Llevamos unos años en que lo impensable se ha vuelto frecuente. Quién te iba a decir que el reguetón iba a ser tomado realmente por una música, o que ibas a ver una Supercopa en Arabia. O una pandemia mundial, o una guerra en Europa. Pero lo impensable ya no es desde luego que una turba de payasos peligrosos asalte un parlamento. Lo de Brasil lo habíamos visto antes. Uno de los relatos más profundos que he leído sobre lo que ocurrió en enero de 2021 en Washington es el del congresista Jamie B. Raskin, en un libro titulado así, Lo impensable, editado en España por el Instituto Berg. Lo impensable se abatió sobre este hombre, designado como el más simpático de la Cámara, de forma arrasadora: el 31 de diciembre de 2020 se suicidó su hijo de 25 años, y el 6 de enero de 2021 estaba en el Capitolio. Su mundo se vino abajo en una semana. Todo en lo que creía. En su relato se cruzan hermosamente las dos experiencias, y cómo el recuerdo de su hijo, un joven brillante apasionado de política con una depresión que agravó el confinamiento, le hizo luchar por el futuro de su país. Luego encabezó el equipo demócrata del segundo impeachment de Trump y la comisión de investigación del Congreso sobre el asalto.
Raskin, profesor de derecho constitucional, no creía mucho en los iluminados. En una comparecencia para defender el matrimonio homosexual respondió así a una republicana que le dijo que su Biblia decía que el matrimonio solo es entre hombre y mujer: “Senadora, cuando juró su cargo, puso su mano sobre la Biblia y juró defender la Constitución. No puso su mano sobre la Constitución y juró defender la Biblia”.
Ya vemos que el asalto de Washington no fue solo un susto, instauró un modelo a imitar después. Pero también hay que mirar antes, a cómo se llegó a eso. Porque fue a base de calentar la cabeza a la gente, es un punto más en una cadena de acontecimientos, no el primero. Y tal vez el asalto de Brasilia no sea el último. Simplemente se puede ir perfeccionando el modelo. También a Hitler le salió mal su golpe de 1923 y pensó algo más sofisticado, diez años después. Si yo fuera un político sin escrúpulos, un fascista convencido o un tarado de estos que irrumpen en un parlamento y se repantingan en un despacho a hacerse fotos, estaría pensando en cómo hacerlo mejor la próxima vez.
Lo de Washington no surgió de la nada. Si lo recuerdan, en marzo de 2020, en plena pandemia, Trump atacó a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, por sus restricciones a la población. En abril ya se cansó de pedir libertad y tuiteó, en mayúsculas: “Liberad Michigan”. Y dos semanas después un grupo de energúmenos armados entró en el capitolio de ese Estado. ¿Trump lo condenó? No, tuiteó: “La gobernadora de Michigan debería ceder un poco y apagar el fuego. Estas personas son muy buenas, pero están enfadadas”. En octubre, el FBI detuvo a 13 hombres acusados de conspirar para secuestrar a la gobernadora y asesinarla. Lo que tuiteó Trump en enero tras el asalto de Washington fue: “Id a casa. Os queremos. Sois muy especiales”. Lo impensable, dos años después, es que Trump no esté acabado políticamente, pueda ser candidato a las elecciones de 2024 y su partido no le haya echado. Algo que el 6 de enero nos parecía impensable, fue al revés: le dio puntos. A eso me refería, siguen acumulando puntos, veremos más cosas increíbles. Por eso es importante tener claro a qué juega cualquiera que copie estás tácticas, también en España. Que cualquier cosa que se parezca a esto ya sabemos dónde acaba. Aunque parezca impensable.
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