Llevaba 15 penaltis marcados de 15 tirados, un hermoso 100% que dio muchas satisfacciones y abrió muchas puertas a la Real, entre ellas, jugar este torneo -marcó en la vuelta de las semifinales coperas en Miranda- y llegar ayer a la prórroga, porque de nuevo estuvo certero desde los 11 metros durante el partido para firmar el 1-1. Pero en la tanda definitiva desde el punto fatídico, Oyarzabal, segundo en lanzar entre los txuri urdin, marró por primera vez. Ter
Stegen adivinó su intención y en esta ocasión, el capitán, un punto más ansioso, no previó por dónde se tiraría el arquero germano. El fallo y la eliminación llenaron de tristeza el alma del capitán.
Los realistas asumieron con entereza y orgullo la derrota; pero tras la piña y el grito de guerra que hicieron en el centro del campo una vez finalizada la tanda de penaltis, Oyarzabal se vino abajo y comenzó a llorar. Allí acudieron raudos varios compañeros a consolarle: Moyá, Portu…Merquelanz se quedó un rato con él, agarrándole la cara, abrazándole y quizá haciéndole ver que si allí estaban era en parte por él. Remiro y Guevara se unieron luego al abrazo colectivo. El ‘10’ se tuvo que sacudir la emoción para atender a la televisión con derechos y ahí manifestó su orgullo por ser de la Real y por haber protagonizado un encuentro como el de ayer, sin premio al final. Sus lágrimas fueron las de todos los seguidores realistas que llegaron a la medianoche del miércoles al borde de un ataque de nervios y con la ilusión por una final y un título por bandera.
Apoyo oriotarra
En el vídeo que normalmente edita la Real tras los encuentros también se pudo ver a un aficionado realista ataviado con la camiseta de Orio corriendo junto al autobús mientras éste se aproximaba al estadio. Lógicamente, se llevó el gesto de complicidad de un oriotarra como Imanol. La tensión se mascó detrás de los televisores y también en el estadio, sobre todo en las butacas reservadas a los suplentes y a los expedicionarios que no entraron en la convocatoria. Con cada ocasión que desbarató Ter
Stegen se echaron, literalmente, la manta a cabeza, la misma que habían utilizado para protegerse del gélido ambiente cordobés. Entre ellos, un Zurutuza que no cesó de jalear a sus excompañeros.
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