Lo que el desabastecimiento no se llevó: jamón ibérico y langostinos, entre los productos que no faltarán en Navidad


¿Unas Navidades con percebes y nécoras pero con muchos menos juguetes que de costumbre? ¿Con abundancia de turrones pero escasez en los centros comerciales de ropa a precios asequibles? Bienvenidos a la versión navideña de la Gran Escasez, el desastre disruptivo global que ha seguido a catástrofes del calibre de la Gran Recesión y la Pertinaz Pandemia que sobrevive a las vacunas. Si nos descuidamos, acabará coincidiendo en el tiempo con ese Gran Apagón Eléctrico con el que nos amenazan desde hace meses, al parecer con poco o ningún fundamento.

A diferencia de la última de estas catástrofes bíblicas, la gran escasez es ya una realidad. No depende de que se produzca o no una improbable tormenta eléctrica que nos devuelva a la edad de piedra. The New York Times le dedicó el pasado verano un par de artículos, cauto el primero, francamente apocalíptico el segundo. Por entonces, resultaba ya del todo evidente la escasez en el primer mundo de suministros básicos, de chips de silicio a materiales de producción, y se asumía que ese problema de desabastecimiento generalizado estaba dejando a gran cantidad de empresas importadoras sin stocks y con pocas posibilidades de recuperarlos a medio plazo.

Expertos como Willy C. Shih, especialista en Comercio Internacional de la Harvard Business School, atribuyen en parte el desabastecimiento al llamado Síndrome de Hibernación: “A partir de la primavera de 2020, con la crisis de la covid-19 y los sucesivos confinamientos, muchos seres humanos adquirieron el hábito de hacer acopio, como los osos polares, de productos que podrían necesitar a medio plazo, de material informático a productos de primera necesidad como la harina o el papel higiénico, y esa burbuja de consumo preventivo ha sentado las bases de la actual escasez”.

Esos picos de consumo compulsivo (en ocasiones, como en la muy publicitada crisis del papel higiénico, cercanos a la histeria colectiva) se unieron a un problema de fondo que estaba empezando a manifestarse en toda su crudeza: el colapso (relativo) del comercio marítimo por falta de contenedores. Lo explica el académico Jesús E. Martínez Marín, coordinador del grado en Logística y Negocio Marítimos de TecnoCampus, centro integrado en la Universitat Pompeu Fabra (UPF): “La falta de contenedores ha multiplicado hasta diez veces el precio de los fletes marítimos, afectando a toda la cadena de suministro”. A mediados de 2020, el coste medio de traer un contenedor de China se situaba por debajo de los 1.200 euros. Hoy roza los 15.000, “lo cual ha creado un escenario completamente insostenible para el comercio marítimo y sus principales actores”.

Las rutas del océano conspiran contra la Navidad

El transporte por mar mueve alrededor de un 80% de las mercancías a nivel mundial. Martínez explica que eso se debe “al bajo coste relativo comparado con otros medios de transporte”. En los últimos años, las rutas entre los grandes puertos asiáticos del océano Pacífico y las economías importadoras de Norteamérica y Europa se han consolidado como las principales arterias del comercio global. El 23 de marzo, el Ever Given, un barco portador de contenedores que viajaba del puerto malayo de Tanjung Pelepas al neerlandés de Róterdam se quedó encallado en el canal de Suez bloqueándolo durante varias semanas y creando un monumental cuello de botella. El incidente demostró, según Shih, “lo frágiles que resultan nuestras economías de escala y lo mucho que dependemos a nivel logístico de un sistema de transportes intercontinental que puede colapsarse de manera súbita con relativa facilidad”.

Tras el atasco del canal, llegaron los periódicos brotes de COVID en puertos chinos. Y llegó, sobre todo, la crisis de los chips semiconductores, el primer producto esencial en padecer los efectos de la gran escasez. Su bajísima disponibilidad forzó a industrias como automovilística a asumir un brusco frenazo en sus planes de negocio. Toyota, Volkswagen, Daimler o Ford empezaron a cerrar líneas de montaje y a recalcular a la baja sus expectativas de producción hasta bien entrado 2022.

