Laurence Debray: “España es una mezcla de inquisición y telenovela. Y la marcha de Juan Carlos es así”


Laurence Debray (París, de 45 años) piensa por libre. Así la educaron en casa. Es hija de la élite intelectual izquierdista de París. Ella se revolvió contra todo esto. Su madre es la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos. Su padre, Régis Debray, compañero de fatigas del Che Guevara y prisionero en Bolivia, consejero del presidente François Mitterrand. La hija tomó otro camino. Lo contó en Hija de revolucionarios (Anagrama, 2018), relato en primera persona de su educación y su rebelión. Este 28 de marzo, la editorial Debate publica en castellano su último libro, Mi rey caído (Debate), un retrato de Juan Carlos I en su peor momento, tras su marcha, en el verano de 2020, a Abu Dabi, donde Debray lo ha visitado varias veces.

Pregunta. Cuando en otoño Mi rey caído se publicó en ­Francia creó un gran revuelo… en España. ¿Cómo lo explica?

Respuesta. Paradójicamente, en España el rey está ausente, pero, de hecho, es omnipresente. Se marchó para que se le olvidase, pero suscitó lo contrario.

P. ¿Cómo explica la paradoja?

R. Es como cuando De Gaulle partió en mayo de 1968. Se marchó un día y el efecto fue el de un seísmo. En su subconsciente, los jóvenes se manifestaban en las calles contra el padre de la nación indestronable. No se sabía dónde estaba y, de repente, todo se inmovilizó y la atención se fijó en la silla vacía. Simbólicamente, era la ausencia del padre. Hay algo similar con Juan Carlos. Dejó una silla vacía que desorienta. A fin de cuentas es un chivo expiatorio, pero necesitamos que el chivo expiatorio esté presente para poder golpearle. Ahora hay un vacío que hay que llenar, puesto que es una figura casi paterna. Es el padre de la nación moderna española, aunque los españoles no lo quieran reconocer.

P. Entre las reacciones en España a la publicación del libro, hubo una falsedad. Un periodista dijo en televisión que usted era la amante del rey. ¿Se esperaba que se llegase a este nivel?

R. Es degradante para una mujer. Es sorprendente ser tratada así en el siglo XXI tras la ola del #MeToo. No pensaba que todavía fuera posible. Significa que el combate feminista aún tiene luchas por librar ante el estereotipo según el cual “evidentemente si una mujer tiene éxito es porque se ha acostado con un hombre”. Mi abuela era feminista e hizo política después de la II Guerra Mundial. Mi madre también. Llevo el feminismo en la sangre. Así que estas observaciones me chocan.

P. ¿Cómo describiría su relación con Juan Carlos I?

R. En mi ambiente familiar estaba acostumbrada a que la política fuese trágica: los golpes de Estado en América Latina, el encarcelamiento de mi padre, las desilusiones con Mitterrand. Relacionaba la política con lo trágico y con las decepciones. En cambio, Juan Carlos era alguien que había logrado librar su combate político por la democracia, rápida y pacíficamente, de una manera casi milagrosa. En el siglo XX es único encontrar un jefe de Estado que renuncia a sus plenos poderes. ¡Y además es un rey! En general es lo contrario: Chávez elegido presidente que se vuelve un autócrata. O Hitler o Putin. Lo interesante es que quienes pierden el poder lo ven como un fracaso. Juan Carlos lo convierte en un éxito.

P. Usted era muy joven cuando comenzó a interesarse por don Juan Carlos. Imagino que entonces no lo racionalizaba así. A los 10 años puso un póster de don Juan Carlos en su habitación.

R. En mi casa todo era político. No me permitían beber coca-cola o comer corn flakes porque era estadounidense, ni ver películas de Walt Disney. Asumí esta causa para distinguirme de mis padres y afirmarme. En este momento Juan Carlos era un héroe para mí, y para España. Y yo me decía: “Entre el Che, Fidel Castro y Mitterrand, el mío es mejor”.

