La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) ha asumido todos los brillantes infinitivos de esas antiguas palabras. “Intentar”, “guardar”, “coser”, “hablar”, “amar”. Las empresas sabían, antes del virus, que la sociedad ya demandaba cambios profundos: la necesidad de intentar un mejor entorno laboral, guardar el trabajo de los empleados, coser con sinceridad su relación con los jefes, hablar de los problemas personales que afectan a su desempeño y lo difícil que resulta amar (conciliar) siendo padres o madres. El cambio ya estaba en marcha y el mundo miraba atento.
Se acabó fingir. “Las empresas deberán pensar con mucho cuidado los compromisos que escogen en su RSC. Porque se traducirán en los valores de la marca. Y deben cumplir esos deberes con ética, autenticidad e integridad”, avisa Enza Iannopollo, analista de la consultora estadounidense Forrester Research. La tecnología está actuando como rayos X del comportamiento. Las redes sociales, las plataformas de los empleados o el software que controla la cadena de suministro están llevando a la luz del día procesos, hasta ahora, oscuros. “Si las empresas tienen malas prácticas con los trabajadores, hacen negocios con socios poco éticos o se comportan injustamente, de alguna manera lo sabremos”, alerta Enza Iannopollo. Y esas firmas “rendirán cuentas” ante la sociedad.
La transformación está en marcha y resulta imparable. “Las compañías poderosas no sabían que la línea entre la ira y el hambre es muy delgada. Y el dinero que podía haberse empleado en jornales se destinó a gases venenosos, armas y espías. En las carreteras la gente se movía en busca de trabajo, de comida. Y la ira comenzó a fermentar”. Estas frases, en plena Gran Depresión, de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, demuestran que incluso los juncos se parten. El presidente electo estadounidense, Joe Biden, ha leído el libro. “Propone una economía energética totalmente limpia y alcanzar emisiones netas cero como muy tarde en 2050”, detalla un trabajo de BBVA Research. ¿Cómo? A través de una inversión de cinco billones de dólares (1,7 billones procedentes del espacio público y 3,2 del privado) durante una década, un impuesto al carbono y la limitación de prácticas como el fracking.
Europa tiene desde el 11 de diciembre de 2019 un Pacto Verde que se compromete con la economía circular, persigue evitar que la temperatura de la Tierra supere un incremento de 2ºC respecto a los niveles preindustriales y, además, asume diversos planes de inversión “ecológica”. Cánticos que atraviesan el océano de Steinbeck. Por eso, Joe Biden defiende un sistema para que los trabajadores indocumentados obtengan la ciudadanía, un salario mínimo de 15 dólares la hora y que empresas y oligarcas (sobre todo tecnológicos) paguen más impuestos. Más plaza al hombre; más responsabilidad. En esto, Estados Unidos y Europa son espejos que reflejan una nueva sociedad. Aunque nadie ha escrito que vaya a ser fácil. “He encontrado muy pocas compañías que sean coherentes entre la acción y el discurso”, lamenta Hermógenes del Real, profesor del Departamento de Organización de Empresas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Pues la exigencia ha aumentado. “Ahora tienes que ser responsable de todo el ecosistema, no solo de tus trabajadores”, apunta el docente.
Hay un antiguo texto griego que narra: “Los zorros conocen muchas cosas pero los puercoespines solo una”. Los economistas tienen tendencia a ser puercoespines. Buscan una única solución a la inmensa complejidad humana. Pero el ser humano no necesita métricas para entender ciertas situaciones. “La pandemia ha dado la oportunidad a las grandes empresas de demostrar que son agentes sociales que ayudan, contribuyen y se comprometen con la mejora social, en cualquier circunstancia. Si no hacían ese sobresfuerzo ahora, con la crisis sanitaria, ¿cuándo iban a hacerlo?”, se pregunta Lorenzo Cooklin, director general de la Fundación Mutua Madrileña.
El cambio empezó antes de que una pandemia fuera imaginable. En agosto de 2019, la poderosa Business Roundtable (BRT), que agrupa a 181 de las principales empresas estadounidenses, pulverizó el paradigma (establecido por el premio Nobel de Economía y representante del neoliberalismo de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, hace 50 años en un famoso ensayo en The New York Times Magazine) de que el sentido de una empresa era maximizar el beneficio del accionista.
Se lee en el Libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir/; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar/; un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser/; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar/; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar”.
