Los hermosos 75 años de Marisa Paredes: “Jamás he perdido el tiempo”


Acaba de recibir tres ofertas de trabajo y el premio de honor del Festival Internacional de Nantes, en Francia. En sus ojos verdrigrises está la felicidad con que resume su vida. Marisa Paredes acaba de alcanzar los 75 años, los cumplió el sábado. “Jamás he perdido el tiempo. O, por lo menos, no demasiado”. Celebra aciertos y asume errores. En estas sillas del Café Gijón hace un repaso, y empieza por este escenario. Aquí venía a escuchar a los sabios, cuando se desprendía de la adolescencia y ya era una actriz . Debutó a los 14 diciendo una frase que también está en El padrino: “¡Han matado al compadre Turino…” Ahí la vio Víctor Vadorrey, que la mandó a ver a Conchita Montes, que ensayaba en el Teatro de la Comedia. La madre, “que era un cascabel: solo se enfadaba con mi padre”, ya no se pudo negar a que aquella adolescente empezara a ser la vida que cuenta hoy. Ella regentaba una portería de la Plaza de Santa Ana; el Español era el vecino de Marisa, y para siempre el teatro, el cine, la radio, la televisión, fueron sus escenarios. La vida es su escenario. Aquí celebra sus edades como si empezara a brindar por su primer éxito. El azar le ha traído ahora ese trío de ases: papeles en tres proyectos, uno en Praga, otro en Italia, otro en España… “Ah, pero no te puedo dar detalles”.

Acaricia la mesa, mira las paredes: “aquí se sentaban aquellos sabios: Fernando Fernán-Gómez, Manuel Aleixandre, José García Nieto, Pepe Díaz… Estaba empezando la vida interesante, y yo tenía 15 años. Empecé escuchando discutir… Aprendí así política, arte, literatura. Aprendí de lo que había que hacer, y de las cosas que no había que hacer…, y no las hice”. Aprendió “a no olvidar de dónde vienes, a no olvidar a los maestros… Mi madre decía: ‘Las mujeres solo fuimos personas con derechos con la República: derecho al voto, matrimonio civil…, tantos derechos que Franco canceló’. En definitiva, independencia. Por mi madre estoy aquí, mi sostén, mi cómplice. Ella y mi abuela me enseñaron a no tener miedo… Mi abuela, Gabriela Criado, la llamaban la Gualixa, porque era de Guadalix de la Sierra era mujer de campo, tuvo 11 hijos, aún sobreviven tres, uno de ellos tiene 99 años”.

Aprendió a leer sola, “porque un vecino tenía tebeos”, y a tener “mis propios sueños”. Eran sueños “infinitos, grandes, muy potentes, para conseguir lo que fuera… Mi madre me dijo: ‘Marisita, hija, lucha por lo que quieres”. Cuando fue a ver a Conchita Montes se vistió de mayor, “porque ya era alta y estirada, pero tenía 15 años. ¡Nunca he sido pequeña, ni siquiera de alma!” Tiempos bellos, y tiempos duros. En la plaza estaban los pederastas que perseguían a las chicas. La primera vez de los exhibicionistas es difícil sacársela de la cabeza. La dictadura, la represión, el silencio y el miedo. “Todo dicho a media voz. Todo secreto. Todo el mundo tenía miedo. Y en las casas el silencio era de miedo”. El miedo al padre. “¡Que viene papá… Ese susto”.

A los ocho años se enamoró, y ya luego se enamoró muchas veces. Con Antonio Isasi Isasmendi tuvo a María, su única hija, “¡la flor de mi vida!”, que es actriz también. “Aprendí de mi madre que no me debía casar, ¡es que no había divorcio! Mi padre dijo que no miraría ni a la madre ni a la hija si Antonio no se casaba. Luego fue el abuelo más cariñoso”. Isasi y ella tuvieron “un proyecto de vida juntos”, pero no llegó más allá de los siete años de relación. “Tuvimos una parcela por Pozuelo, donde mi padre se hizo una huerta. La historia, como todas, tiene un final. María tenía seis años, empezaron entre Antonio y yo las desavenencias y mis desconciertos. La diferencia de edad (17 años) marcaban también una diferencia de proyectos”. Enamoradiza, tuvo otros amores, hasta que hace 30 años encontró a Chema Prado, fotógrafo, artista, exdirector de la Filmoteca Nacional, “de carácter muy recio, un poco testarudo, muy honesto, capaz de decir no a cosas a las que muchos dirían que sí”.

El trabajo le dio nombres propios inolvidables. Lluis Pasqual, “el que más confió en mí”; y Pedro Almodóvar, “definitivo en mi vida, por su sentido de la libertad y del compromiso con el trabajo”. No se puede olvidar de Cayetano Luca de Tena, de Juan Guerrero Zamora, de Josefina Molina, de Pilar Miró, de María Asquerino. Y no puede olvidarse de cuando, presidenta de la Academia de Cine, protagonizó con sus compañeros aquel “No a la Guerra” contra la guerra de Irak en la que, en 2004, Aznar entrometió a España. “Un momento histórico de gran trascendencia. Un acto de libertad. Todo el país negaba la guerra y aquella mentira de las armas de destrucción masiva. Toda la profesión salió y todo el mundo siguió aquel grito… Metí en una caja de zapatos, yendo a la gala, las pegatinas de ‘No a la Guerra” Su madre, aquellas enseñanzas de libertad, renacen, en este espacio del Café Gijón, con esa memoria de mujer gritando contra la guerra en el templo de su oficio. Al irse cuenta las ofertas que le acaban de llegar, dentro y fuera del país. “Estoy renacida, llena de energía. ¡Y voy a ser abuela!”. Marisita se siente plena al cumplir los 75.


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