P. Su padre no reaccionó bien cuando puso el póster de Juan Carlos I.

R. Retiró el póster para poner uno de Mitterrand, que estaba en campaña electoral. Y me marché de casa. Fue mi primera fuga.

P. Escribe en el libro que don Juan Carlos es un rey republicano, mientras que Mitterrand era un presidente monárquico.

R. Francia era en aquella época muy monárquica y pienso que todavía lo es. Había más protocolo y más pompa alrededor de Mitterrand que del rey. Mitterrand tenía una corte, aunque no era oficial. Había una deferencia increíble.

P. Usted se rebeló contra sus padres al hacerse juancarlista, pero en su entorno muchas personas de izquierdas compartían su punto de vista.

R. Hay una izquierda española que entendió a Juan Carlos cuando a priori no tenían nada en común. Cuando Franco murió, los tenía a todos contra él: decían que era tonto, que duraría cuatro días. Lo despreciaban. Luego entendieron que sería el hombre clave y que acabaría siendo tan republicano como ellos, y asegurando la democracia. Había una complicidad política, una visión de la España que querían construir juntos.

P. Usted conoció mucho a Jorge Semprún.

R. Simone Signoret fue mi madrina. En torno a ella y a Yves Montand había un grupo de gente de izquierdas, comprometida. Estaba el cineasta Costa-Gavras, que hacía películas con Semprún… Había un ambiente de banda, muy fraternal, afectuoso. Cuando nos fuimos a vivir a España, Semprún era ministro de Cultura, Alfonso Guerra era vicepresidente. Eran positivos, enérgicos. Le enseñaré una foto. [Muestra una imagen de Juan Carlos I hablando con Jorge Semprún y en segundo plano se puede ver a Régis Debray]. Semprún está jovial, como si se encontrase con un amigo, y mi padre en medio mirando el espectáculo con aire de niño bueno. Se puso corbata para el rey, nunca lleva. El exrevolucionario compañero del Che Guevara y el excomunista antifranquista, reunidos en París para recibir al rey después de su discurso en un francés perfecto en la Asamblea Nacional, que por primera vez desde la muerte de Luis XVI escuchaba a un rey en su hemiciclo.

P. ¿Qué le inspira la foto?

R. Es una reconciliación. Humana y políticamente, logró reunir a los españoles alrededor de él. Hablo de aquella época, claro.

P. Ya no es así. ¿Qué se ha estropeado?

R. Los tiempos y los valores han cambiado. Él no. Él nunca nos mintió respecto a su personalidad. No era muy rey, de hecho, del modo en que Mitterrand lo era. Era más bien un rey-camarada, un rey-simpático, salía en moto de noche, era próximo a la gente. Había rumores sobre su cercanía con hombres de negocios y algunas mujeres, pero se toleraba.

Laurence Debray, escritora, autora de ‘Mi rey caído’, el libro biográfico del emérito, fotografiada en casa en París en enero de 2022. Léa Crespi

P. Un chivo expiatorio, decía antes. ¿En qué sentido?

R. Los escándalos emergieron en el momento en que España entraba en crisis económica. Hay un engranaje entre los destinos de él y de España, una caída simbólica del país y de su héroe. Caen al mismo tiempo.

P. Al decir que es chivo expiatorio, ¿no se puede entender que él no es responsable?

R. Cometió errores, pero creo que fue un pretexto para alimentar un discurso republicano o populista, para debilitar la Corona, para focalizar un descontento y la atención de los españoles en algo que, a fin de cuentas, ¿qué se le reprocha? ¿Tener una amante?…

P. Creo que no se le reprocha tener una amante. Es el dinero, la evasión fiscal.

R. Es haber recibido un regalo del rey de Arabia Saudí y no haberlo declarado en España. Entre reyes, desde que las monarquías existen, se hacen regalos. Es una red internacional de primos y amigos muy potente.

