La célebre serie de Netflix, que tiene a millones de espectadores esperando una nueva temporada, retoma tres décadas después a los mismos protagonistas de Karate Kid, con las fortunas cambiadas, para algo más que un ejercicio de nostalgia. La multiplicación de conflictos sirve para reflexionar sobre la ambigüedad del bien, el mal, la fuerza y la debilidad. En la base de este complejo mundo de relaciones y rivalidades está la filosofía del kárate, originario de la isla de Okinawa, y que resulta especialmente vigente en la actual época de inestabilidad y grandes retos. El “camino de la mano vacía”, como se traduce este arte marcial, tiene como gran referente al maestro Gichin Funakoshi, que a principios del siglo XX empezó a fraguar los fundamentos del kárate moderno, que se extendería por todo Japón y luego en el mundo entero. Dejó como legado 20 reglas, las Nijū kun, que también podemos aplicar a los retos de la vida actual. Veamos cuatro de ellas.
Primero conócete a ti mismo, después conoce a los demás. Es inútil aprender a luchar si antes no sabes quién está luchando. Como decía Sun Tzu hace dos milenios y medio en El arte de la guerra: “Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cientos de batallas”. El problema, como le sucede en la serie al sensei (maestro) Johnny, es que la mayoría de las personas no se conocen a sí mismas. Esto se deriva en adicciones, autoboicoteos y fricciones continuas con el entorno. Estar en conflicto constante con los demás, como le sucede a Johnny, es una manera de no atender a la guerra dentro de uno mismo. Cuando no nos conocemos o hay partes de nosotros que no aceptamos, nos resulta más fácil buscar culpables fuera en una batalla que no tiene fin, porque se realiza en el frente equivocado.
El kárate es como el agua que hierve: si no lo calientas constantemente, se enfriará. Es mucho más común el talento que la constancia. Todos conocemos a personas con una capacidad especial para algo, pero que no la han desarrollado por pereza o porque no han convertido ese don en una prioridad. Los alumnos de artes marciales logran la maestría repitiendo una y otra vez los mismos movimientos, un día tras otro, y lo mismo sucede con cualquier propósito que nos pongamos. Es necesaria una mentalidad de maratoniano, o lo que en japonés se llama kaizen (progreso continuo), para que el agua siga hirviendo y destilemos nuestras mejores esencias. Cualquier gran logro es resultado de una suma casi infinita de pequeñas acciones en una misma dirección.
No dejes vagabundear tu espíritu. Esta regla del kárate es una llamada a la atención. Todo aquello que hacemos de forma mecánica, sin conciencia, no tiene poder. Un maestro como el Señor Miyagi de Karate Kid diría que el mal luchador deja que su espíritu “flote por las nubes”, absorbido por otros problemas. No está presente en el combate y eso le conduce a una derrota segura. Llevado a las pequeñas tareas cotidianas, ese vagabundeo se llama hoy multitasking, un término que ni siquiera es fiel a lo que describe. Las observaciones en laboratorio han demostrado que, en realidad, la multitarea no existe; lo que hacemos es salir y entrar de diferentes actividades, con la consiguiente fatiga que lleva a la multiplicación de errores. Cuando desplazamos sin parar nuestra atención de una cosa a la otra, lo que logramos es agotarnos sin poner el foco en nada. Contra esta enfermedad actual, el kárate recomienda prestar atención a una sola cosa como si nos fuera la vida en ello.
Adapta tu actitud en función de tu contrincante. En el capítulo cinco de El origen de las especies, Darwin ya decía que “las especies que sobreviven no son las más fuertes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Esa es otra clave de las artes marciales muy aplicable a la vida, y que cobra más valor en estos tiempos convulsos. Así como el luchador aprovecha la fuerza de su adversario para reconducirla en beneficio propio, el espíritu del kárate nos invita a extraer un “para qué” de cada situación. Tal vez nunca lleguemos a saber el porqué de la pandemia que hemos vivido, pero, si nos ha servido para algo —cambiar a hábitos más saludables, fijar nuevas prioridades, amar mejor a los nuestros—, entonces no habremos vivido esta dura prueba en vano.
Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.
Peter Yang, un maestro taoísta peculiar
— Pionero de la enseñanza del taichí en España, la historia de Peter Yang es singular. Procedente de una comunidad cristiana en China, donde se ordenó sacerdote, en 1949 llegó a Madrid becado por el gobierno franquista. Estudió Medicina, licenciándose en Barcelona, aunque nunca llegó a ejercer. En 1958 abrió el primer restaurante chino de la ciudad, el Gran Dragón, pese a la negativa del obispo de que un sacerdote tuviera tal negocio. En el mismo local empezó a impartir clases de taichí, aunque seguía dando misa en una capilla de la catedral de Barcelona. En sus enseñanzas se mezclaban conceptos cristianos, taoístas y zen.
— Decía Peter Yang: “Hay que sentir: seguir nuestra vida, no conseguir ni perseguir”. Y añadía: “La paciencia es la madre de la ciencia, pero sin conciencia no hay paciencia. Entonces, la conciencia es la abuela; la paciencia, la madre, y la ciencia, la hija. ¿Quién es la nieta? La experiencia”.
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