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Las principales potencias recrudecen su pugna por incrementar su influencia en África

EL PAÍS

La carrera por ganar terreno en África existe. Cada contendiente, ya sea Estados Unidos, China, Rusia o Europa ―a los que se sumarían actores regionales, Turquía y el Golfo― corre con lo que tiene. No obstante, puestos a situar a alguien en cabeza en las últimas vueltas, este sería EE UU. Una veintena de miembros de su Administración han viajado al continente ―entre ellos, la primera dama, Jill Biden― en los primeros cuatro meses del año. Ningún otro país ha mantenido una agenda tan frenética. Rusia prosigue con su pugna por arrebatar espacios de influencia en el Sahel y el África subsahariana, con una gran penetración del grupo mercenario Wagner. Mientras, China sigue al frente de la clasificación de socios comerciales, aunque con inversiones más humildes. En esta renovada carrera hacia tierras africanas, Europa se sitúa a la zaga. “Noto un mayor esfuerzo de las grandes potencias para poner de su lado a los países africanos, para ganar credibilidad y construir lazos”, afirma Ronak Gopaldas, consultor para el Institute for Security Studies, con sede en Pretoria (Sudáfrica). Entre los motivos, señala Gopaldas, está la nueva “fragmentación” en el orden internacional surgida con la guerra en Ucrania.

Solo entre Jill Biden, la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris; la secretaria del Tesoro, Janet Yellen; la embajadora norteamericana en la ONU, Linda Thomas-Greenfield, y el secretario de Estado, Anthony Blinken, Washington ha visitado una docena de países de enero a abril. Se espera que Joe Biden realice este año su primera visita al continente desde que asumió el cargo, aunque todavía no hay fechas. El presidente dio ya el pasado diciembre, entre los días 13 y 15, el pistoletazo de salida a esta ofensiva diplomática con la celebración del segundo encuentro EE UU-África celebrado en la Casa Blanca, en el que reunió a 49 líderes africanos.

Han transcurrido más de ocho años tras la primera cita de este tipo, con Barack Obama de anfitrión. Entre estas dos reuniones, la relación entre las dos partes sufrió el deterioro causado por la absoluta indiferencia mostrada por Donald Trump hacia el continente. Y por puro efecto estadístico, si partes de un interés cero, a poco que sumes, la diferencia va a ser muy elevada. Así ha sido al pasar la presidencia del país de Trump a Biden. “Hay un esfuerzo por reparar el daño en las relaciones entre EE UU y África causado en el periodo anterior”, prosigue Gopaldas, “además de un cambio en la forma de relacionarse, con mayor equilibrio, y visitas y cumbres de mas alto nivel”.

También dinero. Sirva de ejemplo, la vicepresidenta Harris viajó entre marzo y abril con un cheque de 100 millones de dólares para combatir la violencia extremista en Benín, Costa de Marfil, Guinea y Ghana. En este último país, que trata de zafarse de la deuda contraída con China, EE UU comprometió otros 139 millones para programas económicos y culturales. Otro ejemplo: el secretario de Estado Blinken anunció en marzo en Etiopía ―el país más visitado por líderes extranjeros― ayuda humanitaria por valor de 331 millones de dólares (297 millones de euros) para paliar los efectos de la guerra entre el Gobierno y milicias Tigray.

La inversión china

“La preocupación por China”, señala en un intercambio de mensajes el analista Alex Vines, de Chatam House, “es el impulsor clave de la política de EE UU en la actualidad hacia África”. Según el director del Programa África de este centro de análisis, a Washington le preocupan los cimientos puestos ya por Pekín en el continente, pero también cómo maniobra en torno a los “minerales críticos y estratégicos para las cadenas de suministro chinas”.

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El interés del régimen comunista en África no es reciente. El nuevo ministro de Exteriores chino, Qin Gang, visitó en enero Etiopía, Gabón, Angola, Benín y Egipto. Fue su primer viaje en el cargo, toda una declaración de intenciones de Pekín, pero nada novedosa. Durante los últimos 33 años, de forma continuada, el representante diplomático chino al cargo ha elegido África como primer destino. China, volcada en su mercado africano en los últimos años ―Xi Jinping visitó en una decena de ocasiones el continente de 2014 a 2020―, es el rival a batir con una fuerte inmersión en el continente, última parada de su nueva ruta de la seda, a base de comercio, inversión en infraestructuras y préstamos. Sin embargo, el modelo empieza a mostrar algunos signos de agotamiento.

