Las revistas


Cuando vivía en Londres, leía muchas revistas, que en Inglaterra solían ser excelentes. Hasta que me di cuenta que leer The Economist, por ejemplo, en todas sus secciones, me tomaba casi una semana y me impedía leer los libros —las novelas, los poemas, los ensayos— donde están las verdaderas ideas. Ahora sólo leo dos revistas semanales y mensuales, The Times Literary Suplement, para saber qué se escribe en el vasto mundo, y, en español, Letras Libres, que sale en México y en España (con un 30 o 40% de variantes en ambas publicaciones). Estas dos últimas, creo, son las mejores revistas en nuestro idioma y aconsejo a los buenos lectores que no prescindan de ellas.

Recuerdo al historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, que había trabajado en México con Octavio Paz en la revista Vuelta, cuando se forjó la aventura de Letras Libres. Recalaba en Madrid con su gran maletón y sus proyectos, visitaba a muchos empresarios tratando de venderles sus ideas y recibía muchas decepciones. Pero no se dejaba amilanar por estas caídas, y, sobre todo, porque, decía, era imprescindible que España y América Latina tuvieran una misma revista que expresara sus problemas, sus realizaciones literarias y sus críticas políticas. Lo ha conseguido, finalmente, y Letras Libres es, creo, la única revista en la que colaboran tanto escritores españoles como latinoamericanos y donde los lectores descubrimos que los problemas que asedian a nuestros países no son tan distintos, pese a los océanos que nos separan, porque tenemos un idioma común, una maravilla de la que debíamos dar gracias al cielo (o a la casualidad y a la historia) todos los días.

Escribo estas líneas porque acabo de recibir mi edición de Letras Libres, con una gran portada a cuatro colores (blanco, negro, amarillo y gris) en la que se lee: “Ucrania heroica”. La he leído con verdadera devoción. No es un simple título. La revista, que en la práctica dirigen Daniel Gascón en España y Christopher Domínguez Michael en México, ha conseguido colaboraciones y traducciones que presentan un compendio de la literatura ucrania de nuestros días, y asomos a su pasado, de una manera que es magnífica y que permite a los lectores conocer de cerca algo de la literatura de ese país mártir, sometido en estos días a la agresión rusa de Vladímir Putin, que la revista ha condenado, por supuesto. Aunque tiene una cierta orientación liberal, sus páginas están siempre abiertas a la derecha y a la izquierda, en función de la originalidad y riqueza de los contenidos de sus colaboradores, sean éstos cuales sean desde el punto de vista ideológico. Como debe de ser una publicación libre, abierta a todos los vientos del espíritu, siempre que esta sea original y esté bien escrita.

No exagero si digo que leer este número de Letras Libres me ha informado más sobre la literatura de Ucrania que los tres o cuatro días que pasé en Kiev hace algunos años, visitando a políticos y enterándome, en el Maidán mismo, gracias al amable embajador español, de cómo los ucranios derrocaron al rusófilo Viktor Yanukóvich y conociendo la casa-museo de ese gran escritor de lengua rusa que fue Mijaíl Bulgákov —aquí en este país de mil idiomas nacieron dos escritores, Joseph Conrad, que escribía en inglés, y Joseph Roth, que lo hacía en alemán—, autor de esa novela casi póstuma que fue El maestro y Margarita, al que yo creía ruso y sólo allí me enteré que había sido víctima de los rigores del estalinismo y, además, que era ucranio. Ese museo, dicho sea de paso, me abrió el apetito y desde entonces he leído varios libros (traducidos) de Bulgákov.

La literatura y la política tienen relaciones difíciles pero ambas no pueden estar demasiado separadas, porque en la realidad están muy cerca una de otra, aunque es importante que ambas guarden cierta independencia, porque no operan en el mismo campo, pese a las continuas y estrechas relaciones que suele haber entre ellas y que nadie ha sido capaz de definir todavía. Sartre se acercó mucho a describir esta difícil relación —es una de sus hazañas intelectuales— pero, al final, la política en su obra y en su vida derrotó a la literatura y así le fue, haciendo propaganda a los obreros a favor de un diario maoísta, La Cause du Peuple, en las puertas de las usinas Renault.

La literatura es la fantasía y la política es la verdad que encontramos a nuestro paso todos los días. La fantasía es Dostoievski y Putin la política: un gigantesco abismo los separa y, sin embargo, no están tan alejados el uno del otro. Los horrores que imaginó en sus novelas Dostoievski los realiza en el mundo objetivo de hoy Vladímir Putin y es execrado por ello por la inmensa mayoría de las naciones. Dostoievski, en cambio, goza de la admiración universal. El uno señaló al otro cuando todavía no existía. Y así mismo ocurrió con Bulgákov, cuando concibió al diablo paseándose de nuevo por las calles de Moscú: olía a azufre y olía también a Putin. Para entender a éste en toda su retorcida humanidad es preciso leer a Bulgákov.

Pero me aparto del tema y regreso a lo que quería decir. Que, ante un acontecimiento como el que tiene lugar en estos días en Ucrania no hay nada mejor que conocer algo de su literatura, en la que todo ello está ya insinuado y condenado, y a veces hasta alabado, y Letras Libres ha hecho lo que debía haciendo esa excelente selección de su literatura. Dicho sea de paso, allí nos enteramos, entre otras cosas, que los poetas ucranios leen al peruano César Vallejo y que hay un mexicano universal, Aurelio Asiain, capaz de traducir del ucranio y del japonés al español y que es poeta, ensayista y, por supuesto, traductor.

La relación de Letras Libres con la política es la que una revista literaria debería tener siempre: aceptar todas las colaboraciones de una mínima calidad literaria y defender sus propias convicciones con energía y sin vergüenza. “Sus propias convicciones” es mucho decir. En sus páginas coexisten todos los representantes intelectuales de la izquierda y también de la derecha, pero, al menos, el lector sabe siempre a qué atenerse sobre aquello que defiende la revista: la libertad, primero que todo, y luego la democracia, es decir, el rechazo a la violencia y a la prepotencia que forman parte, cada vez más, de la actividad política de nuestros días.

Eso es lo que encontraba yo en Lima, en mi adolescencia, en las revistas francesas. Con los escasos soles que ganaba mientras estaba en la universidad, escribiendo artículos en Turismo y a veces en La Crónica, me aboné a dos revistas francesas, Les Temps Modernes, dirigida por Sartre, y Les Lettres Nouvelles, dirigida por Maurice Nadeau, que era más exclusivamente literaria. Yo las leía de principio a fin, enamorado de ese país que me parecía el colmo del refinamiento y la cultura, aunque luego, cuando viví allí, descubriría que semejantes cosas no eran tan evidentes. Y que yo, por ejemplo, no sería nunca un buen escritor francés, y que sólo sería —qué formidable fue descubrirlo— un escritor más latinoamericano que peruano.

Nadie pudo, entre las revistas a que tengo alcance, resumir como lo hace Letras Libres presentando este pequeño panorama literario de Ucrania. Es necesario leerlo para saber cómo, tras los horrores de que nos informan los diarios, hay seres vivos, como lo estamos provisionalmente nosotros, que de la noche a la mañana son asesinados, violados, expulsados de su propio país, por la locura imperialista de un gobernante, como los tenemos —hasta para regalarlos a quien quiera disfrutar de ellos— en América Latina.

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