Las voces olvidadas de la Ciudad de México


“La gente joven no quiere a los viejos, nadie escucha y todos tienen prisa: cuando uno quiere hablar, se van rápido”. La frase, en letras blancas, se proyecta sobre una de las amplias paredes exteriores de la Cámara de senadores en la Ciudad de México. La firma un tal señor Luis. Ya de noche, sobre la avenida Paseo de la Reforma –donde confluyen miles de trabajadores, turistas y paseantes– más de un curioso se para a leer. Tres chicos que andan riendo se frenan, la miran en silencio, y uno les dice a los demás: “Debería hablar con mi jefa. Hace un chingo que no le marco”. Después siguen su camino.

Historias Propias es una instalación de la artista y activista cultural Lorena Wolffer (Ciudad de México, 1971) que este martes se proyectó por primera vez en los exteriores del recinto legislativo, en el centro de la capital mexicana. Impulsada por la curadora Violeta Horcasitas (Ciudad de México, 1978) y su proyecto Satélite, el objetivo de la instalación es difundir las experiencias, interacciones sociales y luchas cotidianas de los habitantes más marginados de la ciudad.

“Quise que las personas que quedan fuera de la narrativa normativa de la ciudad –las mujeres, las identidades sexuales no binarias, los adultos mayores, las personas en situación de calle, las niñas y los niños– me cuenten sus historias y poder narrarlas no desde los números y la objetividad, sino desde su subjetividad, desde el afecto y el sentimiento compartido, desde la violencia vivida por quienes no forman parte del gran relato establecido por la publicidad y la política”, dice Wolffer en entrevista con EL PAÍS.

Pasan unos segundos y la imagen sobre la pared cambia. “Mis primeros recuerdos están vinculados a lo femenino, por lo tanto a la violencia”. Lo firma una mujer llamada Lía.

Según cuenta Wolffer, el proyecto comenzó hace dos años, pero germinó en un salto que dio su arte hace casi 20. Desde Mientras dormíamos, una performance que hizo a partir de los feminicidios que sucedieron al norte del país, en Ciudad Juárez, desde 1993 y que hasta 2012 llegaban a 700, empezó a reflexionar acerca del “enorme poder de los testimonios” y a encarar el arte como “una suma de enunciaciones colectivas”. En los medios, durante esos años, los asesinatos en Juárez se terminaron conceptualizando y todas las mujeres asesinadas pasaron a llamarse “las muertas de Juárez”. “Lo que eso trajo fue aterrador porque homogeneizaba a las víctimas”, dice la artista, “en la agrupación se perdía lo terrible de cada uno de los asesinatos, transformándolo en algo digerible de lo cual se podía hablar sin mayor repercusión”.

En todo México, siete mujeres son asesinadas cada día en manos de la violencia machista. En la capital, alrededor de 7.000 personas viven en la calle. Apenas el 60% de los mexicanos “aceptarían” tener un hijo homosexual, según la última Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2017, y más del 90% de los adultos mayores de 60 años sienten algún tipo de discriminación –sobre todo laboral o de acceso a servicios de salud– según los mismos datos. Para Wolffer, “la voz en primera persona es una manera de combatir la generalización de los números, que produce frialdad y apatía en las personas que los miran”.

Sacar el museo a la calle

Historias Propias es una instalación impulsada por Satélite, una iniciativa curatorial de arte contemporáneo que reflexiona sobre la institucionalización de los museos y experimenta con nuevos formatos de curaduría para llevar el arte a contextos comunes. Para Violeta Horcasitas, su creadora, el objetivo es que el arte “salga a la calle. Porque los espacios públicos, hoy más que nunca, son el lugar donde se están gestando las cosas”.

Fundada en 2015, Satélite propone acciones para cuestionar el papel de los museos como espacios exclusivos para la proyección del arte. En enero de este año, por ejemplo, ocuparon la explanada del Museo Nacional de Antropología, en el parque de Chapultepec, con una creación de la artista Circe Irasema, que mostraba reproducciones de las piezas de la colección de arte prehispánica en globos amarillos gigantes, de manera que las personas que pasaban por el lugar pudieran interactuar con las piezas del museo de una manera lúdica, distinta. “Los museos son lugares con mucho eco”, dice Horcasitas, “quisimos salir de ahí porque afuera es todo mucho más real”.

“Tengo un hijo trans menor de 18 años, que tardó dos años en conseguir un acta de nacimiento sin patologización porque en la Ciudad de México no hay un proceso administrativo para las #infanciastrans”, dice otro de los mensajes que se suceden en la proyección. Lo firma Tania Morales, una de las madres impulsoras de la ley que permitiría el cambio de género para niños y adolescentes en México. La iniciativa fue frenada este mismo martes en el Congreso.

“Con las iniciativas que proponemos, las instituciones y sus trabajadores se pueden convertir en espectadores de su propio espacio”, sostiene Horcasitas. Con esa idea en cuenta, el hecho de que Historias Propias se proyecte en las paredes exteriores del Senado, un edificio de gobierno, conlleva cierto simbolismo: “Es una manera de traer la realidad de la calle al lugar donde se legisla, donde deberían converger todas las identidades”.


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