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Liverpool – Villarreal: Que pase mucho o que no pase nada

Para Jürgen Klopp las semifinales contra el Villarreal, a priori, no dejan de ser dos partidos más en la desenfrenada carrera de su Liverpool por ganar todas las competiciones que disputa. Salvo la puntual elección en un par posiciones: Jota o Luis Díaz, arriba, y Henderson o Keita, en el medio, no se espera que nada especial surja de su rica y versátil pizarra.

Para Unai Emery, sin embargo, después de eliminar a la Juventus y al Bayern desde sendos planteamientos puramente defensivos, cuando lo habitual es que su Villarreal quiera llevar el peso de los partidos a través de la posesión, esta eliminatoria se presenta como el más difícil todavía por la complejidad de un rival que se muestra en cada partido como un libro abierto pero difícil de contrarrestar.

Klopp y Emery se conocen bien, se respetan y hasta se envían flores desde la distancia. Cuatro años mayor el alemán (54-50), sus carreras contemplan síntomas comunes con pasos cortos, pero seguros. Bien sincronizados. Además, ya han tenido ocasión de medirse directamente. El Sevilla de Emery le ganó (3-1) la final de la Liga Europa al Liverpool de Klopp (2016). Cuando el técnico vasco aterrizó en el Arsenal se cruzó hasta en cuatro ocasiones contra el de Klopp con un balance desfavorable: dos derrotas (5-1 y 3-1) y un empate (1-1) en los tres enfrentamientos de la Premier y un brutal 5-5 en Anfield, en la Copa de la Liga, que en los penaltis cayó del lado de los locales.

Llega el Liverpool a este primer duelo en un momento óptimo, tanto en el aspecto físico como de juego. Así lo confirman los resultados y las sensaciones. Siempre desde la misma disposición táctica, 4-3-3, el de Klopp es una máquina acostumbrada a someter y arrinconar a los contrarios en su área. Maneja todos los registros del juego. Quiere el balón y los espacios. El juego posicional y el contraataque. Mezcla. Engatusa con su juego entre centrales para salir con un balón largo de Van Dijk o insiste en sacarlo masticado desde atrás con los laterales ya en el campo contrario y con Thiago, inspirado como hace tiempo que no lo estaba, de jefe de maniobras. Tan pronto el exazulgrana repite cuatro pases en corto con su socio Fabinho, como lanza largos cambios de orientación, con Salah y Mané como destinatarios en el otro meridiano del campo.

La presión elevada del Liverpool

Maniatar defensivamente al Liverpool se antoja más complicado que hacerlo con la Juventus y el Bayern, más previsibles ambos en sus acometidas hasta el punto de que solo fueron capaces de hacer un gol cada uno en 180 minutos de juego. Los de Klopp nunca utilizan dos movimientos iguales. Sus tres hombres de arriba, cinco titulares para tres puestos con Salah y Mané fijos, intercambian constantemente sus posiciones con la principal misión de crear latifundios para sus laterales. Alexander Arnold y Robertson aparecen por dentro y después se muestran por fuera. Tiran un centro frontal y al minuto sacan uno lateral desde cerca de la línea de fondo. La movilidad reina en todos sus ataques. Parece que quien se quede quieto paga multa y en la hora de las acciones a balón parado se levantan los centrales con Van Dijk colocando las piezas a su alrededor para que él siempre pueda saltar en ventaja.

Defensivamente, el Liverpool busca la presión lo más cerca posible del área contraria. La obligación es acumular muchos hombres en la zona del balón y apretar como si cada acción fuera a ser la última del partido. Ahí, en ese desenfreno, contagiado por su público que enloquece con el ritmo, es donde se descoloca y deja vacíos. Sobre todo, a las espaldas de los laterales, y ahí es donde se abre el resquicio para la sorpresa. Emery tiene apuntada una zona en su pizarra. La de Alexander Arnold. Allí tiene que llegar Danjuma y para allí mirará constantemente el radar de Parejo.

Sin balón, los interiores amarillos se repliegan como laterales

Lo normal es que el Liverpool no deje al Villarreal jugar con el bloque tan alto como le gusta, ni tampoco, como acostumbra, con la línea de cuatro más cerca de la divisoria que de la frontal. Emery se siente seguro en el 4-4-2 con el que pretende ocupar todas las parcelas del campo. Con el balón, el equipo busca ensanchar el campo y que sus puntas se hinchen a tirar desmarques de ruptura a los espacios libres; sin el balón, todo lo contrario, apuesta por cerrarlo lo más posible, sin importarle que los interiores se hundan como laterales —Yeremy en Turín; Lo Celso y Coquelin en Múnich— y que se llegue a formar una línea de seis o siete jugadores, con Capoue metido entre Albiol y Pau.

Todo le valdrá a Emery para intentar hacer otro de sus partidos largos en los que pasen los minutos y ocurra lo menos posible. Precisamente, todo lo contrario que busca el rival que tiene enfrente. Posiblemente, el equipo que intenta hacerlos lo más cortos que pueda con esas salidas al galope que por conocidas no dejan de ser letales.

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