Hace siete años, las ambulancias recorrían zumbando la avenida Gazi en dirección al hospital y, en sentido contrario, llegaban los camiones del ejército con nuevos soldados de reemplazo para combatir contra los militantes del grupo armado PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán). La línea del frente entre las fuerzas del Estado y los insurgentes kurdos se habían establecido en pleno Casco Antiguo de Diyarbakir y la artillería hacía retumbar las calles aledañas. Hoy, la avenida Gazi vuelve a ser la bulliciosa arteria comercial que siempre había sido. La paz ha llegado, aunque con mano de hierro.
El Gobierno turco ha logrado derrotar en la práctica al PKK y los combates se han trasladado a la parte norte de Irak, donde esta organización considerada terrorista por Turquía y la UE mantiene sus bases. Si en 2015 y 2016 —cuando se recrudeció el conflicto—, murieron más de 850 efectivos de las fuerzas de seguridad turcas y más de 200 civiles en combates y atentados del grupo kurdo en diversas ciudades, en 2022 únicamente fueron 15 y dos, respectivamente, según un recuento del International Crisis Group. En un país con 85 millones de habitantes, los kurdos representan entre un 15% y un 20% de la población.
Siete años después, la parte del Casco Antiguo de Diyarbakir que se extiende entre la avenida Gazi y las murallas que dan al río Tigris sigue siendo, mayormente, una explanada. Fue reducida a escombros por los combates y el fuego de artillería del ejército turco —que llegó a introducir tanques en sus propias ciudades—, y luego nivelada por los bulldozers del Gobierno. La zona está siendo restaurada, incluidas sus mansiones, iglesias y mezquitas medievales. Pero en lugar del dédalo de estrechas callejuelas que lo componía antes, ahora son amplias calles y nuevas cafeterías y negocios de cadenas turcas e internacionales (Mado, Espressolab, Calvin Klein…). Turistas llegados de otras provincias ahora que la zona ha sido pacificada posan para sus stories de Instagram ante casas y muros nuevos que intentan semejar algo antiguo, pero que no pueden evitar un aire de decorado. De las pocas viviendas que se han construido, uno de los edificios está ocupado por la sede del partido de ultraderecha y nacionalista turco MHP, sin apenas implantación en la zona.
“Todos los que viven ahí son policías. De los antiguos habitantes, los ricos se han ido a barrios nuevos y los pobres se han ido a Baglar [un paupérrimo barrio de aluvión construido por desplazados del conflicto en los años noventa]”, explica un obrero que trabaja en la reconstrucción. De los 20 trabajadores de su cuadrilla, solo uno guarda una opinión positiva del Gobierno, el resto se queja de la crisis económica y de la represión hacia los kurdos que ha promovido el presidente Recep Tayyip Erdogan. “No escribas mi nombre, que me puede dar problemas”, pide el obrero: “¿Tú crees que es democrático que te puedan detener por contar estas cosas?”.
“El Estado ha logrado una victoria militar contra el PKK, pero no ha sido capaz de construir un proyecto político”, explica Roj Girasun, director del instituto demoscópico Rawest, con sede en Diyarbakir. “En España, al acabar la dictadura de Franco, se dio autonomía a los vascos. Así, aunque ETA no estaba derrotada militarmente, se debilitaron los argumentos a favor de la lucha armada. Aquí ha sucedido lo contrario: ni se ha dado autonomía ni se ha reconocido la identidad kurda ni se ha dado derecho a la educación en lengua kurda. Y sin eso, la derrota militar del PKK puede ser solamente temporal”, añade.
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Este analista afirma que la juventud de la región ha moderado sus posiciones y se ha alejado del PKK, pero sigue siendo fiel a la formación que más defiende la identidad de los kurdos: el izquierdista Partido Democrático de los Pueblos (HDP), pese a haber sido perseguido y vilipendiando por el Gobierno, que lo acusa de ser el brazo político del PKK. O precisamente por eso: 4.000 miembros del partido están en prisión, entre ellos el carismático antiguo colíder de la formación morada, Selahattin Demirtas, encarcelado desde 2016 pese a las exigencias del Tribunal de Estrasburgo para su liberación. Prácticamente, todos los ayuntamientos que obtuvo el HDP en las últimas elecciones municipales han sido intervenidos por el Ministerio del Interior y el partido se enfrenta a un proceso de ilegalización en el que el Tribunal Constitucional debe dictar sentencia en las próximas semanas.
Así que el HDP se presenta a las elecciones de este domingo bajo las siglas de una formación hermana: el Partido de la Izquierda Verde (YSP). “Era muy arriesgado presentarse bajo las siglas del HDP porque, además del peligro de ilegalización, hay una amenaza de inhabilitación para 400 dirigentes”, explica Ceylan Akça, candidata del YSP por Diyarbakir: “Claro que esto tiene inconvenientes porque tomamos la decisión a solo un mes de las elecciones y hay que explicarlo a millones de votantes”.
