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Los candidatos a la presidencia buscan el voto de la Francia que no llega a fin de mes

Los candidatos a la presidencia buscan el voto de la Francia que no llega a fin de mes

Como otros se persignan ante un crucifijo antes de salir de casa, Bernadette lanza una mirada a la bandera roja con la imagen del Che Guevara que cuelga en su pequeño apartamento en la periferia de Reims, en el noreste de Francia. Esta costurera jubilada de 77 años no ha ido jamás a Cuba y sabe que viajar a la isla de su héroe será otro sueño sin cumplir. Lo que no impide que, antes de cerrar la puerta de casa y agarrar su carrito de la compra, lance un “hasta la victoria siempre” para darse valor. Courage, valor, es algo que necesita reunir cada mañana. Con una pensión de 877 euros mensuales, tras pagar las facturas básicas le quedan 15 euros diarios. Con eso tiene que comer, vestirse y afrontar el día a día. Tiembla ante la idea de una avería o cualquier otro imprevisto que le rompa el magro presupuesto. De noche, tiene pesadillas con que le suban el alquiler, porque sabe que no podrá afrontarlo y acabaría, se teme, en la calle.

La historia de Bernadette (que guarda celosamente su apellido) la cuenta en un libro recién publicado, Un bol de coquillettes et plus voilà (Un plato de pasta y ya está), la periodista de Paris Match Charlotte Leloup. Ha tenido un eco inesperado, reconocen tanto la autora como su protagonista en conversación con EL PAÍS, en una Francia donde la pérdida de poder adquisitivo se ha convertido en la mayor preocupación para millones de franceses que este domingo están llamados a las urnas a elegir a un nuevo presidente o presidenta.

Y puede que no lleguen a fin de mes, pero según las encuestas, harán todo lo posible para ir hasta su colegio electoral a votar. Según un reciente estudio de la fundación Travailler autrement, el 86% de los trabajadores denominados “invisibles”, aquellos que tienen empleos clave para la sociedad, pero mal pagados, como ayudantes de enfermería, repartidores, ayuda a domicilio, limpiadores, transportistas, cajeras o vigilantes, y que suponen el 40% de los asalariados en Francia (13 millones de personas), se dicen dispuestos a votar este domingo. No es una mera promesa: el 80% acudió a las urnas en 2017.

Bernadette, protagonista y coautora del libro ‘Un plato de macarrones y ya está’.
Simon LAMBERT (Simon LAMBERT)

No es extraño, por tanto, que los aspirantes al Elíseo hayan redoblado estos últimos días de campaña sus promesas económicas. El jueves, los principales candidatos, el actual presidente, Emmanuel Macron, y la líder de extrema derecha Marine Le Pen aseguraron que sus primeras medidas si ganan la carrera a dos vueltas serán para mejorar el poder adquisitivo de los franceses. Macron prometió mantener el escudo tarifario (limitar su subida) sobre el gas y la electricidad ya en vigor y revalorizar las pensiones este verano para tener en cuenta el fuerte repunte de la inflación. Además, dijo que planteará su indexación para que no pierdan poder adquisitivo. Le Pen, por su parte, prometió reducir el IVA del 20% al 5,5% “sobre toda la energía” y crear una “cesta de productos de primera necesidad” sin ese impuesto.

En el país que antes de la guerra en Ucrania se vanagloriaba de haber logrado una de las tasas de crecimiento económico más altas en Europa tras la pandemia viven 9,2 millones de personas bajo el umbral de pobreza (fijado en 1.102 euros por persona o 2.314 euros para una pareja con dos hijos menores de 14 años), según los últimos datos oficiales. Muchos son jubilados como Bernadette, que ni siquiera llegan a esa cifra y que dependen de la distribución de paquetes de comida y otros bienes básicos de organizaciones como la Cruz Roja.

