Ninguna sorpresa en los resultados de las elecciones legislativas de Irán del pasado viernes. Conservadores y ultraconservadores se han hecho con el Parlamento, donde sus candidatos han conseguido 221 de los 290 escaños. La alianza de reformistas y centristas apenas ha logrado 19. El giro no es tanto fruto de la voluntad popular como de la descarada manipulación preelectoral que eliminó a estos últimos de la mayoría de las circunscripciones. Aún así, también ha pesado el desencanto popular con la situación económica. Ambos factores remiten a las relaciones de la República Islámica con Estados Unidos, cuya enemistad sigue pendiente.
El desaliento se ha evidenciado en la baja participación. Apenas un 43% de los potenciales electores se molestaron en acudir a las urnas, el menor porcentaje desde la revolución de 1979, y eso que el horario de voto se amplió cinco horas. Se trata de un golpe para las autoridades que siempre han exhibido la alta asistencia como prueba de legitimidad y cuyo líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, dijo en vísperas de los comicios que era “un deber religioso”. Pocos han creído su excusa posterior de que el temor al coronavirus alentado por la prensa extranjera alejó a los votantes. Al contrario, muchos iraníes sospechan que los responsables han jugado con el anuncio del brote para justificar el desinterés.
El contraste no puede ser mayor con la movilización que suscitó la reelección como presidente del centrista Hasan Rohani, con el respaldo de los reformistas. Votaron casi dos tercios de los electores, en lo que se vivió como un plebiscito sobre el acuerdo nuclear que su Gobierno había firmado con las grandes potencias. Los iraníes deseaban que su país se abriera al mundo y se relacionara con Occidente. En el Parlamento saliente, elegido en 2016 con una participación del 62%, los reformistas-centristas sumaban 121 escaños frente a los 83 de los principalistas (como se denominan a sí mismos las facciones conservadoras); el resto eran independientes.
La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de abandonar unilateralmente aquel pacto supuso un portazo a esas esperanzas. Por un lado, dio alas a los sectores más ultras de la República Islámica, que nunca vieron con buenos ojos la reducción de su programa nuclear. Por otro, el embargo a las exportaciones de petróleo y el cierre a Irán del sistema financiero internacional que suponen las sanciones de Washington han hundido la economía, y desalentado a los iraníes que confiaban en los reformistas para hacer un cambio desde dentro; las protestas por la subida de la gasolina el pasado noviembre fueron reprimidas con contundencia.
En cualquier caso, el viernes no había alternativa. Tras la descalificación de la mayoría de los candidatos moderados y reformistas, incluidos 90 de los diputados salientes, los conservadores carecían de rivales en 230 escaños. Pero hasta en Teherán capital, la circunscripción que elige más representantes y una de las pocas en la que se presentaba una lista completa de la alianza moderados-reformistas, los principalistas han conquistado los 30 puestos en liza. Similar resultado se ha dado en las provincias de Yazd y Tabriz, tradicionalmente feudos reformistas.
Ese vuelco es tanto el resultado de la abstención (promovida por algunos reformistas y por la disidencia en el exterior), como del desencanto con la incapacidad del reformismo de hacer realidad sus promesas de cambio. Puesto contra las cuerdas por los ultras, Rohani, como en su día el presidente Mohamed Jatami, se ha tragado el sapo y ha optado por defender el sistema. “Al margen del resultado y de las inclinaciones políticas de los elegidos, agradecemos la participación de los iraníes”, declaraba el presidente dos días después de las elecciones, en un gesto de aceptación de la victoria conservadora.
El nuevo Parlamento debilita aún más a Rohani que se encuentra en la recta final de su segundo y último mandato. La mayoría de los nuevos diputados se opuso al acuerdo nuclear, que constituyó su gran apuesta. Aunque el Parlamento no tiene competencias reales sobre la política exterior y de seguridad, el previsible endurecimiento del discurso augura nuevas tensiones con Occidente y prepara el camino para el triunfo de un candidato conservador en las presidenciales del próximo año.
Además, han salido reforzados los Guardianes de la Revolución (Pasdaran), con quienes están alineados muchos de los diputados electos. Los Pasdaran constituyen la rama más poderosa de las Fuerzas Armadas iraníes y, cada vez más, un importante actor económico y político, algo a lo que Rohani también fracasó en poner coto.
Todo ello hace prever un empeoramiento de las relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, algunos observadores se muestran convencidos de que “sin ingresos del petróleo, el régimen no puede aguantar cuatro años más”. Defienden que si bien hasta ahora los dirigentes han descartado hablar con Washington mientras no levante las sanciones, el deterioro de la economía y el consiguiente descontento social van a llevarlos a la mesa. Lo que no está claro es cuánto más tiene que agravarse la situación para que den ese paso.
Facciones más que partidos
En Irán hay inscritos 82 partidos políticos de ámbito nacional y 34 provinciales. Pero esa sopa de letras tiene escasa relevancia en las elecciones. Los candidatos se presentan a título individual y aunque se agrupen en listas, los votantes tienen que seleccionarlos (y escribir sus nombres) de uno en uno. Es frecuente que algunos aparezcan en varias listas. De ahí que pese más la afiliación a una facción (reformista, centrista, conservador o ultra) que la militancia en un partido que ni presenta un programa electoral ni luego impone disciplina de voto a sus miembros.También resulta difícil calibrar la orientación de quienes se presentan como “independientes” y que luego se unen a la bancada que les interesa.
En el recién elegido Parlamento, hay 38 independientes (incluidos 5 representantes de minorías religiosas), además de 221 conservadores y 19 reformistas. El resto de los escaños se elegirán en segunda vuelta el 17 de abril al no haber obtenido el mínimo de un 20 % de votos exigido por ley.
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