Steve Herman amaneció el viernes con el acto reflejo de cada mañana, “coger el móvil y tuitear una noticia de última hora” para sus 112.000 seguidores. “Hasta que recordé que me habían suspendido la cuenta permanentemente”, contó a mediodía, hora de Washington, en una conversación telefónica con . “Me sentí como quien ha perdido un brazo y aún lo siente”. Periodista con una larga experiencia en Asia que trabaja como corresponsal nacional jefe de Voice of America, servicio de noticias dependiente del Gobierno estadounidense, a su abultado currículo puede añadir desde el jueves por la noche haber sido expulsado de Twitter por Elon Musk, junto a, al menos, otros nueve reporteros. No les avisaron ni les han dado una explicación. Uniendo los puntos, lo que parece asimilarlos es que últimamente se mostraron críticos de una manera o de otra con el magnate y su gestión de la red social, que este adquirió en octubre por 44.000 millones de dólares.
Musk los acusó de doxxearlo, neologismo que define el acto de revelar información personal de otro usuario en Internet de modo malicioso. Los incluía, por tanto, en el saco de un tuitero llamado Jack Sweeney, que mantenía una cuenta, ya suspendida permanentemente, llamada @Elonjet, que revelaba en tiempo real el paradero de su jet privado. La seguían medio millón de usuarios. “Criticarme todo el día está bien, pero compartir la ubicación de mi familia y ponerlos en peligro, no”, tuiteó Musk el jueves.
Pregunta. ¿Hizo eso de lo que Musk le acusa?
Respuesta. No. Eso es completamente falso. Doxxear significa revelar información privada con intenciones maliciosas. Yo no hice eso. Tampoco el resto de los reporteros lo hicieron. Enlazaron o hablaron sobre la cuenta @Elonjet. Pero esos periodistas, incluyéndome a mí, no estábamos revelando la ubicación de Musk en tiempo real. En mis tiempos como reportero de la Casa Blanca, compartí la ubicación del presidente de los Estados Unidos muchas veces. Era información pública. Musk es una figura pública. Es el dueño de Twitter y, le guste o no, las ventajas de ser una figura pública acarrean cierto pesado escrutinio.
P. ¿Le sorprendió que le sacaran la tarjeta roja?
R. Me sumió en un shock del que aún no me he recuperado. Pero no me sorprendió. Yo estaba tuiteando sobre los compañeros expulsados, y me tocó a mí. Supongo que me pilló la bola de nieve colina abajo.
P. Usted no es un reportero de tecnología.
R. No, pero sí tuiteo sobre Twitter. Y obviamente Musk es parte de Twitter. Desde agosto, he escrito un par de veces sobre él
P. ¿Tuvo tiempo de salvar sus tuits?
R. En previsión de lo que podía pasar, hice una copia de seguridad hace un par de semanas.
P. Musk ha montado una encuesta para saber si los usuarios de Twitter desean que regresen a la plataforma inmediatamente. Si le abren la puerta, ¿volverá?
R. Lo primero: la encuesta me parece irrelevante. Salga el 10% o 90%, Musk va a hacer lo que le venga en gana. Si me readmiten, volveré, siempre que sea sin condiciones. En el pasado, han obligado a los expulsados a borrar o filtrar ciertos tuits. Por ahí no paso. No tuiteé nada que violara ninguna regla, o ninguna ley. Claro que eso es difícil saberlo, porque en el Twitter de Musk las reglas cambian cada hora.
P. Es lo que pasa cuando construyes una plaza pública en un coto privado y este acaba en manos de alguien como Musk.
R. Él puede decidir cuáles son las reglas, en eso estamos de acuerdo, pero sería bueno saber cuáles son, para decidir si nos quiere allí. Si no quiere periodistas, que lo diga. Iremos a otro lugar. Establecí hace semanas mi póliza de seguro al crear cuentas en otras plataformas de redes sociales como Mastodon. Anoche tenía 3.100 seguidores. Ahora mismo, 21.000. Hay vida después de Twitter.
P. ¿Cree que Musk defiende la libertad de expresión?
R. No. Creo que los hechos hablan por sí solos.
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