La idea de deformar la silueta a través del vestido no es nueva, pero sigue siendo revolucionaria. Pocas cosas poseen la carga expresiva de una prenda cuyo volumen trasciende o retuerce las formas naturales. Bien lo sabe Jonathan Anderson, cuya nueva colección en Loewe es una magistral investigación de la interacción entre moda, cuerpo y movimiento: de vestidos literalmente arquitectónicos con salientes angulosos a armaduras que parapetan la caída del tejido, drapeados que fluyen y torsos escultóricos trasparentes. “En realidad, el punto de partida ha sido el concepto de psicodelia y esa neurosis en torno a la idea de lo que se esconde y lo que se muestra, lo que debería estar a la luz y lo que está en la sombra. Por eso me dejé llevar también por el surrealismo”, comenta tras el desfile, refiriéndose a los zapatos, cuyos tacones aluden de forma literal a los ready-made dadaístas. “Creo que era el momento de hacer algo así. Llevo ocho años en Loewe y había que dar un paso más, buscar otros puntos de vista sin borrar el pasado”, opina. Anderson quiere proyectarse hacia el futuro, y esta es su peculiar forma de contar un nuevo modo de relacionarnos con la moda. “Parece que todo ha terminado ya, pero en realidad no ha terminado. Después de presentar las colecciones en una caja o en una pared, volver a desfilar ahora mismo es ya de por sí algo osado y surrealista”.
Lo mismo debió pensar Anthony Vaccarello, que decidió volver a montar su pasarela en Trocadero el martes. Su desfile no fue surrealista, pero sí osado en el sentido más clásico del término: bajo una enorme cascada, las modelos lucían chaquetas masculinas sobre faldas y pantalones mínimos, monos de lycra escotados, tops con claveles estampados. La referencia española (también en la música) tiene que ver con la musa que ha inspirado la colección, Paloma Picasso, íntima del círculo de Yves Saint Laurent durante los setenta, la década favorita de Vacarello en lo que al archivo de la firma se refiere. Su estilo, a base de complementos rotundos y piezas masculinas es para el director creativo una forma de hablar de sensualidad en la nueva década. Desde que el creador llegó en 2016, ha explorado la idea de la burguesía hedonista y sexualizada que tanto obsesionó a Yves hasta convertirla en la seña de identidad de su paso por Saint Laurent. Esta colección continúa en esa línea.
Lo cierto es que estos días en París la cuestión de fondo ha tenido que ver con el redescubrimiento del cuerpo femenino. Vuelven la sensualidad y la piel al descubierto, pero su significado dista mucho del mero vestir para complacer al otro (mirada masculina mediante), una idea que durante décadas ha dado sentido a la evolución de la moda. Ahora las formas se muestran, se marcan o se insinúan con finalidades muy distintas y complejas. Coperni dejó atrás su obsesión por lo geométrico para deconstruir piezas de sastrería y vestidos que se abrían de forma inesperada. Su primavera de 2033 (los diseñadores quisieron imaginar la moda de dentro de una década) vaticina un armario lúdico en el que las prendas enseñan partes del cuerpo inesperadas. La deconstrucción, aunque esta vez como medio para subvertir significados, fue también la apuesta de Acne Studios “Los corsés antes eran un símbolo de restricción, ahora son de liberación”, comenta Jonny Johansson, alma mater de la marca sueca, sobre una colección en la que esta prenda es protagonista. En las antípodas de este discurso se sitúa la colección de Gabriela Hearst en Chloè, que equipara sensualidad con naturalidad en piezas ligeras y fluidas de colores nude que buscan, como suele ocurrir con la diseñadora uruguaya, la sencillez en la complejidad. “Cuando llegué a París, me di cuenta de que el lujo era demasiado prefabricado, por eso quiero devolverle el valor humano, de la mano y de la comunidad”, explica Hearst refiriéndose a la decena de ONG con las que ha trabajado para confeccionar las prendas.
La celebración de la vuelta a la vida y a la moda no se ha traducido en prendas excesivas y grandilocuentes. El optimismo tiene más que ver con reapropiarse del propio cuerpo y festejarlo. Hasta Rick Owens ha dejado ver la piel de sus sacerdotisas galácticas con faldas cortas y tops minúsculos. Pero ojalá este nuevo culto al cuerpo se tradujera en una revolución real. A excepción de la ubicua Paloma Elsesser, se han visto pocas modelos con tallas y siluetas diversas sobre la pasarela.
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