Limitarse a un color


Cuando hay poco –espacio, presupuesto, materiales o incluso tiempo– la limitación funciona mucho mejor que el voluntarismo que supondría una multiplicación. Eso sí, jugárselo todo a una carta exige tanta audacia como reflexión.

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La galerista brasileña Ana Araujo estudió arquitectura en la Architectural Asociation de Londres. Pero cuando quiso abrir su galería F&deO en Madrid, dedicada a investigar la huella de las creadoras en el arte, buscó a una diseñadora: necesitaba trabajar lo poco, concentrar la intervención en un recurso espacial. Araujo conocía la obra de Isabel López Vilalta y sus socias en Madrid (The American School, Restaurante Filandón, El Pescador o el Celler de Can Roca) y la contactó para diseñar su negocio.

Detalle de los dibujos colgados de la exposición de Olivia Kemp.

La importancia de envolver en color para simplificar fue una decisión temprana. Sin embargo, en los primeros croquis, las diseñadoras propusieron el color rosa-maquillaje como único tono para una galería dedicada a indagar sobre el arte desde el punto de vista femenino. Propusieron rosa palo incluso para la fachada, pero finalmente abandonaron la idea por tópica. La galería no busca tanto mostrar el trabajo de las mujeres artistas como desafiar los paradigmas tradicionales que han limitado nuestra manera de ver el mundo. Así, era fundamental huir de lugares comunes. Optaron por crear misterio. El negro funciona de este modo como un subrayado. Más que como un velo o un envoltorio, destaca el interior blanco, lo arropa, lo enmarca.

Araujo aplaudió la idea de trabajar “dos colores intelectuales”, en palabras suyas. Y López trabajó con ese poco dándole fondo. Ninguno de los dos tonos se aplicó en estado puro. El negro tiene matices azules para ganar profundidad y el blanco, matices grises para ofrecer más textura. El negro en la fachada, los toldos y la zona de escaparate tiene la fuerza brillante del esmalte. El blanco, en el pavimento y en las paredes tapizadas, es más táctil. El suelo y las paredes están forradas con un material textil técnico e ignífugo, ese revestimiento blando y poroso ayuda a acoger las obras de arte suspendidas en el espacio. Provoca a la vez una buena absorción acústica de tal manera que un local pequeño puede ser acogedor y transmitir sensación de confort.

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SuscríbeteLa galería, enmarcada en negro, en el Callejón de Jorge Juan de Madrid.

Los toldos negros de la fachada, protegen del exceso de luz y sol a ciertas horas del día. Desplegados, forman una envolvente en el exterior que, de nuevo, refuerza en contraste con lo que sucede dentro de la galería. Para el espacio que actúa como escaparate, las diseñadoras —Vilalta y Anna Kazachkova— reprodujeron uno de los muebles de la galería “Art of this Century” que Peggy Guggenheim tuvo en Nueva York. Las butacas de los Eames (que produce Vitra) han sido tapizadas en negro. Y son, con el techo, el único lugar oscuro del interior.

Para colgar las obras, las diseñadoras recurrieron a una brasileña de adopción: Lina Bo Bardi y su manera de suspender la obras del techo —en lugar de colgadas de la pared—.

“Nuestra misión es indagar sobre cómo las nociones históricas del femenino influencian la cultura contemporánea”, ha explicado Araujo. Por eso la obra de sus artistas: la escocesa Alison Watt, la japonesa Sayako Sugawara, la italiana Francesca Longhini, la estadounidense Erica Mahinay, o la británica Olivia Kemp —con cuyos dibujos a bolígrafo basados en los grandes maestros del Museo del Prado, se ha inaugurado la galería—, ofrece perspectivas renovadas sobre la división tradicional entre géneros y, por lo tanto, sobre la idea de vanguardia: el objetivo es debatir la intervención femenina en el pasado para poder construir el futuro. Y el marco, elegante y drástico, es binario (en blanco y negro) pero lleno de matices.


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