El movimiento nacionalista kurdo no ha presentado candidato a las presidenciales y ha optado por dar su apoyo al candidato conjunto de la oposición, el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, que según los últimos estudios de Rawest podría obtener entre el 66% y 76% del voto en las principales provincias kurdas frente al 20%-30% del presidente Erdogan. En las elecciones legislativas, los sondeos otorgan al YSP el 10-11% de los votos, lo que daría entre 70 y 80 escaños y lo convertiría en crucial para el equilibrio parlamentario porque ni la coalición progubernamental ni la principal plataforma opositora lograrían la mayoría. Claro que, a cambio de su apoyo a la oposición, los diputados kurdos exigirán un reconocimiento constitucional a su identidad, el derecho a la educación en lengua materna y una negociación en el marco parlamentario que ponga fin al conflicto kurdo y establezca una paz “digna” y “duradera”, subraya Akça.
El partido kurdo de Dios
Durante sus dos décadas de existencia, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan ha sido la segunda formación más votada en las provincias de mayoría kurda (y en algunos comicios, incluso la primera). Pero su apoyo está descendiendo. De ahí que se haya aliado con un movimiento kurdo de ideología fundamentalista islámica: el Hüda Par, cuyo nombre oficial es Partido de la Libre Causa, pero cuyas siglas se pueden leer como Partido de Dios. Podría obtener hasta cuatro diputados, ya que sus candidatos concurren en las propias listas del AKP. Según Girasun, esta alianza ayudará a frenar ligeramente la sangría de votos que está sufriendo el partido del presidente en las zonas kurdas.
El Hüda Par presenta las mismas demandas que el HDP en cuanto a educación en kurdo y reconocimiento constitucional de la identidad kurda. “En este país, a los kurdos se les veía como enemigos, te podían meter en la cárcel y torturar por escuchar un casete en kurdo. No neguemos los avances que ha habido en los últimos 20 años gracias a Erdogan. Pero sigamos avanzando”, propone Seyhmus Tanrikulu, vicepresidente del Hüda Par. En cuanto a la articulación del Estado, va incluso más allá que el HDP. Pide “que se pueda debatir abiertamente sobre una solución federal”, algo prácticamente anatema en Turquía, y manifiesta su apoyo a los referendos de independencia de Cataluña y el Kurdistán iraquí.
Esta postura ha generado malestar entre los socios de la coalición que comanda Erdogan, que incluye dos partidos ultranacionalistas turcos. Aún más problemática es la relación de Hüda Par con Hizbullah (no confundir con la formación libanesa Hezbolá), una organización armada kurda —cuyo nombre también significa “Partido de Dios”— acusada de la muerte de cientos de personas en los años noventa y principios de los 2000, entre ellas el querido jefe de policía de Diyarbakir Gaffar Okkan y la feminista musulmana Konca Kuris, a la que torturaron durante cinco semanas.
Akça, la candidata del YSP, aún recuerda con horror aquella época en que ella era una niña. “Recuerdo ver cadáveres en la calle. Uno del que me acuerdo claramente era un taxista al que habían acuchillado. [Los partidarios de Hizbullah] forzaban a los hombres a rezar y a las mujeres a cubrirse. Un día atacaron con machetes la casa de mi familia en Baglar. Era cuestión de tiempo que uno de nosotros desapareciera o fuese asesinado. Así que tuvimos que emigrar”, relata.
Participantes en la celebración del cumpleaños del profeta Mahoma, un acto celebrado en Diyarbakir por una fundación vinculada al Hüda Par, el pasado 30 de abril.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
La mayoría de expertos turcos consideran al Hüda Par como los herederos políticos de Hizbullah, que dejó la actividad armada un par de años después de que su líder, Hüseyin Velioglu, fuese abatido por la policía turca en el año 2000 y sus sucesores fuesen detenidos. Tanrikulu niega esta relación, pero al mismo tiempo defiende que Hizbullah no era terrorista: “¿Cómo se puede acusar de terrorismo a una organización que simplemente se defendía del PKK y del JITEM [organización clandestina vinculada a las Fuerzas Armadas turcas]? Que una persona dispare a otra no es terrorismo. Si llamamos terrorismo a todo, se desnaturaliza el término”.
Lo curioso es que desde que el partido de Erdogan comenzó a buscar el apoyo del Hüda Par hace cinco años, varios tribunales han ido poniendo en libertad a 58 presos de Hizbullah condenados por los asesinatos de un total de 183 personas alegando supuestos defectos de forma en sus juicios, según una investigación del diario opositor Sözcü. Y el pasado día 2, a menos de dos semanas de las elecciones, el mismísimo Erdogan ordenó la puesta en libertad de Mehmet Emin Alpsoy, miembro confeso de Hizbullah y condenado a perpetuidad por secuestrar, torturar y asesinar a tres personas, algo que el decreto presidencial justifica por su estado “senil”.
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