EL PAÍS

Los jóvenes iraníes dan la espalda a la República Islámica: “No queremos a este régimen que mata a gente en la calle por protestar”

En Teherán, hay quien dice que a Mahsa Amini, la joven de 22 años cuya muerte bajo custodia policial el 16 de septiembre desencadenó las protestas en Irán, no la detuvo la policía de la moralidad por llevar mal colocado el velo, como se ha dicho, sino que la arrestaron por vestir un pantalón ajustado. Poco importa, visto el terrible destino que aguardaba a esta mujer y que las razones por las que esa policía detenía a las iraníes eran tan abundantes como absurdas: por dejar ver un poco de la pantorrilla; por lucir unos labios rojos o por calzar botas consideradas provocativas, entre otros muchos supuestos motivos. Una mujer en Irán puede ser detenida hasta por cantarle en público “Cumpleaños feliz” a un amigo. En este país, es ilegal que una mujer entone una melodía ante un auditorio con hombres, algo que se considera puede excitarle sexualmente.

Tras el rastro de sangre de los alrededor de 500 muertos que, según Iran Human Rights, ha provocado la represión de cinco meses de manifestaciones contra el régimen, para muchos jóvenes iraníes, ya no hay vuelta atrás. “Nosotros gritamos ‘Mujer, vida y libertad’ [el lema de las protestas] en la calle y vimos cómo la policía disparaba a la gente. Luego se llevaron a los heridos en ambulancia, pero esos heridos no llegaron nunca a los hospitales. Los llevaron directamente a la cárcel”, asegura en inglés Shirin, el nombre falso de una de las cada vez más numerosas iraníes que se quitó el velo tras la muerte de Amini y que, este jueves, caminaba por la calle Kalantari de Teherán, con su novio, Reza.

A sus 19 años, Shirin, estudiante de instituto, quiere “una democracia”, dice. Luego rechaza con un mohín asqueado la pregunta sobre la República Islámica: “No tenemos pan, no somos libres, la vida aquí es muy difícil. Los jóvenes no queremos a este régimen que mata a personas por protestar en la calle. Ninguno de nuestros amigos lo quiere”, asegura mientras Reza asiente, antes de alejarse de la mano con él.

Desde atrás, su melena es bien visible, serpentea hasta el final de su espalda. Y en Irán, el no llevar velo no solo sigue siendo ilegal, sino que se considera un acto político de desafío a las autoridades. Mucho más después de unas protestas que han convertido la lucha contra el hiyab obligatorio en el símbolo del hastío de muchas iraníes con unas leyes que las convierten “en ciudadanas de segunda clase”, sostiene Zahra. Sentada en un banco del centro comercial Palladium, esta chica de 26 años se indigna porque “los padres y maridos” pueden prohibirles “trabajar, estudiar y viajar a las mujeres”.

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En la celebración del 44º aniversario de la República Islámica, el pasado sábado, el presidente del país, el ultraconservador Ebrahim Raisí, se jactó del “fracaso” de lo que llamó “disturbios” en el discurso que pronunció ante una multitud de partidarios del régimen en Teherán. Luego aseguró que su Gobierno tiene los “brazos abiertos” para quienes participaron en unas manifestaciones en las que también murieron entre 70 y 80 agentes de las fuerzas de seguridad, según cifras oficiales iraníes.

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En 2020, la población iraní tenía algo menos de 32 años de media, según el Banco Mundial. En España, por ejemplo, sube hasta rozar los 44. Más de un tercio de ellos aún no ha cumplido 24 años. Ninguno de esos jóvenes ha conocido otro régimen más que el actual. En este país de gente joven abundan, sin embargo, los murales con las fotos de los mártires de la guerra con Irak, que terminó en 1988, antes de que ellos nacieran, y de un fundador, el ayatolá Jomeini, que falleció un año después, en 1989. El actual líder supremo, el también ayatolá Alí Jamenei, tiene 83 años. Mona, una iraní en la veintena, lo tiene claro. Mientras entra en un restaurante del sur de Teherán, con su pelo rojo al aire, sentencia: “La República Islámica es el pasado”.