Daba la sensación de que se estaba gestando la tormenta perfecta. Algunos analistas empezaron a considerar plausible la hipótesis de que un colapso generalizado de los suministros se produjese en las economías avanzadas ya en torno a Black Friday y, muy especialmente, durante el periodo de compras navideñas. El experto en consumo Bradford Betz afirmaba en Fox Business que “nos asomamos a las navidades más caras de la historia reciente como consecuencia de la ruptura de la cadena de suministro”. Jennifer Blackhurst, profesora de análisis de negocio de la Universidad de Iowa, auguraba “una crisis de pánico” entre los consumidores que les incitaría “a comprar de más y hacerlo lo antes posible, contribuyendo así a la ruptura de stocks y agudizando la crisis de abastecimiento”. La periodista Anna Russell hablaba en The New Yorker de “unas navidades arruinadas por la escasez”, con “precios prohibitivos” y dificultades para encontrar “productos tan de primera necesidad como la leche”.

Sin coches ni pantallas de plasma, pero con langostinos y jamón ibérico

En España, proliferan desde hace semanas las listas de todo aquello que, supuestamente, no vamos a poder encontrar en las tiendas a partir de mediados de diciembre. Coches, televisores, ordenadores y teléfonos móviles lideran la mayoría de rankings sobre escasez inminente, pero también se espera que brillen por su ausencia productos que nos hemos acostumbrado a importar como el café o la mantequilla. Incluso el pan se vería afectado severamente por las malas cosechas en Rusia, mayor importador mundial de trigo.

Entre tanto alarmismo, voces como la de Fernando Bretón, profesor del máster de Dirección Logística de la Universidad Internacional de La Rioja, invitan a la prudencia. En declaraciones a Europa Press, el académico recordaba que “rupturas puntuales de stock ha habido siempre” y que el colapso inminente del comercio mundial sigue siendo, a día de hoy, un escenario muy improbable. En opinión de Bretón, los consumidores deben estar “inquietos pero no preocupados” y, sobre todo, planificar sus compras con previsión y sensatez.

Martínez Marín es de la misma opinión, aunque matiza que novedades como la llegada a España de la variante Ómicron del coronavirus podrían cambiar la tendencia, que ahora mismo es “de vuelta relativa a la normalidad”. El experto resalta que “los puertos ya han empezado a descongestionarse, las políticas de emergencia que se han aplicado están dando resultado y los fletes empiezan a bajar de precio”. Martínez tiene en cuenta que “tal y como explica la teoría de las colas [un modelo matemático que estudia interacciones complejas entre procesos de producción y tiempos de espera y que se aplica en campos como la industria, los negocios o el comercio], el efecto más severo se irá viendo en momentos de mayor demanda, como la temporada navideña”, porque el problema de fondo, el retraso de los contenedores procedentes de Asia, persiste.

Por contra, la escasez de bebidas alcohólicas que se auguraba hace unas semanas parece ahora menos probable. Y Martínez considera que “los productos locales y los producidos en países cercanos, ya sea en Europa o el Norte de África, no van a escasear y resultarán más competitivos que de costumbre ante la escasez de alternativas procedentes de Asia”. En esa categoría entran un alto porcentaje de los productos alimenticios, incluidos aquellos muy demandados durante el periodo navideño, como el marisco o los turrones. También tendremos jamón ibérico, un producto de alto consumo estacional que abunda en nuestro país y se importa, además, de países europeos como Hungría o Rumanía.

De cara al futuro, Martínez considera que se está reaccionando contra el exceso de dependencia de los contenedores procedentes del Pacífico asiático: “Ya está en marcha un proyecto de relocalización empresarial. El mercado aprende rápidamente, el cierre del canal de Suez ya trasladó un mensaje muy claro que ha sido tenido en cuenta”. Muchas compañías “relocalizarán las fábricas a países más cercanos o pertenecientes a la Unión Europea” para que su modelo de negocio no se vea comprometido “por factores externos no controlables”. En especial, se buscan lugares que ofrezcan “ciertos beneficios fiscales y, sobre todo, que permitan garantizar el transporte a los consumidores de forma más rápida, económica y con la mejor calidad posible”.

Es decir, que en navidades futuras tal vez disfrutemos cada vez más de juguetes artesanales realizados no solo en China, sino también en Albania, Ucrania o Marruecos, y de prendas de ropa cosidas en fábricas de Argelia, Serbia o Turquía. Mientras tanto, que el buen jamón de recebo procedente de las laderas de los Cárpatos nos sirva de consuelo si al final no podemos encontrar estos días un ordenador portátil a un precio más o menos razonable.

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