Ahora la razón, el “propósito”, es el bienestar de sus trabajadores, clientes, proveedores y el medio ambiente, propuso la BRT. Se había decretado el final del capitalismo trimestral enclaustrado en la obsesión del crecimiento perpetuo de los ingresos cada 90 días. La RSC empezaba de cero. Era tiempo de cosechar. Pero Tyler Wry, profesor en la escuela de negocios Wharton, de la Universidad de Pensilvania, descubrió que algunas de esas empresas habían sido las que más personal despidieron durante los primeros momentos de la pandemia. “Hace falta matizar”, relata. “Hay ciertas compañías que son absolutamente hipócritas con respecto a la RSC y se desvían de sus compromisos externos. Pero sospecho que son solo unas pocas de las firmantes de la BRT”, puntualiza. Y exclama un optimismo que demuestra la transformación intensa. “Sin embargo, ¡y esto es importante!, vemos evidencias claras de que las empresas que han firmado están empezando a cambiar su comportamiento”.
Necesitamos ese optimismo. Lo dice el prestigioso jurista Antonio Garrigues Walker: “Esta pandemia no durará más allá del próximo año y el día que se descubra la vacuna habrá una euforia económica”. Mientras tanto, los números saben que es época de “recoger”. Un trabajo (Impacto social de las empresas frente a la covid-19) de Deloitte y la Fundación SERES (Sociedad y Empresa Responsable) de julio pasado avanzó que el 68% de las iniciativas contra la covid-19 de las firmas españolas se centraron, sobre todo, en la salud o la educación. “Lo primero que hace la RSC es abrir tu mente para entender que tu empresa tiene que satisfacer los valores de sus grupos de interés”, observa Francisco Román, presidente de Fundación SERES. “Es la respuesta a un convencimiento profundo: o nos salvamos todos o no nos salvamos ninguno”.
La amanecida del ‘capitalismo de los intereses’
El mundo rota alrededor de sus propios contrasentidos. “China es el principal importador de combustibles fósiles pero también el primer inversor (758.000 millones de euros) en energías verdes del planeta”, analiza Lara Lázaro, investigadora principal del Real Instituto Elcano. Mientras, Europa y los Estados Unidos deberían estar descarbonizados en 2050. “En ‘palabras’ ha sido un gran año para la responsabilidad empresarial. Soy optimista y pienso que durante 2021 esos fonemas se transformarán en realidad”, augura Kevin Moss, director global del Centro de Negocios Sostenibles del Instituto de Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés) de Washington.
En los momentos más complicados, el hombre busca siempre soluciones: está en su naturaleza. “Alguien a quien una vez amé me regaló una caja llena de oscuridad. Me llevó años comprender que eso era también un regalo”, escribió la poeta Mary Oliver. La tecnología (bien usada) es el don del siglo XXI frente a los retos sociales y económicos. “Las empresas que se están adaptando a la nueva normalidad e invirtiendo en desarrollos tecnológicos se ven recompensadas con una mano de obra más feliz, motivada y productiva”, resume Katherine Davidson, gestora de renta variable global de Schroders. La raya del horizonte ilumina un sol distinto. Es la amanecida del “capitalismo de los grupos de interés (‘stakeholders’)”; es el capitalismo de todos.
El contador regresa al inicio. La mayor parte del esfuerzo en RSC —revela el informe— se destinó a adquirir material para los centros sanitarios. “La gran lección de la crisis es que no existen negocios si no hay salud”, refrenda Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Da igual el tamaño de la firma. “Las microempresas suponen el 92% del total. Quizá no puedan crear unos programas de RSC tan ambiciosos como las grandes, pero sí se nota este año una mayor preocupación por los trabajadores”, describe Ontiveros. Y el dinero, que siempre ha tenido problemas para devolver un cambio solidario, viaja con la transformación. Por ejemplo, los activos gestionados por el banco suizo Julius Baer con criterios Medioambientales, Sociales y de Gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés) crecieron un 20,6% entre 2018 y 2019. Pasaron de 40.600 millones de euros a 48.950 millones. En España, la inversión sostenible y responsable —según Spainsif— sumó 285.454 millones de euros en 2019, el 36% más que en 2018. Un récord histórico.
La pandemia ha iluminado sectores que hasta ahora habían escapado de la atención de la ESG. Firmas petroleras, mineras y gasísticas han estado bajo fuerte “vigilancia” por su responsabilidad en la crisis climática, pero la covid-19 ha trasladado el escrutinio a la industria de la salud, el mundo de los servicios o las finanzas. Sin duda, “es fácil hacer bonitas declaraciones sobre cuánto valoras a tus grupos de interés durante los buenos tiempos”, explica en Financial Times Sébastien Thevoux-Chabuel, gestor de la firma francesa Comgest. “Pero como dice Warren Buffett, uno de los inversores más influyentes del planeta: ‘Es cuando baja la marea cuando ves quién estaba nadando desnudo’. Y es durante ese tiempo cuando ves las compañías que no cumplen con sus palabras”. Sin embargo, los números concuerdan con el Eclesiastés: “Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio”. Porque si la economía movía en 2017 unos 80 billones de dólares anuales en todo el mundo, los gestores que han firmado los Principios para la Inversión Responsable (PRI, por sus siglas en inglés) promovidos por las Naciones Unidas, ya manejan activos por valor de 70 billones.