La crisis de legitimidad del régimen iraní que han demostrado las manifestaciones en realidad venía de mucho antes y ya había quedado patente en las elecciones de junio de 2021. En esos comicios, Raisí obtuvo la presidencia, pero solo con los votos de un tercio del electorado. La participación, del 48%, fue la más baja de la historia de la República Islámica, que solía registrar datos de afluencia a las urnas superiores al 70%. Además, casi un 13% de quienes votaron, lo hicieron en blanco.

Valla publicitaria con una foto del ayatolá Jamenei con niñas, el 11 de febrero de 2023 en Teherán.

No todos los iraníes de las nuevas generaciones piensan como Shirin, Reza, Zahra y Mona. También los hay que siguen creyendo en la utopía islamista con la que soñaba Jomeini, que prometió que los mostazafan ―los oprimidos― heredarían la República Islámica. Una de ellas es Fatimeh, de 17 años, cubierta con el chador negro hasta los pies que las mujeres más conservadoras de Irán lucen. En la enorme mezquita Imam Jomeini de Teherán, donde ejerce de voluntaria, esta adolescente definía este viernes al régimen de su país como “el triunfo de la luz frente a las tinieblas de la oscuridad”.

El 30 de enero, el Ministerio de Trabajo y Bienestar Social del país divulgó un informe en el que se elevaba a un tercio de la población el porcentaje de iraníes sumidos en una pobreza extrema. En un año, entre 2020 y 2021, la cifra de pobres de solemnidad en Irán se duplicó, una miseria de la que las autoridades culpan a las sanciones de la comunidad internacional por el programa nuclear del país. Los expertos añaden que otra causa mayor del empobrecimiento de la población es la corrupción del propio régimen. Esa marea de nuevos pobres convive en Irán con 250.000 millonarios, calculó en 2020 la consultora internacional Capgemini. Esos datos, junto a la imagen de los mostazafan con las chaquetas raídas que el viernes rezaban en la mezquita de Fatimeh, apuntan a que ni Jomeini ni sus sucesores en el poder han cumplido su promesa de dar pan y dignidad a todos los iraníes.

La represión ―los muertos en las calles, los cuatro jóvenes ahorcados, los 20.000 detenidos― ha ahondado el abismo que nació de la falta de pan y, por encima de todo, de libertad. Y quienes más parecen añorar esa libertad en Irán, a juzgar por su protagonismo en las manifestaciones, son las mujeres y los jóvenes. El propio ministro de Interior, Ahmad Vahidi, reconoció el 26 de enero que las protestas desatadas por la muerte de Mahsa Amini habían abierto “una profunda grieta sociopolítica” entre el régimen y la juventud del país.

Gestos conciliadores

Las autoridades han multiplicado en los últimos días los gestos conciliadores y las acciones destinadas a ofrecer un rostro más amable. El 3 febrero, Jamenei anunció que “decenas de miles” de detenidos serían liberados. Un número desconocido de ellos ya ha salido de prisión. Ese mismo día, el líder supremo apareció en un colegio, en la ceremonia en la que las niñas se ponen por primera vez el velo, y que se celebra a los nueve años, la edad en la que cubrirse el cabello se hace obligatorio. Las fotos del anciano, rodeado de emocionadas pequeñas vestidas con chadores de florecitas, aparecen ahora por doquier en vallas publicitarias de Teherán, con una leyenda: “Los ángeles de Irán”.

Puede que esos gestos lleguen tarde. En la lujosa calle Fereshteh de la capital iraní, Nika, nombre falso de una iraní de 32 años, entornaba este viernes sus párpados pintados de turquesa, mientras tildaba a su país de “dictadura”. En una cafetería de la popular cadena Sam, una adolescente con una melenita corta y rizada trabajaba en su ordenador sentada frente a un gran ventanal, junto a un jarrón lleno de margaritas. En sus pies, unas botas militares como las que llevan muchas chicas occidentales.

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