“Seré un monstruo, pero no estoy loco”, dijo Leopoldo María Panero a Babelia durante una entrevista en el psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria. Monstruo o loco, el autor de El último hombre fue sobre todo un poeta torrencial que dejó a su muerte -acaecida el 6 de marzo de 2014- un reguero de textos inéditos. Hace dos años se publicaron, en edición de Túa Blesa, Los papeles de Ibiza 35 (Bartleby), un volumen que reúne ensayos, traducciones y un poemario completo: No, no somos ni Romeo ni Julieta ni estamos en la Italia medieval, escrito entre 1968 y 1971, período en el que el autor novísimo publicó también uno de sus libros fundamentales: Así se fundó Carnaby Street. Ahora le llega al turno, de la mano de la editorial Huerga y Fierro, a La mentira es una flor. Al contrario que otros textos póstumos, no se trata esta vez de un libro primerizo sino, en palabras del autor de la edición -Ángel L. Prieto de Paula-, de un “conjunto unitario, acabado y exento” que el poeta entregó a su editor tres años antes de morir en Las Palmas.
El poemario, que llega esta semana a las librerías, cuenta además con un prefacio de Davide Mombelli, que empieza reconociendo la dificultad de leer a Panero prescindiendo de su carácter de autor maldito. “Al fin y al cabo”, escribe Mombelli, “fue él quien se empeñó, a lo largo de su aciaga vida, en cultivar en su poesía la imagen de vate atormentado. Condición del poeta maldito es hacer de su vida una obra de arte. Y literatura y vida, en Leopoldo María Panero, son una cosa sola. En primer lugar, porque su escritura es esencialmente autobiográfica, por más que a menudo el yo intente esconderse detrás de diversos expedientes retóricos o estilísticos como son el correlato objetivo, el collage, el ludismo neovanguardista o la cita textual. En segundo lugar, porque el ser humano Leopoldo María Panero se hallaba constituido, antes de escribir un solo verso, principalmente de literatura, en tanto que desde su infancia estuvo rodeado de libros y escritores. Para él, ser poeta fue una suerte de predestinación, o de condena”.
I
Y Wendy le dijo cuál es tu nombre
Y un elefante se derrumbó sobre la página
Y un elefante voló ante el asombro de niños derruidos
Vejez del verso
La sombra atroz de la ruina
De la ruina que escande el verso
Como una maldición
Como el silencio
Como el horror de estar vivo
Sobre la página
Que, como dije en otra ocasión, es
Como una pasta gris que se extiende
Así es el poema, como una oruga que repta sobre la página
Y la verdad, como en la tragedia griega, es el fin de la obra
Los huevos, las pelotas
Como una máscara y como un vino hacia dentro
Como beber en silencio y tener miedo del hombre
Ah tú Zohar, libro del esplendor que odias al hombre
Y escupes sobre su cabeza calva
La sílaba atroz del esperpento
Que se extiende sobre la página
Como sobre un lecho
O una pesadilla para vivir de nuevo
Solo la página sabe el horror de la vida
El espanto de estar vivo como un gusano
Implorando la página para que cese la vida
Para que aúlle el hombre y, como dije en otra ocasión
No hay más corona de espinas
Que el recuerdo que hace aullar, como dicen que aullaban
En el Gólgota los dos ladrones
Y el poema es un féretro para no soñar
Y a la entrada del poema está escrito: prohibido soñar
¡Ah tú sueño eterno que esculpes con las uñas el poema
Forjando un espectro
Para la segunda venida!
IV
¡Oh tú árbol del que cae la fruta oscura del hombre!
La fruta que nunca tuvo raíces
Y en que van a comer los ratones
Temblorosos de mi mano
De mi mano que recorre sedienta
Los ensueños del semen
Los misterios del sexo
En el que, como en una cuna, yace el hombre
Como en un árbol del que pende un ruiseñor
Ahorcado al silencio y oscuro como el desastre
Y más tenebroso que la muerte
Y arderá mi cuerpo en la flor del desastre
Donde yace Peter Pan
Teniendo como único amor la ruina
Y como único señor el desastre
Y como única compañía el desierto
Que era para Borges el peor laberinto
El peor de los héroes, Joseph Brodsky lo dijo
Y que sea el silencio peor que la muerte
Peor que la tumba del poema
Donde yace un hombre.
XV
Hombres he llamado, no heces (Diógenes el Cínico)
Como dije en mi película
Qué solos se quedan los locos
Hablando a solas con el somorgujo
Y quemados por las voces de los hombres
Que escupen sin piedad sobre la tumba
Como si fueran hombres.
XLI
Porque el hombre es solo una palabra
De la que no habla la filosofía
Porque el hombre de veras es solo vil y ruina
Del que no hablan la filosofía ni la poesía
Yo he basado mi causa en nada
No hay nada ni nadie por encima de mí, Max Stirner lo dijo
Ajeno al otro
Escupiendo sobre la vida
Sobre el cenicero sobre el que muere un hombre
Destruido por la poesía.
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