Los laboratorios de la farmacéutica china Sinovac al sur de Pekín son tan nuevos que aún huelen a pintura. En las salas para los controles de calidad, parejas de científicos en EPI dejan caer gotas de líquido transparente en pipetas para comprobar los niveles de pureza del líquido, la concentración de proteína, la de aluminio. Varios pisos más abajo, técnicos en batas azules y protegidos con mascarillas, guantes y rejilla para el cabello, vigilan cómo, a lo largo de dos cadenas de ensamblaje, los viales de cristal transparente se etiquetan y se agrupan cuidadosamente en cajas. En los embalajes, letras negras sobre un fondo naranja y blanco proclaman el contenido: “SARS-CoV-2 Vacuna, Inactivada”.
En la carrera contrarreloj mundial por lograr una vacuna fiable contra la covid-19, en la que está en juego prestigio científico, beneficio económico e influencia geopolítica, China participa con una decena de fórmulas. Cuatro se encuentran en la fase tres: la desarrollada por la firma Cansino en colaboración con el ejército, dos de la farmacéutica Sinopharma y la de Sinovac. Estas tres últimas han recibido autorización para su uso de urgencia en su país y se han utilizado para inmunizar a decenas de miles de trabajadores considerados esenciales: más de diez mil personas han sido inoculadas con la suya, apunta el consejero delegado de Sinovac, Yin Weidong.
La de Sinovac podría empezar a comercializarse en masa ya a comienzos del año próximo y distribuirse en el resto del mundo, sostiene Yin, durante una visita de prensa a los laboratorios. “Nuestra meta es proporcionarle la vacuna al mundo, incluidos Estados Unidos y Europa”, asegura el ejecutivo, quien ha recibido él mismo dosis del medicamento. Inicialmente se daría prioridad a los países que participan en los ensayos clínicos.
La fórmula se está probando en 24.000 voluntarios en Brasil, Indonesia y Turquía, países seleccionados por su gran población y sus niveles de incidencia de la enfermedad. A ellos se les sumará Bangladés y, quizá, Chile. Aunque su compañía comenzó a investigar sobre una vacuna para la covid en enero, y se centró inicialmente en China y sobre todo Wuhan, el foco original de la pandemia, la escasa incidencia que ya tiene la enfermedad en este país no permite desarrollar pruebas fiables: oficialmente, China no detecta nuevos contagios locales desde hace más de un mes.
El lunes, la compañía comenzará los ensayos entre menores de tres a 18 años en los países donde efectúa las pruebas. Este mes ya anunció que los resultados de las fases 1 y 2 de los ensayos clínicos habían mostrado “buenos niveles de seguridad y generación de inmunidad” en mayores de 60 años sanos, tras haber dado resultados positivos también en adultos entre los 18 y los 59. Este mismo año comenzará los análisis de los resultados de las pruebas clínicas en la tercera fase para decidir si la fórmula es lo suficientemente efectiva como para solicitar la aprobación para su uso general. Fuera de China, la estadounidense Pfizer espera determinar en octubre si su vacuna da resultado; Moderna cuenta con tener conclusiones provisionales en noviembre.
La de Sinovac, que se comercializará con el nombre de Coronavac, utiliza una de las técnicas más tradicionales en la producción de vacunas, virus inactivos. El mismo método que ha empleado en el desarrollo de medicamentos contra otras enfermedades, como la gripe aviar, o que aún utiliza mundialmente contra la polio o la gripe. El virus inactivo se inocula en el paciente para que su cuerpo comience a generar anticuerpos. Según Yin, hasta ahora los resultados han sido muy esperanzadores: en los ensayos en macacos, la fórmula ha resultado efectiva para las diferentes cepas que se conocen del coronavirus causante de la covid-19.
Un dato que confirma Brasil: el gobernador de São Paulo, João Doria, ha asegurado que entre los voluntarios de su país no se han detectado efectos secundarios graves, informa Efe. Este país ha aumentado a 13.060 el número de participantes en el estudio, frente a los 9.000 previstos inicialmente.
Si todo va bien, la firma china podría fabricar cerca de 300 millones de unidades anuales a partir del año próximo en estos laboratorios que comenzó a construir en marzo especialmente para el desarrollo de la vacuna, en un terreno de 20.000 metros cuadrados. Cada minuto, explica su director de empaquetado, se producen decenas de cajas en el gran espacio blanco de su sala de ensamblaje, tan nueva que aún se ve el hueco de algún enchufe que falta por encajar.
En Brasil, la idea es que el socio local ―el Instituto Butantan― fabrique sus propias unidades a partir de la tecnología china, y las distribuya a otros países de América Latina, explica Yin. “Esperamos que nos concedan el registro (para comercializar la fórmula) en tantos países como sea posible”, agrega.
China, fuera de la iniciativa COVAX
En mayo, el líder chino, Xi Jinping, aseguraba que la vacuna que consiguiera su país sería “un bien público global” y la compartiría con el resto del mundo. En septiembre, no obstante, ni China ni Estados Unidos se han inscrito en la iniciativa COVAX, respaldada por la OMS, para hacer accesible un antídoto contra la covid.
Pekín, por boca de su Ministerio de Asuntos Exteriores, asegura que apoya la iniciativa, que ha recibido el respaldo de 156 países e insiste en que colaborará con el resto del mundo para la cura. Aunque ha dejado la puerta abierta a sumarse más adelante, ha dado indicios de que esa cooperación se producirá fuera del marco multilateral. Según el portavoz de Exteriores Wang Wenbin, los planes chinos son “básicamente lo mismo que el COVAX”.
Ya ha prometido acceso prioritario a países socios. A las naciones de la cuenca del Mekong -Vietnam, Camboya, Tailandia, Laos y Myanmar-, vecinos y en su mayor parte con un débil sistema sanitario. También a participantes en su iniciativa de la Ruta de la Seda y de la Organización para la Cooperación de Shanghái, una alianza de seguridad promovida por Pekín.
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