Los audios de Florentino y un problema de reputación

El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, en un momento del encuentro de Champions League entre Real Madrid y Atalanta disputado el pasado 16 de marzo en el Estadio Alfredo Di Stefano en Madrid.
El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, en un momento del encuentro de Champions League entre Real Madrid y Atalanta disputado el pasado 16 de marzo en el Estadio Alfredo Di Stefano en Madrid.GEtty

Juego subterráneo es la expresión que se utiliza en el fútbol para definir un comportamiento que desdeña la ética, pretende mantenerse oculto y busca beneficios apreciables. Que resulte difícil de detectar no significa que no ocurra y que en ocasiones aflore con estrépito. A esta categoría de juego subterráneo, pero de ruidosas consecuencias, pertenece el reciente caso de las grabaciones efectuadas a Florentino Pérez sin el conocimiento del presidente del Real Madrid y publicadas en El Confidencial.

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Los audios vienen de lejos y pertenecen a José Antonio Abellán, director del programa El Tirachinas en la Cadena Cope entre 2000 y 2009. Abellán ha reconocido que las grabaciones, realizadas entre 2006 y 2012, son suyas, pero niega que las haya filtrado al periódico digital. Es el último caso en un país donde el tráfico de archivos sonoros se ha convertido en un indeseable deporte nacional, revelador de prácticas que producen asco y decepción social.

La traición a la confianza destaca como primer elemento de este episodio. Florentino Pérez no sabía que se le grababan las conversaciones privadas que se han conocido ahora. Existía, por tanto, una voluntad previa de engaño, no se sabe con qué intenciones, pero ninguna amable. En términos deontológicos, el asunto vulnera los códigos éticos más básicos de la profesión periodística. Es una indecencia en toda regla.

La filtración de los audios a El Confidencial y su posterior publicación han generado un debate que remite tanto a la parte ética del caso como al contenido de los comentarios de Florentino Pérez. La justicia dirá si hay materia delictiva en este episodio, como reclama el Real Madrid, pero el caso ha merecido una amplia cobertura mediática y se ha instalado en la opinión pública. Está en la calle.

Afán intrusista

En ese ámbito destaca la perplejidad que han provocado los groseros epítetos que Florentino Pérez utiliza para descalificar a jugadores y entrenadores del Real Madrid, futbolistas como Raúl, Casillas, Cristiano, Figo y Guti, entre otros, y técnicos como Vicente del Bosque o, en una escala menos drástica, José Mourinho.

Impresiona la virulencia que el presidente del Real Madrid utiliza para atacar a sus jugadores, la mayoría de ellos con trayectorias que les ubican en el panteón mítico del club. Y aunque los comentarios se produjeron en la confianza de lo privado, impresiona también el lenguaje garbancero y faltón que utiliza un personaje de su magnitud en el mundo del fútbol y de los negocios.

Esta vertiente desconocida por el público, pero reveladora de carácter, marca una distancia abismal entre el personaje contenido, inalterable y melifluo que aparece ante el público, y una vertiente chabacana que le adscribe a la larga tradición de presidentes conocidos por su afición a desbarrar.

Tan desagradable, pero más inquietante, es su afán intrusista en territorios que no le pertenecen, el del periodismo, por ejemplo. Una cosa es la estrategia de comunicación de un club y otra muy diferente desvelar el tipo de contrato de los periodistas que le resultan molestos —cómo adelantó Florentino Pérez en la conversación, a Roberto Gómez no se le renovó el contrato en RTVE— o predecir el final de un programa de televisión que le incomoda.

Este caso no modificará la posición de Florentino Pérez en el Real Madrid, donde su poder no se cuestiona, pase lo que pase. Para un hombre tan preocupado por las formas y una fijación indisimulada con la imagen pública —abundan sus alusiones críticas a Raúl, Cristiano y Mourinho en este capítulo—, estas grabaciones le presentan en su versión más inclemente y cruda, un presidente hipersensible con las críticas que recibe, pero devastador en las que desliza bajo cuerda. Ahora que se sabe esta diferencia, el problema no será de poder, sino de reputación.

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