De momento, solo dos billones de ese dinero llegan al universo ESG (microfinanzas, empresas renovables, tecnologías limpias y casas asequibles), aunque nadie duda de que “es un espacio rentable y, por tanto, si a cualquier inversor le ofreces beneficios y la posibilidad de mejorar el buen gobierno, el ámbito social y el medio ambiente de las compañías sin sacrificar lo más importante para él [las ganancias], creo que no existe marcha atrás”, prevé Elena Nieto, directora de ventas de la gestora Vontobel AM. La inversión con sentimiento ESG es una forma distinta de contemplar el planeta. Porque como escribe la poeta Louise Glück: “Miramos al mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”. Y cambio. “Su valor añadido es complementar la perspectiva de la inversión tradicional, como una lente de aumento. Forma parte del ‘capitalismo responsable”, valora Luciano Diana, gestor del fondo Pictet Global Environmental Opportunities.
Pues ‘capitalismo responsable’ no es un oxímoron. Es ese donde cuadran las cuentas y la responsabilidad social. Desde el inicio del estado de alarma, CaixaBank ha concedido 32.500 millones de euros al sector empresarial y ha gestionado más de 164.000 solicitudes de préstamos vinculados a las líneas ICO covid-19 por un valor de 13.726 millones. “A partir de ahora, ser una compañía no responsable es ser una empresa en riesgo”, alerta Ignasi Carreras, profesor del Departamento de Dirección General y Estrategia de Esade. Porque quien quiera llevar su firma al borde de la oscuridad ya sabe lo que “debe” hacer. “En momentos de crisis como el actual, la empresa puede verse tentada a centrarse en satisfacer sus necesidades más urgentes, y prestar menos atención, de manera involuntaria, a temas relacionados con la Responsabilidad Social Corporativa. Sería un error. Cualquier estrategia que no tenga en cuenta el ambiente en el que opera la organización y sea incapaz de hacer partícipe a su grupo de interés está condenada al fracaso”, reflexiona Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos (IEE).
En el fondo, es un eterno retorno a los valores humanos. “A lo largo de la historia ha habido gente no religiosa que ha creído que esta vida es la única que tenemos, que el universo es un fenómeno natural sin una visión sobrenatural, y que podemos vivir una vida ética y plena usando la razón y la humanidad para guiarnos”, narran los escritores Andrew Copson y Alice Roberts en The Little Book of Humanism. Esta es la RSC de nuestra era. “Así observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas”. (Eclesiastés).
El riesgo del ‘ecopostureo’
El sentido crítico es igual que la materia oscura en el universo. Sin ella resulta imposible entenderlo. Un juego de ecos que rebota en la Responsabilidad Social Empresarial (RSE). “Las grandes corporaciones continúan teniendo como único objetivo maximizar el beneficio, no tanto del accionista como de los ejecutivos que las dirigen”, lamenta Carlos Martín, director del Gabinete Económico de CC OO.
Sin embargo, en la pandemia hemos visto que bastantes ejecutivos se rebajaban el sueldo. “Puede no suponer mucho para reforzar las finanzas de una compañía (el salario base de un ejecutivo representa, normalmente, solo entre el 10% y un 15% de su compensación total) pero envía un mensaje de solidaridad a los empleados e inversores”, describe Katherine Davidson, experta en renta variable global de Schroders. Aunque hay que caminar más pasos. La gestora Vontobel AM publicó el año pasado un trabajo en el que solo el 29% del patrimonio de los encuestados españoles estaba invertido basándose en principios Medioambientales, Sociales y de Gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés). Contra la lógica que rige el universo del dinero. “Los criterios ESG enriquecen el análisis financiero al reducir el perfil de riesgo de las inversiones, lo que conduce a una visión más completa de la eficacia con la que se gestionan esos peligros”, defiende Euan Stirling, responsable de inversión ESG de la firma financiera Aberdeen Standard Investments.
O existe compromiso o espejismo. Si no, Carlos Martín tendrá razón: “Que se lleva lo verde, pues se sube al consejero delegado a un barco y se le planta en Groenlandia para que contribuya a parar el deshielo. En un claro ejemplo de ‘greenwhasing’ [ecopostureo]”, avisa. O existe sinceridad o cierre.
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