordas, donde Veneno más se eleva, muy por encima de todo lo producido anteriormente por Ambrossi y Calvo, y también de buena parte de la televisión española estrenada este año. No porque sea perfecto, que no lo es, sino por su prodigiosa capacidad de invención y por la ambición con la que se mezclan tonos, guiños a la realidad o referencias visuales -estas escenas pueden mezclar a Fellini con un videoclip de Natalie Imbruglia-. La forma es inusual y la idea que hay en el fondo (mirar al lumpen televisivo con atención y compasión porque ahí también podemos encontrarnos), inédita. En televisión se han hecho grandes obras de género, pero es mucho más difícil hacer algo que no lo tenga.

En el centro de todo esto está Cristina Ortiz, la protagonista, marcada por el veneno que da título a la historia, el cual quizá no sea tanto su lengua viperina como la falta de afecto maternal y mundial, que la contamina desde su nacimiento hasta convertirla en una criatura quebradiza, alguien cuyo principal rasgo es buscarse en la mirada de quien tenga al lado. “¿Estoy guapa?”, pregunta una y otra vez. La serie se enzarza con Cristina en ese juego de miradas e incluso cambia de género con cada observador, ya sea la televisión, la cual adora Cristina, o su madre y su novio, quienes le pegan. Nadie la estudia con la entrega de su protegida y posterior biógrafa, Valeria Vegas, pero no será por falta de candidatos. A Cristina le dan vida cinco intérpretes (Guille Márquez, Marcos Sotkovszki, Jedet, Daniela Santiago e Isabel Torres): todos tienen alguien al lado observándoles. Hasta después de su muerte. En el capítulo final, la sobrina de Cristina intenta frenéticamente reescribir la vida y muerte de su tía y Vegas, sintiéndose huérfana, se vale de la televisión para hacerse con la última palabra. Así empieza el legado de La Veneno.

La última mirada de este juego, la más valiosa, es la de la serie hacia sus propios espectadores. Exige un público que se conozca la televisión generalista española tanto como el cine de autor y la cultura pop de los últimos 30 años. A juzgar por la popularidad del proyecto en redes sociales, lo ha encontrado. Será difícil no recordar esa lección. Al final se subraya que muchas personas trans pudieron entenderse porque se vieron en La Veneno, porque ella se expuso como nadie hasta entonces. Y es probable que la serie que cuenta su vida tenga una influencia igual de larga. Pero no solo en las personas trans, que no sería poco, sino también en muchas de las producciones españolas que vengan después.


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