Terminada la fase de grupos, una consideración y un lamento. La consideración es que el Barça tenía cuatro jugadores que se sacó de encima el pasado verano por distintos motivos, que han sido decisivos para que sus respectivos equipos se clasificasen para los octavos de final. El central Lenglet, tan señalado en el Camp Nou en las últimas Champions, clasificó al Tottenham cuando estaba virtualmente eliminado mientras perdía en Marsella. El cedido Dest pasa con el Milan mientras el Bellerín europeo hizo aguas. El Brujas ha sido la revelación de los octavos, apeando a Atlético de Madrid y Leverkusen. Ferran Jutglà, con sus dos tantos y dos asistencias, ha sido decisivo para sumar 11 puntos. También los dos goles de Aubameyang han permitido que el Chelsea pase como primero de grupo.
Al Barça metiendo 12 goles, teniendo a Lewandowski con cinco, no le ha alcanzado. ¿Por qué? Ya se ha hecho bastante autocrítica por parte de Xavi como para seguir fustigándose. Pero, en el fondo, la mano de Dumfries, ese clarísimo penalti no señalado en campo del Inter, hizo la diferencia. Ahora que en Madrid lloran por un VAR y unas manos, el Barça en Europa ha pasado del cielo al infierno por esa sola acción. Si el Bayern ganó los 18 puntos, como era posible que hiciese, y el Viktoria no sumó ni uno de los 18, como era muy probable, el grupo se jugaba en una eliminatoria a doble partido contra el Inter y no se supo leer. En la vuelta, yendo por delante, condenaron los errores individuales pero si el VAR en San Siro hubiese sido justo, Barça e Inter habrían sumado ocho puntos al final de la liguilla.