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Los algoritmos que salieron de la universidad para cambiar nuestras vidas

Imaginemos la existencia de un algoritmo que contribuye a que las ciudades sean más habitables. O una herramienta digital capaz de discernir qué estudiantes están en riesgo de suspender antes de que se enfrenten a un examen. O que, a través de placas solares instaladas en el tejado, podamos autoabastecernos de electricidad y transferir una parte a otros usuarios. Lejos de ser ciencia ficción, estos tres proyectos son reales y comparten algo: han nacido de investigaciones realizadas en una universidad. Junto a la docencia, la investigación es una de las tareas fundamentales e imprescindibles de cualquier institución universitaria, incluidas las que funcionan 100% por internet. Y es, sin embargo, una labor desconocida por muchos ciudadanos.

En España, casi el 60% de los 480.315 documentos científicos publicados entre 2015 y 2019 han salido de las universidades. Una cifra que sitúa a nuestro país en el puesto 11º a nivel mundial en el número de estudios científicos, según revela el reciente informe La contribución de las universidades españolas al desarrollo, elaborado por la Fundación CYD. Durante esos años, uno de cada 33 trabajos de investigación publicados en alguna revista especializada del mundo se ha llevado a cabo en España. Y han sido las universidades, con mucha diferencia, los principales focos donde se ha generado todo este nuevo conocimiento.

Los expertos coinciden en que la investigación constituye la mejor receta para progresar y transformar la sociedad con el fin de afrontar los retos globales del siglo XXI, además de formar parte de los pilares estratégicos de la universidad. “En ella es donde podemos cuestionar el statu quo, hacernos preguntas, descubrir nuevos espacios intelectuales y debatir libremente para generar conocimientos que nos permitan avanzar”, reflexiona la vicerrectora de Planificación Estratégica e Investigación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Marta Aymerich. La UOC, por ejemplo, que imparte sus enseñanzas en línea, cuenta con 525 investigadores repartidos en 52 grupos de investigación. Profesionales que generan un importante conocimiento susceptible de ser transferido a la sociedad en forma de soluciones tecnológicas, patentes, aplicaciones móviles y servicios para empresas.

No es casualidad que alrededor de 106.000 investigadores (el 46,3% de todos los que hay en España) se concentren en el sector de la enseñanza superior. El camino más frecuente para entrar a formar parte de estos equipos de investigación es mediante la elaboración de la tesis doctoral, que puede llevar asociada una beca o un contrato predoctoral. Pero los estudiantes de posgrado o de los cursos finales de grado también pueden implicarse en proyectos de investigación a través de las becas de colaboración que convocan algunas universidades.

Tras concluir sus estudios, la mayoría del alumnado decide buscar un trabajo convencional e ingresa en el mercado laboral. Otros, en cambio, deciden dedicarse a investigar. “Les motiva resolver problemas para mejorar la calidad de vida de la sociedad desde su disciplina”, admite desde la Conferencia de Rectores de las Universidades Españoles (CRUE) I+D+i, Ángela González.

Mano a mano con las empresas

En todo este proceso, las empresas ocupan un papel relevante, ya que son imprescindibles para aplicar todo el conocimiento generado en la universidad. Es frecuente que, ya desde el inicio de una investigación, se establezcan acuerdos de colaboración con compañías y otras instituciones. Aymerich explica que esta fórmula favorece que los resultados se trasladen al mercado y a la sociedad más rápidamente. Ha ocurrido, sin ir más lejos, durante la pandemia. El rápido desarrollo de las vacunas contra la covid-19 ha sido posible gracias a la investigación compartida entre compañías farmacéuticas, organismos públicos y centros universitarios.

Incluso es posible crear una empresa desde la propia universidad con el objetivo de extender y aplicar a través de ella los descubrimientos que se han obtenido en investigaciones llevadas a cabo por el personal universitario. El funcionamiento de estas empresas derivadas, denominadas spin-off, es uno de los métodos más eficaces y ágiles para trasladar ese nuevo conocimiento a la sociedad. Este año, por ejemplo, el desarrollo de un chatbot por unos investigadores de la UOC ha permitido sentar las bases de Xatkit, una compañía que desarrolla asistentes virtuales para el comercio electrónico y que se configuran automáticamente según las necesidades de cada tienda.

Immersium Studio es una ‘spin-off’ de UOC que desarrolla herramientas de realidad virtual y aumentada.Immersium Studio

Otra spin-off de UOC, Immersium Studio, acaba de obtener el Auggie Award 2021 en la categoría de mejor solución de salud y bienestar, el premio más importante del mundo concedido por la industria de la realidad virtual. En plena pandemia, esta compañía especializada en crear experiencias de aprendizaje puso en marcha un programa formativo en Realidad Virtual para preparar a sanitarios que carecían de experiencia en las UCI hospitalarias.

La herramienta, disponible en 23 idiomas, ya ha formado a más de 20.000 profesionales en Europa. Luis Villarejo, fundador de Immersium Studio, se vinculó a la UOC en 2005 como investigador. Ingeniero informático de formación, se interesó por la investigación en cuanto entró en la universidad como estudiante. “Me apasiona enfrentarme a un problema para el que no existe una solución. Plantear hipótesis, explorarlas, validarlas, refutarlas, generar conclusiones… es un proceso muy estimulante”, afirma.

Aprendizaje continuo

Àgata Lapedriza, investigadora y profesora de Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación en la UOC, destaca el componente creativo y el aprendizaje continuo que implican las investigaciones en las que participa. Lapedriza está inmersa en varios proyectos relacionados con la inteligencia artificial (IA) y su aplicación en el bienestar humano. Uno de ellos es el desarrollo de una máquina que analiza gestos faciales, lo que supone una herramienta que podría permitir detectar de manera precoz la aparición de enfermedades como el párkinson o la demencia.

Otra de sus líneas de investigación abarca el reconocimiento y categorización en tiempo real de imágenes de espacios y lugares. De hecho, ya existe un proyecto concreto que aborda la identificación de desastres naturales o de incidentes ­–como huracanes, tormentas, volcanes en erupción, incendios o desprendimientos–. “El objetivo es detectar vídeos o fotografías que circulan en las redes sociales sobre sucesos que pueden necesitar asistencia, y que esta detección automática pueda servir para emitir avisos a las agencias de ayuda humanitaria”, cuenta Lapedriza.

Esta experta en algoritmos de aprendizaje artificial tiene claro que la mejor forma de garantizar que la ciencia y la sociedad avancen pasa por una apuesta decidida por la investigación aplicada. “Colaboramos con empresas y con centros hospitalarios para testear los algoritmos que desarrollamos en problemas y en datos locales, y ver así si lo que hacemos podrá en algún momento usarse para ayudar a los sanitarios”, explica. También es importante, añade, que las investigaciones sean interdisciplinares, ya que la mayoría de los problemas reales requieren la colaboración y coordinación de expertos de diferentes disciplinas.

Las ventajas que traen consigo las herramientas digitales pueden, además, dar un impulso de calidad al ámbito investigador. “Han transformado la forma en la que se hace y se divulga la ciencia”, sostiene desde CRUE I+D+i Ángela González. Trabajar en entornos virtuales permite crear una red de colaboradores más diversa e internacional, facilita la comunicación, ayuda a diseñar procesos de trabajo más ágiles y menos burocratizados y contribuye a promover el paradigma de la ciencia abierta y colaborativa, en el que todos los investigadores comparten con la sociedad sus datos, resultados y artículos. Una nueva política de conocimiento abierto que ayuda a resolver los retos globales a los que se enfrenta la humanidad.


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