Lola Larumbe: “Un cliente pesadilla típico es el que te pide un libro de hace 25 años, se lo encuentras y luego te dice que es ‘solo para saber”



Lola Larumbe, propietaria de la librería Rafael Alberti, retratada en su local, el martes 21 de diciembre.DAVID EXPOSITO

Lola Larumbe (Madrid, 61 años) tenía 19 cuando cogió el relevo de una de las librerías legendarias del Madrid de la Transición. No solo consiguió conservar el legado con dignidad y apertura de miras, sino que, más de 40 años después, sigue viviendo su trabajo al frente de la Alberti con una ilusión de librera de película. “A veces tengo la pesadilla horrible de que se han caído los azulejos de la fachada. Tengo la sensación de que si eso permanece, permanecerá todo lo demás”, cuenta esta mujer que iba para bióloga pero decidió apostar por una pasión que, desde José Luis Sampedro hasta Almudena Grandes pasando por Joan Margarit, le ha granjeado amistades estimulantes y una forma de vida que no cambiaría por nada.

Pregunta. ¿Recuerda cómo nació su pasión por los libros?

Respuesta. Mi madre venía de una familia de mujeres que leían mucho. Ella estudió económicas pero se casó con mi padre, que era aviador militar, y no trabajó. Estaba conforme con su vida, pero creo que el cuerpo le pedía más. Nosotros éramos cinco hermanos y dábamos mucha guerra, pero a partir de las cinco de la tarde nos decía: “Ahora es mi momento. No me pidáis ni un vaso de agua, tengo que descansar”, y se ponía con sus libros en un sofá o en la terraza. No tenía la famosa habitación propia pero se rodeaba de periódicos, de tomos de enciclopedia que tenía de su abuelo, de libros de filosofía. Construía una especie de muro de protección y yo veía lo bien que estaba ahí dentro…

P. Y cuando usted se hizo cargo de una librería tan progresista, ¿no fue un problema familiar?

R. La verdad es que mis padres eran muy conservadores, pero también sumamente tolerantes. Tuvieron más miedo de tipo económico que ideológico. Yo estaba estaba haciendo biológicas y Jaime y Santi [sus socios] no habían terminado sus estudios. Cuando cogimos el primer local, en Chueca, todo el mundo nos decía que nos iban a atracar porque era terrible, la verdad, siempre estaba lleno de yonkis…

P. ¿Les miraban como bichos raros cuando llegaron a Moncloa, un barrio tradicionalmente ultraconservador?

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.

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R. Ahora ya saben quiénes somos, gente de orden [risas], pero la librería original, que abrió en el 75, había sufrido incendios, pistoleros, intentos de bomba. Había significado mucho. Su fundador, Enrique Lagunero, fue bondadoso con nosotros cuando decidió cedernos el local, aunque quisiera hacer negocio también. Le hicimos gracia: nuestra ilusión, nuestra ingenuidad…

P. Ha dicho alguna vez que cuando empezó tenía una noción muy idealizada de la literatura. ¿En qué consistía exactamente?

R. Estamos hablando del año 79, era un momento de cambio, estrenábamos casi todo: país, democracia, ciudad, barrio… y los libros eran el caldillo en el que pasaba todo aquello. Era un mundo que yo me imaginaba como la vida feliz.

P. ¿Y no lo es?

R. La verdad que sí, que lo es y mucho. Yo me he ido mimetizando con este espacio. Cada vez me siento más como un elemento de aquí.

P. ¿Le ha llegado a dar miedo transformarse en un personaje de novela, obsesionado con su propia creación?

R. Esto no es una tienda: es una familia, es un centro cultural, es muchas cosas a la vez. Me tengo que alejar físicamente de forma terapéutica de vez en cuando, yendo al mar, al campo, a nadar, porque si no me absorbe. El único miedo que tengo es a que un día no podamos seguir porque la gente no venga. Ahora vivimos muy buen momento, pero en 2012, cuando cerraron 20 bibliotecas en Madrid [que compran fondos y animan la lectura], pensamos que era nuestro fin.

P. ¿Cómo elige a los libreros que deja que formen parte de esta familia?

R. Eso no se puede saber hasta que estamos aquí rozándonos y en momentos de presión, pero hay una intuición previa de bondad y de verdad. Es gente que no quiere simplemente pasar, sino que piensa: “Quiero quedarme aquí y quiero que esto sea una forma de vida”. Me preguntan mucho por los inicios y la historia de la librería, pero a mí lo que de verdad me pone es ver en acción a los libreros jóvenes, la intuición que tienen con los libros que salen de las cajas, cómo los abren…

P. ¿Qué es un momento de mucha presión en una librería?

R. Produce mucho estrés el volumen de libros nuevos que llega cada semana, porque tú lo que quieres es sabértelos, colocarlos bien, conocer todo… Si cambiaras toda la mesa poniendo todo lo nuevo cada vez que llega serías un panadero que tira el pan viejo, no un buen librero. En las librerías no hay tiempo para leer, pero los libreros de la Alberti leemos muchísimo, escuchamos la información que viene de los propios lectores y además pasamos mucho tiempo con los libros.

P. Habla de ellos como si fuesen personas…

R. Claro, ¡es que tienen una energía bestial! Ese libro que llegó, que pusiste en una pila de tres y que a los dos días vienen Miguel, Iñaki, Laura o Ana y me dicen: “Se lo ha llevado Bárbara”, que es una chica muy lectora que vive por aquí, que ya se lo ha dejado a otra vecina… los libros tienen su propia vida.

P. ¿Cuál es la visita más inesperada que ha recibido esta librería?

R. Pues quizá cuando vino Isabel Preysler con Mario Vargas Llosa a la presentación de un libro sobre la obra del autor. La puerta se nos llenó de paparazzi y luego la gente del barrio me lo comentaba en la peluquería. Apareció un coche negro, se abrió la puerta, salió una pierna, un zapato con una media… ¡como si fuera una reina! [risas]

P. ¿Y la reina de España no ha venido?

R. Personalmente no, pero sé que algunas cosas que nos piden le llegan a ella, que es muy lectora.

P. Alguna vez ha dicho que el personaje histórico al que más le gustaría conocer es Antonio Machado. ¿Por qué?

R. Primero por su obra, luego por su final, tan simbólico. Y luego es que paseaba mucho por este barrio porque Guiomar, que estaba casada y era su amor platónico, vivía en Rosales e iban a los jardines de la Moncloa para verse un poco a escondidas. Recuerdo que una vez nada más llegar aquí se presentó en la librería una señora muy pequeñita que me dijo así mirándome desde abajo: “Yo soy la hija de Guiomar, ¿sabes?”

P. ¿Cómo se detecta a un cliente pesadilla?

R. Un indicador podría ser que te pida un libro editado hace 25 años, que se lo encuentres y luego te diga que no quería comprarlo sino “solamente saber”.

P. ¿Y hay sesgo de género ahí?

R. Claro, suelen ser hombres [risas].


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