Los lamentos del Compro Oro: el joyero de la abuela se vació en la crisis de 2008


Winnie the Pooh ha desaparecido. Nadie sabe dónde está. Winnie era un tipo sonriente, gigante, regordete. Era un hombre latino dentro de un disfraz de peluche viejo. Anaranjado, Winnie siempre llevaba unas manchas en su uniforme por culpa del trajín diario, pequeñas ronchas. Los trotes. Su hábitat era la Puerta del Sol. Se movía como pez en el agua. Iba de un lado a otro con la cabeza casi desencajada. Se sentaba en la fuente. Caminaba por detrás del rey Carlos III. ¡Y tras! Al mínimo despiste, foto. A la mínima familia forastera, foto. Era un imán para los turistas. Hasta ahora. Winnie no tiene clientes. Madrid se ha quedado sin turistas.

La pandemia ha fulminado las chanclas con calcetines. El centro de la capital de España es un erial. Madrid no ha vuelto a ser Madrid. Pero fuera del centro, en los barrios lejanos donde la ciudad se vuelve pueblo, la rutina ha vuelto a la normalidad. Los niños juegan en los columpios, los abuelos desayunan en las terrazas a primera hora, los corredores salen a hacer sus kilómetros, se hacen recados. El día a día de cualquier barrio, pero con mascarilla. En el centro, donde la política del turismo masivo se ha olvidado de la palabra vecino, es otra historia. La Plaza Mayor está desértica. El coronavirus ha terminado con los autobuses descapotables. Ni rastro de guiris ataviados con gorras y camisetas de Madrid. Los carteristas apenas trabajan. Hay tiendas de regalos que ni abren y las que levantan las persianas tienen los mismos imanes que hace cuatro meses. Los guías turísticos no dan crédito.

“Hace cuatro meses que no veo un guiri”. Lara Rueda camina a mediodía por la calle de Montera rumbo la Puerta del Sol. Su paraguas rosa hace de faro a un pequeño grupo de nueve adultos y dos niños que la siguen como pequeñas hormigas. Hoy es un día especial. “¡Son muchísimos!”, cuenta. Las cifras oficiales hasta el inicio de la pandemia eran muy positivas para todos los sectores que viven del turismo. La región crecía en visitas en enero y febrero un 6% más que en 2019. Pero el cerrojazo de marzo, abril y mayo desplomó el crecimiento. En junio, con la reapertura, la caída de turistas ha llegado al 80%. Encontrarse con un chino ahora es un milagro. “Hay que ser positivos, la situación va a mejorar en los próximos meses. Ahora tampoco hay congresos y esto es era una fuente de atracción para Madrid”, cuenta una portavoz de la consejería de Turismo. La Comunidad fía el verano al turismo de interior. En la sierra, por ejemplo, las cifras son muy positivas. Los madrileños han optado por conocer más su comunidad y las reservas a veces llegan al 100% los fines de semana. Pero en el centro no hay sierra y la herida de marzo, abril y mayo… en junio y julio es una hemorragia.

Rueda, la guía turística menuda, alta y de ojos claros, dice que antes del zarpazo del bicho sus grupos eran de 25 o 30. “Y ahora no pasan de 10”. La última vez que vio a un turista fue en marzo. Ahora todo ha cambiado. Su público es español, mayoritariamente madrileño, del resto de comunidades e incluso algún que otro latino que vive en la capital y siente curiosidad por conocer la historia de la ciudad. “Lo positivo de esto, aunque yo pierda dinero como autónoma al tener menos clientes, es que nunca he enseñado Madrid como ahora. Es muy especial”. Rueda disfruta como nunca de las calles empedradas del centro, de las estatuas. “El 95% son de hombres” explica al grupo. “El oso ese que veis ahí —señala con la mirada— no es un oso. Es una osa que representa la constelación, por eso el escudo de Madrid tiene siete estrellas”. El grupo alucina.

Tras la reapertura y con el paso de los días se ha fomentado una pega de carteles que anuncia tiempos oscuros. “Se alquila”. “Se vende”. Los negocios cierran. Son cuatro meses sin turistas. Sin levantar el negocio. El turista madrileño desembolsaba 270 euros diarios frente a los 173 de media en España. Era un turista modelo. El turismo aportó en 2019 al PIB madrileño, un 7% del total. “Esto nunca lo he visto”, cuenta José Capita, de 59 años y regente del Museo Don Jamón en la calle Mayor. Toda una institución turística en la ciudad. Capita tenía contratados a 65 empleados antes del zarpazo y ahora están 17. “La zona centro está muerta. Mis clientes son los obreros de las obras”. Sin visitantes, hay hoteles que ni se molestan en abrir, como algunos de la calle de Atocha. No compensa. La patronal del sector es muy pesimista. “El centro depende del turismo y ahora mismo no hay”, cuenta su director general, Juanjo Blardoni. “El teletrabajo también nos ha afectado mucho porque tampoco se venden desayunos. La mayoría de establecimientos que han abierto están yendo a pérdidas. La situación es dramática”. La facturación ha caído en picado hasta un 65%.

Sin playa en verano, Madrid siempre ha mantenido unas visitas constantes. Mostraba al mundo sus conciertos, festivales, o los musicales de la Gran Vía. Sin el Rey León en acción, la arteria de la capital prácticamente vive del Primark y de las tiendas, que también se han visto resentidas en junio con una caída cercana al 20%. A la ropa se suman Las meninas, que también se han quedado solas. 40.000 ciudadanos con mascarillas visitaron el Museo del Prado el mes pasado, 250.000 menos que hace un año. ¿El Guernica? Más de lo mismo. De 4.500 visitas al día, a 500. El centro de Madrid no sabe vivir sin turistas.

La mitad de los clientes que vienen son internacionales. Con Barajas a medio gas y el miedo a viajar en el horizonte, solo han reabierto 100 de los 322 hoteles de la asociación hostelera madrileña. La ocupación media no llega al 22%. Esto, según sus datos, supone una caída del 60% con respecto al año pasado. Pero si hay un lugar que ejemplifica el vacío de estos días es la Plaza Mayor. “Los turistas no existen”, cuenta José Antonio Aparicio, presidente de los 19 locales de la plaza. El olor de bocatas de calamares sigue intacto, pero la freidora ahora descansa más que nunca. Si antes se vendían miles al día, ahora no llegan a 500.

El modelo de negocio ha cambiado radicalmente. Si hace un año las 2.000 sillas de la plaza estaban repletas para desayunar, comer y cenar, ahora el café, sin turistas y con el teletrabajo, reúne solo a unos 40. Hasta la carta ha variado. Las cervezas internacionales se han intercambiado por las locales. La típica tapa de paella hoy es un pincho de aceitunas con hueso. Objetivo: atraer al turismo nacional, que se sienta como en casa. El presidente de los bares de la plaza cree que el problema también reside en los miles de pisos turísticos de la zona centro. “No tenemos clientes de Madrid. Ahora es la oportunidad para renovar el vecindario. Los pisos están vacíos. Las calles están vacías. El otro día le dije al alcalde que era el momento de fomentar la vivienda para los jóvenes, que hay que atraerlos de nuevo al centro. Es una oportunidad histórica”.

– ¿Y qué le dijo?

– Ahí quedó.


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