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Para Meena, de 15 años, el año pasado no estuvo apenas marcado por la pandemia. En 2020 se casaría con un chico del barrio que casi no conocía. Esta niña india, residente en la zona de Orissa, recibió una carta con la pedida de mano, leída primero por sus padres, que aceptó dando por hecho que no había opción de decir “no”. “Pensaba que era lo mejor”, cuenta por teléfono esta joven que prefiere usar un nombre falso. Su familia también lo pensó. “No teníamos dinero para que yo pudiera seguir estudiando”, narra, “¿qué iba a hacer?”. Sin embargo, recularon. “Se dieron cuenta de que era muy pequeña aún”, cuenta aliviada. Pero cerca de 650 millones de jóvenes no tuvieron esa suerte. Según un reciente informe de World Vision, esa es la cifra actual de niñas-esposas en todo el planeta. La pandemia, de acuerdo con el último recuento de Unicef, amenaza a otros 10 millones más de adolescentes a una boda forzada antes de que acabe la década. Estas se suman a los 100 millones que se esperaban antes de la covid-19.
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Mona Aika, especialista en protección infantil, de la oficina regional de África Oriental y Meridional de Unicef apunta que la causa detrás de estas elevadísimas cifras ha sido principalmente el confinamiento: “Las estrictas medidas de contención al inicio de la pandemia llevaron a un aumento de las amenazas para la seguridad y el bienestar de las niñas y las mujeres. Esto incluye el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina, la violencia de género, la explotación, el abuso, la negligencia y la exclusión social”.
Se lograron evitar 25 millones de casamientos, pero estos progresos se encuentran ahora en peligro
Este es el mayor repunte de los últimos 25 años de progreso. Sin embargo, en la última década, la proporción de mujeres jóvenes de todo el mundo que se casaron cuando eran niñas se redujo en un 15%, pasando de casi una de cada cuatro a una de cada cinco. Se lograron evitar 25 millones de casamientos, pero estos progresos se encuentran ahora en peligro. El estudio de World Vision, Rompiendo la cadena, analizó la situación de cuatro países –Afganistán, Bangladés, Senegal y Uganda– y puso el foco en la pobreza, fragilidad, sistemas legales injustos y normas sociales y tradiciones dañinas. Esto es lo que está detrás de la práctica que aleja a millones de niñas de su derecho a serlo.
“Cada una de esos casos es una tragedia con efectos de largo alcance: pupitres vacíos en las aulas, niñas tratadas como una mercancía y la pérdida del potencial económico y social de cada una”, señalaba Dana Buzducea, líder global de incidencia de World Vision en un comunicado. Aika, de Unicef, añade: “Se necesitan sextuplicar los esfuerzos de los últimos diez años para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5.3 sobre la erradicación del matrimonio infantil”.
Las consecuencias y el maltrato
El matrimonio antes de tiempo es la primera pieza de una larga fila de dominó. Esta injusta práctica tiene consecuencias inmediatas y permanentes y las expone a un mayor riesgo de ser víctimas de la violencia doméstica, los embarazos precoces y no planificados –lo que provoca complicaciones derivadas del embarazo y mortalidad materna– y crea un abismo entre estas chicas y la educación. La condición de convertirse en madres y amas de casa a la fuerza también las aísla de participar en sus comunidades, una situación que tiene graves consecuencias para su salud mental y su bienestar.
Las que se casan antes de los 15 años tienen casi un 50% más de probabilidades de haber experimentado violencia física o sexual por parte de su pareja que las mujeres que lo hicieron después de los 18. De hecho, un estudio de la ONG Girls Not Brides, incluso mostró que las jóvenes que contrajeron matrimonio antes de la mayoría de edad eran más propensas a creer que era “aceptable” que un hombre golpeara a su esposa.
Un estudio mostró que las jóvenes que se casaron antes de la mayoría de edad eran más propensas a creer que era “aceptable” que un hombre golpeara a su esposa
Los casos son tantos que se normalizan. En comunidades como la de Meena, el trabajo de organizaciones como Educo ha sido clave para cambiar la percepción de la infancia. En Orissa, han atendido más de 5.000 jóvenes entre 12 y 18 años y a sus respectivas familias en 77 aldeas. “El objetivo es localizar a la población adolescente vulnerable y hacer un trabajo de sensibilización para desmotivar todo lo que está detrás de esta realidad”, explicó en una videollamada Sanjaya Kumar, coordinadora del proyecto para la erradicación del matrimonio infantil de Educo en la región.
En enero de 2021, Educo inició un programa junto a PREM (People’s Rural Education Movement), un organismo local, de concienciación y empoderamiento femenino para recordar los terribles daños colaterales de las bodas prematuras. “Trabajar con las familias es tan importante como difícil. Toca ir varias veces a las casas y hacer encuentros en grupo y explicarlo una y otra vez hasta que cambian esa forma de pensar”, añadía la experta.
El trabajo de sensibilización es crucial para modificar lo que, más que una práctica, es un estilo de vida normal. Lo que les toca por ser mujeres. Los expertos señalan cuatro puntos fundamentales para erradicar esta práctica: empoderamiento de niñas y mujeres, involucrar a los niños y a los chicos, la participación activa de los líderes comunitarios y religiosos y garantizar una educación de calidad para que la infancia sea un derecho real. “Si reabrimos las escuelas, ponemos en marcha leyes y políticas eficaces, garantizamos el acceso a los servicios sanitarios y sociales –incluidos los servicios de salud sexual y reproductiva– y adoptamos medidas integrales de protección social para las familias, podremos reducir significativamente el riesgo de que se prive a las niñas de su infancia debido al matrimonio infantil”, añadió Henrietta Fore, la directora ejecutiva de Unicef, el Día de la Mujer, durante la presentación del informe de la organización.
Meena no consigue imaginarse cómo hubiera sido su vida si se hubiese casado hace un año. Prefiere no pensarlo mucho. “Dile que quieres ser enfermera”, susurra su hermano al otro lado del teléfono. Para él también fue un alivio que no lo hiciera. “Es mi hermana pequeña”, se justifica. Lo que tiene claro esta quinceañera es que ya no le preocupará la noche de bodas, ni vivir con los suegros, ni separarse de su familia. Lo que no se le quita de la cabeza es volver a la escuela. “Llevo casi dos años sin ir”, zanja. “No sé cuándo volveré. Ni si volveré”.
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