Aunque sea tres meses después de la fecha habitual, haya menos casetas, el espacio esté reducido a casi un tercio de su extensión acostumbrada y el aforo reducido, bajo el lema #laferiadelreencuentro, los organizadores de la Feria del Libro de Madrid han apostado por sobreponerse a las limitaciones marcadas por las medidas sanitarias y regresar al formato presencial. Así que el pasado viernes, 26 meses después de que se desmontaran las casetas por última vez, volvió a arrancar la gran cita del libro en el parque del Retiro y el reencuentro ha resultado ser, en este primer fin de semana, multitudinario y caluroso como antaño, pero con la desesperante novedad que suponen las interminables colas de acceso al recinto, y todos siempre con la mascarilla puesta. Nada de entrar y salir por los laterales o de tomarse un respiro en el césped que flanquea el paseo de coches donde se montan las casetas. Este año los visitantes solo pueden acceder por dos puntos en los extremos norte y sur, y deben guardar turno para que no se supere el aforo de 3.900 personas.
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Si en 2019 se calcula que un sábado desfilaron por la zona de la Feria en el Retiro unas 250.000 personas, esta vez hubo 34.000, pero con un máximo de 3.900 en el recinto de las casetas al mismo tiempo, de ahí las larguísimas colas y esperas. “La respuesta ha sido enorme, el público ansiaba este reencuentro”, apuntaba el director de la feria, Manuel Gil, el domingo cuando quedaban varias horas para echar el cierre. Aún estaba a la espera de estudiar con detalle los datos y el tráfico de público por horas y por isletas para reevaluar la situación y ver si, de común acuerdo con el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y la dirección general de salud, la organización logra adoptar algunas medidas para agilizar el acceso.
Aunque el aforo lo marcaron las autoridades, los organizadores de la feria optaron por recortar el área de las casetas a poco más de un tercio de lo que ocupaba en la última edición (de 1.400 metros cuadrados a 500). Ahora hay dos pasillos con puestos a ambos lados y 41 casetas (35 de ellas, de librerías) menos respecto a 2019. Esto se decidió para que no se dispararan los costes, ya que el diseño precovid creaba muchos puntos de acceso que ahora habría que controlar. “La pandemia está aún aquí y la seguridad y responsabilidad son la prioridad, pero vamos a estudiar los datos”, insistía Gil, que destacó la organización de visitas escolares entre semana.
Cinco y tres años tenían respectivamente Manuel y Josefa López cuando se organizó hace 80 años la primera Feria del Libro de Madrid, originalmente ubicada en el Paseo de Recoletos y trasladada en 1967 al parque del Retiro. El pasado sábado por la tarde esta pareja de madrileños vecinos del parque de Roma concluía su paseo por las casetas sonriente y con planes de volver. No habían tenido problema para entrar a primera hora de la tarde, pero al salir frente a ellos serpenteaba una fila de más de mil personas que con más o menos ánimo aguardaban su turno ordenadamente. Alberto y Belén, de 35 años, llevaban una hora y media y apenas empezaban a divisar la puerta. “Estamos de palique y vamos avanzando, pero pensábamos volver y después de esto no se me ocurre”, decía Alberto, que se definía como anticolas y estaba sorprendido consigo mismo por haber resistido. Unos metros más adelante Martina, de 12 años, confesaba que esta era su primera vez en la feria y que, acompañada por su madre, trataba de llegar a la caseta donde firmaba su profesor de gimnasia aunque dudaba alcanzar a verle.
Angélica, de 16 años, había esperado en la cola de acceso más de una hora y una vez dentro se había colocado en la larga fila de la Casa del Libro para obtener una firma de la autora Sara Barnedo, y aunque también quería la de Javier Castillo, lo daba por imposible. Patricia, ingeniera agrónoma madrileña, acompañada por su hermano y la novia de este, esperaba en una de las filas más largas de la tarde del sábado a que le firmara la poeta Elvira Sastre, cuya obra descubrió en la pandemia a través de Instagram.
Otra de las grandes colas de la tarde del sábado era la del periodista navarro especializado en ufología J. J. Benítez, autor de 25 libros entre los que se encuentra la saga Caballo de Troya, que había anunciado que por primera y última vez firmaría en la feria de Madrid. Álvaro, economista limeño afincado en Madrid, y Robert, doctorando en hispánicas en la Universidad de Princeton, guardaban turno para que les firmara Fernando Aramburu y mostraban los cinco títulos que se habían comprado cada uno, y que incluían desde Tengo miedo torero, la novela del chileno Pedro Lemebel, hasta La vivienda social en Madrid 1939-1959, editado por el Ministerio de Vivienda. “Hay una variedad maravillosa en esta feria”, apuntaba Álvaro, y su amigo estadounidense hablaba de las dificultades que tiene para encontrar muchos de los libros que están aquí y que le permiten “apoyar a editores y librerías independientes”.
Valeria Bergalli, de la editorial Minúscula, hablaba de lo “volcado” que sentía que estaba el público. “Los que vienen tienen más voluntad de comprar que otros años porque las colas puede que disuadan a los que solo se acercaban a pasear”, explicaba y subrayaba la calidez que había sentido este primer fin de semana. Como ocurre siempre en la feria, los compradores apuestan más por el catálogo de la editorial y títulos como Todos los caminos están abiertos, sobre un viaje a Afganistán de Annemarie Schwarzenbach, que por las novedades de su lista. José, de la Librería Enclave, aseguraba que esperaba este éxito: “Aún hay buena temperatura, este es un lugar precioso, hay algo de optimismo después de un año y medio de pandemia y algún euro en el bolsillo”.
Pero los problemas que plantea el aforo limitado tienen muchas derivadas y no faltaban las voces que planteaban la necesidad de cambiar algunas cosas para los próximos fines de semana. En la cola de acceso el domingo Laura y Adriana, dos argentinas residentes en Madrid, llevaban más de una hora y calculaban que nunca llegarían a la charla de Rosa Montero a la que querían asistir: “Los organizadores podrían pensar en marcar bloques por horas y que los visitantes sacaran entradas”, sugerían. En el puesto de la librería Ocho y Medio María Sylverio señalaba que quienes una vez dentro del recinto aguardan turno para una firma crean un tapón, limitan el tráfico de visitantes e impiden el acceso de amigos y familiares de autores con seguimiento más modesto. Los libreros de Tipos Infames, Gonzalo Queipo y Alfonso Tordesillas han optado por no traer autores a su caseta. Aunque agradecían que la feria sea más compacta, lamentaban que el volumen del pabellón abierto de Colombia, país invitado en la feria, les impidiera hablar con los posibles compradores.
La editora de Alfaguara Pilar Álvarez hablaba de la concentración que se ha producido y se preguntaba si se podría arreglar para que el público pueda tener más salidas del recinto. Por su parte, Darío Ochoa de comunicación de la FNAC y editor de Automática, se mostraba satisfecho con la afluencia y las ventas, y aseguraba que han creado un sistema de tiquetes para evitar aglomeraciones en la firma de autores muy populares, pero animaba a los organizadores a pensar en mantener un horario completo, algo que de momento solo está previsto el último fin de semana. Aún quedan muchos días por delante y Verónica García, de Machado Distribución, miembro del comité organizador de la feria, insiste en agradecer la respuesta del público y se despide con un recordatorio para evitar colas: “Les esperamos entre semana”.
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