P. Un regalo considerable [de 100 millones de dólares]. No era un caballo.

R. Un verdadero regalo. Para la familia saudí no es nada, pero para nuestro criterio europeo es mucho.

P. Quizá se le reprocha haber servido a sus intereses más que a los de España.

R. Ha dedicado su vida a España y ha defendido muy bien los intereses del país en el extranjero. ¿Y un regalo invalida 40 años de prosperidad, democracia, crecimiento, estabilidad? En todo caso, me pareció absurdo que se marchase. No estaba imputado. Y esto debilita la Corona: ceder a la presión del Gobierno prueba la fragilidad de Felipe VI. Y da una imagen negativa de los españoles en el extranjero, de quienes se dice: “Así tratan a los jefes de Estado jubilados”. Aquí en Francia los honramos. ¿Sabe cuántos procesos ha tenido Nicolas Sarkozy?

P. Sarkozy ha sido condenado dos veces.

R. ¿Y hay algún francés que diga que debemos expulsar a Sarkozy de Francia? ¡De ninguna manera! ¡Está en su casa! Con todos sus privilegios intactos. ¡Ha servido a Francia!

P. ¿Quién echó de España a Juan Carlos I?

R. No sé qué ocurrió, pero si se marchó fue porque se le hizo entender que debía hacerlo. Mi teoría es que España es una mezcla de inquisición y telenovela. Y la marcha de Juan Carlos es esto, una mezcla de inquisición y telenovela.

P. Habla de “parricidio” en el libro.

R. Su hijo hizo aquella declaración cortando los vínculos financieros con su padre. Era como si lo matase simbólicamente, además de financieramente. En Egipto los faraones retiraban de los jeroglíficos los nombres de sus predecesores. Quizá Felipe necesita hacer lo mismo, una tabula rasa del pasado, y decir que empieza con él una nueva era y se olvida todo lo que hubo antes. El problema es que es muy frágil, porque lo que hubo antes es la Constitución, que viene precisamente de su padre. No tiene milenios de monarquía detrás. No es Inglaterra.

P. ¿Cuál es actualmente la relación de don Juan Carlos con su hijo?

R. No lo sé, pero por lo que veo su hijo no ha ido a verle.

Laurence Debray, escritora, autora de ‘Mi rey caído’, el libro biográfico del emérito, fotografiada en casa en París en enero de 2022. Léa Crespi

P. Después de que en marzo la Fiscalía española archivase las investigaciones, él escribió una carta a Felipe VI en la que le decía que “[le] parece oportuno considerar [su] regreso a España, aunque no de forma inmediata”. ¿Por qué cree que no vuelve ya?

R. Es una actitud generosa hacia la Corona. Su vida ha estado dedicada a la Monarquía y ahora lo muestra de nuevo. Aunque seguro que tiene muchas ganas de volver.

P. ¿Acabará haciéndolo?

R. Creo que pasará algunas temporadas cortas en España, pero no volverá a residir en La Zarzuela. Creo que también le tomó gusto al anonimato y la privacidad que le ofrece Abu Dabi.

P. Cuando visita a don Juan Carlos, ¿lo visita como periodista? ¿Historiadora? ¿Amiga?

R. Mis padres me enseñaron que cuando un hombre está en el suelo es el momento de ir a verlo. Ahora está solo, su país le ha dado la espalda, su hijo no se puede decir que sea el hijo más cariñoso. Pues me parece normal ir a verlo. Primero, para decirle lo que pienso: que sin duda cometió errores, pero sigue siendo un gran rey y que espero que los españoles recordarán esto. Y segundo, me parece normal mostrarle mi respeto, pese a sus errores, porque pienso que nadie es perfecto, y todos tenemos que gestionar problemas de moral y de ética. En el caso de él, es más visible que en nosotros. Los santos son para la religión.

