Ha llegado la hora de la verdad para Liz Truss. Las turbulencias desatadas en torno a la libra, después de conocerse la rebaja de impuestos anunciada por la nueva primera ministra del Reino Unido, servirán para demostrar si el viaje ideológico de Truss hacia el neoconservadurismo es solo un nuevo cambio de imagen, o el destino definitivo de una personalidad camaleónica.
A Rishi Sunak, el brillante ministro de Economía que perdió la batalla para liderar a los conservadores contra Truss, le podrían haber dicho lo mismo que, en otro tiempo, en otro país, un veterano dirigente explicó al perdedor de las primarias de su partido, arrollado por un rival mucho más popular: “Desengáñate. A ti te han votado los que te conocen. A él, todos los que no lo conocen”.
La capacidad de adaptación de Truss le ha permitido sobrevivir a tres primeros ministros conservadores, ocupar durante todo ese tiempo seis puestos de rango ministerial, y construir de sí misma una imagen de campeona de las causas del Brexit ―del que renegó en un principio― y del neoliberalismo de Margaret Thatcher ―de la que renegó durante su juventud― que ha seducido al ala más dura y militante del Partido Conservador. Apenas 81.000 militantes tories auparon al poder a una política que acaba de lanzar, con la rebaja de impuestos más radical del último medio siglo, la apuesta más arriesgada posible por retener el poder.
Dominic Cummings, el brillante estratega que diseñó la campaña para abandonar la UE en el referéndum de 2016, asesoró a Boris Johnson durante el primer año de su mandato y se convirtió en su mayor enemigo ―con filtraciones continuas a la prensa para revelar sus mentiras―, expresó recientemente su opinión sobre Truss a la revista digital UnHerd: “Es lo más cercano a lo que definiría como un loco de todas las personas que he conocido en el Parlamento”.
Cummings eligió la definición de psicópata para denigrar a quien no era su principal opción en la lucha por reemplazar a Johnson. No es la primera vez que se dan estos excesos en política, donde la lucha por el poder siempre adquiere tintes personales. Otros, como la exdiputada conservadora Anna Soubry, defensora de la UE y alejada hoy del partido, esgrimen una acusación igual de recurrente: la ambición desmedida. “Es una de las personas más ambiciosas que he conocido. Creo, sinceramente, que muchos de los puestos que obtuvo, durante su trayectoria ascendente en el Gobierno, fueron para que se callara. Su ambición es, sin duda, considerablemente mayor que su capacidad”, ha dicho Soubry de alguien con quien compartió horas de trabajo en distintos departamentos ministeriales.
Carlos III recibe a la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, en el palacio de Buckingham, el 18 de septiembre.Kirsty O’Connor (AP)
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Y, sin embargo, muchos conservadores se han aferrado, entre las múltiples imágenes de Truss, a la que les ofrecía un mejor reflejo de sí mismos. En primer lugar, a la de la ministra que se mantuvo leal a Johnson hasta el final, cuando todos lo apuñalaban por la espalda. En segundo, y quizá aún más relevante, a la de la política que defendía con fe de converso el credo neoliberal con el que el ala dura del partido impulsó el proyecto del Brexit, y al que se amarró durante los años de indefinición ideológica de la era Johnson: impuestos bajos, desregulación de los mercados, mensaje patriótico y nacionalista. “En estos tiempos difíciles, nuestro país necesita una mano firme y una cabeza fría en Downing Street”, escribía Iain Duncan Smith, el breve líder del partido ―durante los años de las mayorías arrolladoras del laborismo de Tony Blair― aupado por Margaret Thatcher. “Su mezcla de firmeza, experiencia, determinación y pragmatismo son exactamente lo que necesitamos para los duros días que tenemos por delante”.
Firmeza, determinación, pragmatismo. Es posible tener todas esas cualidades con el propósito último de nadar y guardar la ropa, o de adaptarse al momento para no desviarse de la meta final de conquista del poder. Rescatar las palabras y las acciones de Truss, a lo largo de sus 47 años de vida, ayuda a entender la personalidad de la nueva primera ministra del Reino Unido.
Las contradicciones de Truss
Brexit.
2016. El Reino Unido se divide ante el referéndum de una generación. El Brexit. La salida o no de la Unión Europea. El Gobierno conservador de David Cameron lucha desesperadamente por evitar la ruptura con Bruselas. Truss es entonces secretaria de Estado de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales. Defiende con vehemencia la permanencia en la UE.
“Respaldo la permanencia [en la Unión Europea] porque creo que es lo mejor para los intereses económicos del Reino Unido, y nos permitirá poder centrarnos en las reformas fundamentales, en materia económica y social, que necesitamos hacer en casa”, defendía Truss.
Julio de 2022. Truss lanza el manifiesto con el que pretende conquistar el liderazgo conservador. “Las normas y reglamentos de la UE han puesto trabas a nuestras empresas. Todo esto tiene que cambiar. Desde Downing Street haré todo lo posible por alejarnos de los desfasados marcos legales de la UE y capitalizar las oportunidades que tenemos por delante”.
Margaret Thatcher.
Paisley (Escocia). Década de los ochenta. Gobierna en el Reino Unido la Dama de Hierro. El rechazo hacia sus políticas y hacia ella es especialmente intenso entre la izquierda escocesa. El padre de Truss es un profesor universitario de Matemáticas. La madre, una enfermera muy vinculada al movimiento a favor del desarme nuclear. “Maggie, Maggie, Maggie, oot, oot, oot” (Maggie, Maggie, Maggie, fuera, fuera, fuera, con el peculiar acento escocés), gritan los manifestantes. La pequeña Liz es uno de ellos, y cuenta el entusiasmo con que ella y su madre hicieron un hongo nuclear con el resto de viejas alfombras para llevarlo a una de las protestas.
Londres. Agosto de 2022. La candidata favorita para liderar el Partido Conservador viste en los debates televisados las mismas blusas que vestía Thatcher. Llegó incluso a fotografiarse, meses antes, en Estonia, a bordo de un tanque militar: un remedo de la histórica foto de la Dama de Hierro durante su visita de 1986 a las tropas británicas estacionadas en Alemania occidental. Truss rechaza, con la boca pequeña, cualquier comparación entre ambas, pero transmite, en las formas y en el contenido, el mismo mensaje de cambio radical: “Necesitamos ser valientes. Necesitamos hacer las cosas de un modo diferente. Necesitamos rebajar los impuestos. Necesitamos desatar el crecimiento. Necesitamos desatar el potencial de todas las personas que habitan este gran país”, escribe en su cuenta oficial de Twitter.
La monarquía.
1994. Una jovencísima Truss habla en el congreso del Partido Liberal Demócrata, en Brighton. Tiene 19 años. Es una furibunda antimonárquica que sorprende a los mayores de la formación.
“No tengo nada personal contra ellos, pero estoy en contra de la idea de que una persona nazca con el derecho a mandar. Estoy en contra de que, por el hecho de haber nacido en el seno de una familia, alguien tenga derecho a ser el próximo jefe de Estado. Es vergonzoso”.
2022, el 8 de septiembre. Vestida de riguroso luto, la nueva primera ministra ―apenas lleva 48 horas en el cargo― anuncia ante la puerta de Downing Street el fallecimiento de Isabel II.
“Hoy la Corona pasa, como lo ha hecho durante más de 1.000 años, a nuestro nuevo monarca, nuestro nuevo jefe de Estado, el rey Carlos III. (…) Debemos unirnos como pueblo para apoyarlo, para ayudarlo a cargar sobre sus hombros la enorme responsabilidad que asume por todos nosotros”.
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