Los dos grandes errores de Rocío Carrasco

Nunca quiso hablar de ello. Ni siquiera reconoció que el trato que recibía de su entonces marido estaba mal; ni las agresiones verbales, ni las físicas, ni las amenazas, ni las mofas, son propias de alguien que te quiere, por mucho que lo hayas elegido para compartir tu vida. Como la mujer del chiste, aquella que al preguntarle si su marido le pegaba, contestó convencida: “lo normal”. Tras más de veinte años de silencio, Rocío Carrasco derrama su historia y cúmulo de “golpes”, los que cuenta le ha asestado a lo largo de 25 años su exmarido Antonio David Flores, en la serie documental que este miércoles alcanza su episodio número 11. Los que más le duelen tienen nombre: Rocío y David.

Rocío Carrasco, con su hijo David Flores, hace 9 años / Gtres
Rocío Carrasco, lo tiene claro, sus dos hijos son lo más importante / Gtres

La Carrasco, mujer y madre, ha cometido errores. El primero, elegir al hombre equivocado. Un hombre que le dio “mala vida”, como la propia Jurado confesó una vez, desde los primeros meses de convivencia, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad. “Lo normal”, ¿no? No, no es lo normal. No es lo que quiere una mujer. Tampoco un hombre desea que su pareja no le trate bien. Todos esos “golpes” la dejaron K.O, con secuelas psicológicas. Esas lesiones, diagnosticadas y, posteriormente valoradas por los peritos psicosociales adscritos al Tribunal Superior de Justicia de Madrid, es lo que Rocío Carrasco denunció, cuando ya no pudo más en diciembre de 2016. Presentó denuncia por lesiones psicológicas, quebrantamiento de los deberes de custodia e inducción de menores. El fiscal lo derivó a Violencia de Genero. El presunto delito de lesiones quedó sobreseído provisionalmente en noviembre de 2018. Solicitó reapertura tras presentar nuevas pruebas en 2019: intento autolítico informado por varios médicos. Sí, pero no. No hay precedentes. La juez de Violencia de Género sí encontró indicios suficientes para juzgar por maltrato a Antonio David Flores. El Fiscal, no. A partir de ahí, una espiral de negativas que pasan por la Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo, hasta el último en octubre pasado. Los otros dos delitos, archivados. Considerada víctima de violencia de género durante meses finalmente no ha podido demostrarlo. La primera resolución que sentaba a su exmarido en el banquillo de los acusados fue revocada. No lo ven claro. Nunca ha habido juicio. Nunca le han tomado declaración en sala, nunca han hablado los testigos, ni tampoco el denunciado. No ha sido absuelto, pero tampoco juzgado.

Rocío Carrasco
Rocío Carrasco denunció a su exmarido cuando ya no pudo más, en diciembre de 2016/Gtres

No había precedentes y no era fácil, pero ella sabía lo que había vivido, lo que había sufrido. Había perdido a su hija, que abrazó la hostilidad del padre contra ella; tanto que terminó a golpes con su propia madre, desgraciadamente, y acto seguido la denunció, de la mano de su papá. Se fue a vivir con él y su mujer. Ninguno hizo nada. Fue como aprobar la violencia, justificarla, como decir ningún juez me ha dado la custodia, pero mi hija se viene conmigo, teniendo en cuenta como se desarrollaron los hechos. Hasta se negaron a una mediación, tras resultar la joven, finalmente, condenada por el delito que ella misma había denunciado a su madre. Después, le llegó el turno a David, su segundo hijo. Su padre no cumplió el régimen de custodia. Lo retuvo durante varios meses y al cumplir la mayoría de edad, tuvo que desistir judicialmente.

Rocío conoció a Antonio David con 17 años, un amor de verano al que decidió dejar y separarse tras 3 años de matrimonio y 2 de convivencia. Ya había aguantado suficiente, “lo normal”. En su matrimonio eran tres, como en el de Lady Di y el príncipe Carlos de Inglaterra. Lo encajó mal, muy mal. “Te vas a cagar, Rociíto”, asegura que le dijo. La separación significaba adiós a su vida con servicio, a una suegra famosa, “la más grande”; a vivir en La Moraleja y sin apenas dar palo al agua, cochazo en la puerta y hasta un nombre en la prensa: “el marido de Rociíto”. ¡Cómo molaba, macho! Cuando salió de la Guardia Civil por la puerta de atrás, al ser condenado por apropiación indebida, ser marido de Rocío Carrasco prometía, como poco, tener la vida medio solucionada. Rocío seguía enamorada o eso creía ella, pero Flores no se preocupó ni lo más mínimo de respetarla. Se dedicó a agredirle verbalmente, a hacerle luz de gas, aislarla e incluso agredirle físicamente, amén de engañarle con otras mujeres. Así lo cuenta la propia Rocío Carrasco en la serie documental “Rocío. Contar la verdad para seguir viva”. Llegó el segundo hijo, David, pero el matrimonio estaba muerto. Rocío, por dentro, también.

Rocío Carrasco y Antonio David, con su hija Rocío Flores / Gtres
Rocío Carrasco y Antonio David se divorciaron en noviembre de 1999. EN ese momento comenzó la batalla / Gtres

Decidió separarse. Fue en noviembre de 1999. En ese momento, comenzó una cruenta batalla. Flores recurrió la sentencia que otorgó la custodia a la madre. Quería quedarse con los hijos, 3.000 euros por cada uno de ellos y 2.500 para él. Los hijos como arma arrojadiza. Eran pieza clave. No lo consiguió y no lo encajó nada bien, parece. Ya era suficiente famoso y comenzó a jugar con los medios. Serían su gran aliado para desprestigiar a la mujer que le había plantado. En su guerra, la munición eran los dos pequeños. Acuñó el sello de mala madre a medida y lo estampó a fuego en cada declaración. Solicitó después la custodia compartida; total, eran niños y podían vivir entre dos casas, viaje para arriba y para abajo, entre Málaga y Madrid. ¿Favorecer la estabilidad emocional de los niños? ¡Era su derecho como padre, hombre! Fue entonces cuando Rocío Carrasco cometió el segundo gran error de su vida: concederle la posibilidad de compartir ese derecho. Hoy no puede estar más arrepentida. Se cumplió aquel “te los voy a quitar” que le dijo recién separados.


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