P. Habrá lectores en España que pensarán que usted minimiza los pecados de don Juan Carlos.

R. Hago de Juan Carlos un personaje de novela, porque tiene una vida digna de una tragedia griega o shakespeariana. Su marcha a Abu Dabi, cuando al principio no se sabía dónde estaba, es de novela también. Minimizo sus errores en comparación con su papel histórico en España. Quizá sea porque nací en Francia y crecí bajo Mitterrand, que tenía dos familias, con lo que la cosa de la moral y la transparencia… Tenga en cuenta que los franceses encuentran sospechoso a Macron porque no tiene amante. Si hubiese fallado en la noche del 23-F, habría sido más grave que si hubiera tenido 10 o 12 novias.

P. El tema no son las amantes…

R. Tampoco metió mano en la caja…

P. Evadió impuestos. Y él era nada menos que el rey, el jefe del Estado…

R. Debió ser ejemplar y no lo fue. Pero para mí esto es un epifenómeno respecto a lo que España le debe.

P. Y su imprudencia puso en peligro la Monarquía, que es frágil.

R. Siempre fue imprudente, siempre le gustó el riesgo. Fue así como hizo la Transición. Y esto se volvió contra él al final. Hay una frase de Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: “Envejeció antes de volverse sabio”. Creo que es el caso de Juan Carlos. No tenía una figura tutelar, un cortafuegos. Antes quizá tenía a su padre, a Sabino [Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey] para decirle que jugaba con fuego. Entiendo que la gente se sienta decepcionada, pero no querría que se olvidase lo que hizo por el país.

P. ¿Piensa él en su entierro?

R. Le afectó mucho el entierro de Felipe de Edimburgo, su primo. En El Escorial ya no hay lugar. ¿Cuál es el plan? ¿Lo enterrarán en Abu Dabi? ¿Tendrá un entierro de rey? No sé si piensan en esto en La Zarzuela. A él nunca le interesó la posteridad, y ahora que está expatriado le interesa su legado. Con frecuencia me dice que pensaba haber dejado instituciones sólidas, era su herencia para España, y a fin de cuentas quizá no sea suficiente. Se pregunta qué quedará de él.

P. ¿Cómo cree usted que le enterrarán?

R. Lo que me tranquiliza es que los españoles entierran bien. [El presidente Adolfo] Suárez fue muy bien enterrado, con un bello homenaje. Los españoles saben rendir los honores, pero a toro pasado. Quizá los españoles no se darán cuenta de que el mundo entero mirará cómo despiden a su rey y les juzgará. Los entierros son una prueba de verdad.

P. Parece como si hiciera un reproche a los españoles por cómo le han tratado.

R. No hago reproches. Cometió errores y tienen derecho a darle la espalda después de haberlo adulado. No soy juez ni abogada, ni soy su amiga. Pero mi papel de historiadora me permite ver cómo los franceses se comportan con su historia de una manera distinta a los españoles. Los franceses están instalados en la autocelebración y la autoconmemoración, mientras que los españoles están en la autocrítica y la autodestrucción. Los españoles podrían enorgullecerse de ser el emblema de las transiciones democráticas en todo el mundo y dar lecciones a todos los pueblos que intentan emanciparse hacia la democracia. Pero no. Prefieren pelearse por la Transición.

P. Su discurso sobre don Juan Carlos, en todo caso, va totalmente a contracorriente en España. No solamente en la izquierda… Es una figura incómoda para todos.

R. Al ser extranjera, no estoy impregnada por el discurso ambiental español. Tal vez por eso tenga otra mirada. Y no sufro las consecuencias. Me pueden tratar de amante del rey, pero la realidad es que vivo en París y no afecta mi vida cotidiana. Ser extranjera da una ­libertad para pensar y hablar de modo diferente. Y es por eso quizá que el rey habla conmigo, sabe que no llego con juicios de valor ni morales, que me interesa como personaje histórico y de novela, y que tengo una visión más liberada y menos hispanocentrada de las cosas.

P. ¿De qué hablan cuando se ven?

R. De la covid, de las elecciones francesas, de España, de Semprún, a quien adoraba, de mis problemas con mi padre.

P. ¿De las noticias falsas?

R. Todo esto le hizo reír. Me dijo que en la prensa le atribuían un montón de amantes que ni conocía. Se lo toma con humor.

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