Según el último Informe de inversión de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, elaborado por una escuela de negocios de la Universidad Fudan, en Shanghái, los fondos para el África subsahariana sufrieron una caída récord de más del 50% ―44% en construcción y 65% en inversiones― en favor, sobre todo, de Oriente Próximo y el sudeste asiático. “Desde la covid”, explica Gopaldas, director de la consultora de riesgos especializada en África Signal Risk, “China ha cambiado su acercamiento al continente para ser más selectiva”. En el trasfondo de esta tendencia está la incapacidad de muchos países africanos de asumir mayor nivel de deuda con el gigante asiático y la vulnerabilidad del continente ante los efectos de la invasión rusa de Ucrania en el comercio de grano, vital para muchos mercados de la región.

Un grupo de niñas sujeta distintas banderas durante el ensayo de la ceremonia de apertura del Fórum de Cooperación China-África en Pekín (China), el 8 de noviembre de 2022. Foto: Reuters | Vídeo: EPVLa guerra en Ucrania

La guerra orquestada desde el Kremlin es un buen escenario para valorar el renacimiento del interés de Rusia en África iniciado en torno a 2015. Como muestra sirva la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas celebrada el pasado 23 de febrero en Nueva York. Se pedía el fin inmediato del conflicto. Salió adelante con 141 votos a favor, siete en contra y 32 abstenciones. De estas últimas, 15 procedían de países africanos, muchos de ellos con fuertes lazos, sobre todo en materia de seguridad, establecidos recientemente con Moscú. A estos se unieron Malí y Eritrea, entre los siete que rechazaron la resolución de la ONU.

Malí, con presencia activa de Wagner, presidido por el magnate Yevgeny Prigozhin, aliado del Kremlin, fue precisamente una de las paradas hechas por el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, el pasado enero. El veterano diplomático viajó también a Mauritania y Sudán, hoy sumergida en una fuerte confrontación entre facciones armadas. Un mes antes había aterrizado en Sudáfrica —con la que Rusia mantiene excelentes relaciones— Angola y Suazilandia. A estos seis países habría que sumar su periplo en julio del pasado año por Egipto, Congo-Brazzaville, Uganda y Etiopía, donde se reunió con los dirigentes de la Unión Africana. Un esfuerzo claro por revivir los fuertes lazos de la Guerra Fría que podrá tener su guinda el próximo mes de julio, en el que se celebre en San Petersburgo (Rusia) la segunda cumbre Rusia-África. La primera, en 2019, dio cita a 43 líderes africanos.

A la cola de este impulso por no perder el tren africano estaría Europa. El interés es mutuo. “Los países africanos”, apunta Vines, de Chatam House, “no desean ser encasillados y, por lo tanto, también buscan mantener asociaciones internacionales diversificadas, que incluyen a los Estados miembros de la UE”. No obstante, las relaciones entre africanos y europeos están aún lastradas por el terrible periodo colonial. De ese sentimiento sabe Francia y su presidente, Emmanuel Macron, que visitó en marzo Congo, Gabón, Angola y Congo Brazzaville para resarcirse del repudio sufrido en el Sahel, especialmente en Malí y Burkina Faso, de donde ha tenido que sacar a sus militares.

También en marzo, la ministra del Interior británica, Suella Braverman, viajó a Ruanda para concretar su polémico plan de deportación de migrantes al pequeño país de los Grandes Lagos. La llegada de inmigrantes, junto a la energía, fue también el asunto sobre el que la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, fue a hablar a Argelia y Libia en el mes de enero, y más recientemente, en abril, a Etiopía. “Las relaciones de Europa con África no son tan fuertes como podrían ser”, apostilla Gopaldas, “están aún marcadas por su pasado. Los países africanos quieren ser tratados como iguales”.

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