Gente como Bernadette “vive en la angustia permanente de lo imprevisto. Decirse que si todo va bien, logrará llegar a fin de mes, con dificultades, pero lo logrará. Pero si se le rompe la lavadora o si tiene que comprarse unos zapatos… Los imprevistos la angustian y hasta traumatizan, porque no tiene margen suficiente para gestionarlos”, explica Leloup, que conoció a Bernadette durante un reportaje sobre jubiladas en precariedad en 2018.

Además de Bernadettes, están los “invisibles” del estudio de la fundación Travailler Autrement. El 50% de estos trabajadores muy motivados para votar gana menos de 1.500 euros brutos al mes, por debajo del salario mínimo interprofesional (1.603 euros brutos, 1.269 netos).

Lucie Guéry, enfermera a domicilio de Oudon (País del Loira), se desplaza en su vehículo y apenas cubre el gastos de desplazamiento con el sueldo estatal.
ÓSCAR CORRAL (EL PAÍS)

A unos 500 kilómetros de Reims rumbo hacia la costa atlántica, en Oudon, a las afueras de Nantes, también Lucie Guéry y sus compañeras enfermeras miran con aprensión la subida de precios, sobre todo el de la gasolina. Lejos de las grandes urbes, en los denominados “desiertos médicos” (zonas donde el acceso a la sanidad está por debajo de la media nacional), que afectan a unos 10 millones de personas en toda Francia, la prestación —desde especialistas a enfermeras― se hace en buena medida a domicilio a falta de hospitales cercanos. Enfermeras como Guéry parten de salarios base también bajos que solo pueden redondear con primas (como por guardias de noche), no siempre accesibles en zonas rurales, y perciben 1,25 euros netos por cada visita al paciente. Con el carburante a precio de oro —otra de las inquietudes de los franceses que, fuera de las zonas urbanas, dependen del coche para todo―, este tipo de visitas ha dejado de ser rentable. Cuenta Guéry que cada vez menos sanitarios están dispuestos a hacerlas.

Como otros profesionales, esta enfermera está agotada tras una pandemia en la que se sintió como “reclutada militarmente” sin que le preguntaran y que le ha exigido un enorme “sacrificio” personal y familiar sin grandes recompensas económicas. En esta situación, el alza de precios ha sido la gota de agua que ha colmado el vaso. Madre de dos hijos, ha decidido, a sus 36 años, reorientar su carrera y dejar la enfermería que tanto le apasionaba, pero que no le daría para mantener a su familia si su pareja no se ganara bien la vida.

Lo que no piensa dejar de hacer Guéry, como tantos otros trabajadores invisibles u “olvidados”, como los denominó recientemente el dominical Journal du Dimanche, es ir a las urnas este domingo, igual que Bernadette. “Claro que voy a votar, he votado siempre. Esto concierne a todo el mundo, ¿cómo podría decir que no me interesa votar?”, dice la jubilada que más que pobre, prefiere definirse como de “la clase de abajo”.

Ninguna de las dos, sin embargo, ha decidido aún a quién votará. “Ningún candidato me inspira más que otro, salvo quizás en materia de ecología. No veo a ninguno capaz de arreglar todos los problemas”, apunta Guéry. Pese a ello, irá a votar “porque hay algunos peores que otros” y no quiere “que salga un [Éric] Zemmour u otro extremista con todos los conflictos que hay”. “Votaré por el menos malo. Será por descarte, no por convicción”, reconoce. También para Bernadette, la mayoría de los candidatos ofrecen “solo palabras”. Esta “dudando entre dos”, cuya identidad no quiere revelar. Lo decidirá, probablemente, el domingo mismo de las elecciones. Para inspirarse, está pensando en llevarse la otra foto del Che, la que tiene en su mesilla de noche, al lado de las de dos hijos que fallecieron, de los 11 que ha tenido. “La meteré en el bolso”, bromea Bernadette antes de poner el telediario para ver si algún candidato la acaba por convencer más.

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