Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030, la erradicación de la pobreza y la desigualdad, y el progreso de los países en desarrollo. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
“Nunca imaginé que estaría tres meses en ese infierno”, lamenta Delfina Polo Vivero tras sobrevivir a sus 30 años a la covid-19 en cuidados intensivos. La doctora colombiana lo logró luego de dos paros cardiorrespiratorios, en coma inducido y conectada a una de las pocas máquinas de oxigenación con membrana extracorpórea (ECMO) que existen en su país. Sin embargo, lo que padeció no es un caso aislado para los adultos jóvenes de Latinoamérica. A diferencia de sus pares en países ricos, los menores de 39 años en esta región están en mayor riesgo de morir o enfermar gravemente por coronavirus, según un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Más información
“Era consciente de que al estar en primera línea me iba a contagiar”, recuerda la profesional que fue convocada en marzo para atender la pandemia en la Policía Nacional en Cartagena. Esto pese a que sufría de asma. A los tres meses, el 70% de su área se contagió. Uno de sus colegas falleció a los 38 años y, en pocos días, Polo ingresó a Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) con el 80% de sus pulmones comprometidos.
Colombia es uno de los cinco países en desarrollo con el mayor número de muertes confirmadas por coronavirus, junto a Perú, México, Brasil y Sudáfrica. Al comparar los datos de estos países con los de altos ingresos que han tenido una similar tasa de mortalidad, el BID llega a una preocupante evidencia para Latinoamérica: son los adultos jóvenes (20 a 39 años) y de mediana edad (40 a 50 años) de esta región quienes más mueren por esta enfermedad. Por ejemplo, en Colombia 30 de cada 100 muertes por covid-19 son personas menores de 60 años. Mientras que en Estados Unidos la cifra se reduce a 12 de cada 100 muertes.
En Colombia 30 de cada 100 muertes por covid-19 son personas menores de 60 años. Mientras que en Estados Unidos la cifra se reduce a 12
A Polo aún le cuesta procesar que estuvo cerca de ser parte de esta estadística. “A pesar de mi deterioro físico, por mi edad decidieron hacerme la terapia ECMO”, reconoce quien fue trasladada a otra ciudad para este procedimiento con tecnología escasa en la región. Precisamente, el acceso más limitado al sistema de salud es una de las razones por las que las poblaciones más jóvenes de estos países tiene menos posibilidades de recuperarse de la covid-19. El virus es el mismo, pero no es igual enfermar en Colombia que Estados Unidos. De hecho, según la investigación del BID, un paciente entre los 40 y 49 años en un país en desarrollo tiene estadísticamente la misma probabilidad de morir que uno de 60 a 69 años en uno rico.
“Cuando desperté, las cicatrices aparecieron y vi cómo mi vida había dado un giro completo”, recuerda. En los meses siguientes, la joven doctora tuvo que volver a aprender a hablar, escribir y caminar, con secuelas para toda su vida: hipertensión por los paros cardiorrespiratorios, diabetes por los corticoides y fibrosis pulmonar que, en poco tiempo, la obligará a usar oxígeno permanente.
Parte de esta diferencia con los países ricos también se explica en la prevalencia de enfermedades preexistentes, como la de Polo, que dan lugar a complicaciones más graves. Para Juan Pablo Chauvin, economista e investigador del BID, las condiciones socioeconómicas de las familias latinoamericanas están correlacionadas con sus condiciones de salud. “Las familias más pobres, especialmente en ciudades, tienen mayor probabilidad de estar expuestas a entornos poco saludables, altos niveles de contaminación, o condiciones de trabajo con riesgos para la salud. Una mayor proporción de la población de la región enfrenta estas condiciones que en países de altos ingresos”.
Por si fuera poco, esas mismas desigualdades afectan la recuperación de los pacientes. Como relata Polo, durante su hospitalización y tiempo de incapacidad médica, no recibió salario ni indemnización. Ante el posible embargo de su casa, tuvo que “quitarse el oxígeno” y salir a trabajar tres meses antes de lo previsto por los médicos.
Muertes de las que nadie habla
“Me da mucha tristeza ver cómo los jóvenes se descuidan cada vez más”, dice la doctora, quien mantiene estrictas medidas por temor a volver a contagiarse. Pero ese miedo no es común en la juventud. Incluso cuando Latinoamérica era epicentro de la pandemia, un tercio de los jóvenes no sentían ese riesgo, según una encuesta de Unicef.
Si bien esa falsa seguridad no es exclusiva de los jóvenes latinoamericanos, para Chauvin el desafío está en que el mayor riesgo al que están expuestos todavía “está poco publicitado”. Eso sucede en Perú, el país más mortal por habitante en la región, donde el 20% de fallecidos tenía entre 20 a 29 años.
“Las noticias de que los jóvenes somos asintomáticos reforzaron la invulnerabilidad que se nos atribuyó”, explica Freddy Requejo, coordinador de la Brigada Voluntaria de Agentes en Salud en ese país. “Ante la falta de concientización, debemos llegar con información a los estudiantes jóvenes”, precisa el especialista de la organización universitaria que les ha permitido entender mejor la crisis con charlas virtuales de salud mental, vulnerabilidad y autocuidados.
La edad no puede ser en sí misma un indicador suficiente para priorizar las vacunas en Latinoamérica
Pero todavía en Perú se habla poco de la alta tasa de mortalidad juvenil de la primera ola. Una incidencia que no se repite en ningún país en desarrollo y valida aún más la relación que hace el BID entre letalidad y falta de acceso a servicios de salud. Cuando el virus llegó al país, solo había 820 camas UCI para sus 32 millones de habitantes, según la Sociedad Peruana de Medicina Intensiva. Tampoco disponía de oxígeno suficiente. Carencias que hicieron de la primera ola, un tsunami que dejó a muchos peruanos sin respiración ni cuidados intensivos.
Vacunas desiguales
A medida que los países inician la vacunación contra la covid-19, los resultados del estudio del BID son una señal para Latinoamérica: la edad no puede ser en sí misma un indicador suficiente para priorizar las vacunas. “Parece importante considerar a las personas que, por sus condiciones socioeconómicas, tienen mayor riesgo de contagiarse y propagar la enfermedad, en especial aquellas que viven en condiciones de alto hacinamiento residencial”, indica Chauvin.
Sin embargo, la adquisición de vacunas reproduce, una vez más, la desigualdad entre países ricos y pobres. Mientras Reino Unido, Estados Unidos y Canadá ya han comprado vacunas para inmunizar varias veces a sus habitantes, según el tablero de información de Unicef; países de menos ingresos como Colombia y Perú podrían obtener suficientes vacunas para toda su población recién en 2024.
No es casualidad que los jóvenes de estos países hayan encontrado en los ensayos clínicos de las vacunas una forma de contrarrestar esta inequidad. “Me inscribí porque quería estar vacunada en caso sí funcione”, asegura Rosmery Cueva, una de los 10.000 de voluntarios de la vacuna del laboratorio Sinopharm que han ayudado al Perú a estar en una mejor posición en las negociaciones y concretar así la compra del primer millón de dosis que llegarían este mes para la primera línea.
“Este proceso experimental nos ha permitido colaborar con nuestro país en un momento en que no sabemos qué va a pasar”, dice. Aun cuando es incierta la fecha en que el país contará con vacunas suficientes para todos sus habitantes, la voluntaria reitera: “Siento que ayudé a que de alguna forma la incertidumbre no sea tanta”.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.