Algo raro flota últimamente en el ambiente de Washington. Huele un poco a… competencia.
Ahora en serio, ha sido asombroso ver cómo ha cambiado el relato de los medios de comunicación sobre el Gobierno de Joe Biden. Hace solo unas semanas presentaban a Biden como un desdichado al borde de encabezar una presidencia fallida. Entonces llegaron la Ley de Reducción de la Inflación, un voluminoso informe sobre el empleo y algunas noticias buenas sobre el alza de los precios, y de repente no paramos de oír hablar de sus logros.
No obstante, sigo pensando que lo que dicen los medios no es del todo correcto. Efectivamente, Biden ha logrado muchas cosas, en algunos aspectos más de lo que se le atribuye incluso ahora. Por otra parte, Estados Unidos es un país enorme con una economía enorme, y las medidas del presidente no parecen tan impresionantes cuando se las compara con la escala de los problemas nacionales.
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Además, se puede decir que, en este momento, Biden se beneficia de la suave intolerancia de las bajas expectativas. Sus éxitos políticos son grandes en comparación con lo que es normal actualmente, pero no habrían llamado la atención en una época anterior, la que precedió a la radicalización del Partido Republicano, que hizo casi imposible buscar soluciones reales a problemas reales.
Entonces, ¿qué ha logrado Biden?
En mi opinión, ocupó el cargo con tres objetivos principales en materia de política interior: invertir en las maltrechas infraestructuras de Estados Unidos, adoptar verdaderas medidas contra el cambio climático y ampliar la red de protección social, especialmente para las familias con hijos. Ha conseguido la mayor parte de las dos primeras y un poco de la tercera.
El proyecto de ley de infraestructuras del año pasado es objeto de una atención llamativamente escasa por parte de los medios, y solo alrededor de una cuarta parte de los votantes sabe siquiera que se aprobó. Sin embargo, deberíamos recordar que Barack Obama quiso invertir en infraestructuras, pero no pudo; Donald Trump prometió hacerlo, pero no lo hizo (“¡Es la semana de las infraestructuras!” se convirtió en una broma habitual); llegó Biden, y lo consiguió.
Por el contrario, la Ley de Reducción de la Inflación, que es sobre todo una ley climática, ha recibido mucha atención, merecidamente. Por fin Estados Unidos está tomando medidas contra la mayor amenaza existencial de nuestra época. Los expertos en energía creen que la norma va a tener importantes efectos directos en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Todos ellos son logros significativos que suponen un gran contraste con el Gobierno anterior, cuyo único cambio importante en política interior fue una reducción de impuestos que casi no tuvo resultados positivos visibles.
Pero cuando veo que las noticias califican a estas leyes de “colosales” o enormes, me pregunto si los periodistas han hecho las cuentas. La ley de infraestructuras añadirá unos 500.000 millones de dólares de gasto a lo largo de la próxima década. La Ley de Reducción de la Inflación aumentará el gasto más o menos en otro medio billón. Una ley para impulsar la producción de semiconductores sumará alrededor de 50.000 millones más. Por lo tanto, en total estamos hablando de poco más de un billón de dólares en inversión pública en 10 años.
Para ponerlo en perspectiva, la Oficina Presupuestaria del Congreso prevé que el PIB acumulado supere los 300 billones de dólares a lo largo de la próxima década. Es decir, el programa de Biden equivaldrá a alrededor de una tercera parte del 1% del PIB. Colosal no es.
Es verdad que las repercusiones de lo que ha hecho el presidente puede que sean mucho mayores de lo que dan a entender las sumas en dólares. Hay motivos para esperar que la ley sobre el clima tenga una especie de efecto catalítico a la hora de fomentar la transición a la energía limpia. Y algunos economistas creen que aumentar el presupuesto del Servicio de Impuestos Internos, tan necesitado de recursos, reducirá en gran medida la evasión de impuestos, y en consecuencia, incrementará los ingresos.
Y, si me lo permiten, añadiré unas palabras sobre política exterior. Biden recibió una cantidad inmensa de críticas por la toma del poder de los talibanes en Afganistán, a pesar de que sus detractores apenas si ofrecieron alguna propuesta sobre qué debería haber hecho de otra manera. Pero el relato sobre los asuntos exteriores también ha cambiado. Aunque no soy un experto, me parece que el Gobierno de Biden ha realizado un trabajo notable reuniendo y manteniendo unida una coalición para ayudar a Ucrania a resistir frente a la agresión rusa.
Vale, ya puedo oír a gente que reacciona ante cualquier mención a los logros de Biden gritando qué pasa con la subida de los precios. Efectivamente, el Gobierno de Biden no supo entender los riesgos de un aumento de la inflación. Sin embargo, lo mismo les pasó a muchos otros, entre ellos la Reserva Federal (y un servidor). Y creo que vale la pena señalar que otros países, entre los cuales destaca Gran Bretaña, también sufren una inflación elevada a pesar de que no han seguido nada que se parezca a las políticas de nuestro presidente. De hecho, el problema de Gran Bretaña con el alza de los precios parece más grave que el nuestro en muchos sentidos.
Y tanto la opinión pública como los mercados financieros prevén que la inflación se controlará. Por lo tanto, nada indica que este tropiezo, sin duda importante, vaya a causar un daño duradero.
Lo repito: no quiero sonar trumpiano y decir que Biden está haciendo un trabajo impresionante, perfecto, el mejor trabajo jamás visto. Lo que ha hecho ‒y estaba haciendo ya antes de que cambiara la versión de los medios de comunicación‒ es hacer frente, de forma razonablemente eficaz, a los problemas reales que afectan a Estados Unidos.
La cuestión es que lo que nos ofrece Biden debería ser lo normal en un país rico y avanzado. De hecho, era la normal antes de que el Partido Republicano diera su brusco giro a la derecha. Sin embargo, en el punto en el que estamos, un Gobierno competente basado en la realidad resulta chocante.
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