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Los héroes traen la Copa más deseada

El sexto título de la historia y el primero en 34 años ha colmado los objetivos primordiales de la Real. Más allá de esta temporada. Ganar la final se entendía en el seno del club como el éxito que marque una época y como tal ha sido acogido el triunfo al Athletic. La felicidad aportaba un brillo extraordinario en las miradas de una expedición exultante a la vuelta de una nueva tierra prometida como Sevilla.

Para la Real, era el partido que había que ganar como fuera. La victoria en la final había alcanzado la ascendencia de necesaria en el camino de dotar al proyecto de una notoriedad prestigiosa capital para instaurar en la entidad una era gloriosa. La raíz de los tiempos felices se cultivó en La Cartuja y el tronío del triunfo quedó patente en una celebración que se alargó la noche del sábado en Sevilla. Como mandan los cánones.

La planta noble de la Real, sus máximos responsables, están encantados con la reaparición en el mapa de los títulos. El motivo principal es que creían a pies juntillas en que era el momento. Por la envergadura de un proyecto ambicioso; por el carácter exclusivo de la ocasión; porque, en definitiva, tres décadas y media sin ser campeones se estaban haciendo eternas.

Héroes en el silencio

La felicidad era absoluta, plena, en la comitiva que despegó en Sevilla con retraso respecto al horario previsto y aterrizó en Gipuzkoa a mediodía. La Real trajo la Copa más deseada ‘en los penaltis’, una hora larga más tarde del programa estipulado. Cuestiones lógicas por la dulzura de la resaca. Los rostros compartían una enorme satisfacción con las ojeras del cansancio. Sólo algunos se animaron a alzar el puño, en señal de conquista: Moyá, Aihen, Zaldua, Zubeldia… De recoger la Copa se encargaron al alimón Illarramendi y Oyarzabal. Un capitán de cada asidero. No vaya a ser que se perdiera. Imanol siguió desprendiendo simpatía y, a la cabeza de todos, el presidente Jokin
Aperribay se declaraba emocionado con la consecución de la Copa.

Reinó el silencio en Hondarribia. Las medidas decretadas para salvaguardar la seguridad en plena pandemia descafeinaron un recibimiento a los campeones que en una situación social convencional habría sido apoteósico en la puerta del aeropuerto. La prensa y los allegados de los viajeros fueron los únicos testigos. La instalación de Hondarribia estaba acordonada por todas las esquinas. Con tal de esquivar aglomeraciones, los seguidores tenían el acceso prohibido al aeropuerto.

Los primeros en poner pie en tierra fueron directivos, invitados y patrocinadores. “Aupa!”, gritó López
Ufarte, encantado de traspasar un legado histórico.


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