Los ojos de Fabiola Campillai que la policía chilena cegó


A Vitor Santiago Borges, de 30 años, le conocí postrado en su cama, en una habitación de dos metros por tres en la que nos apiñábamos su madre (sentada en una silla) y cuatro colegas de Amnistía Internacional (esparcidos en el poco espacio libre que había en el suelo). Vive con sus padres en una humilde casa de la comunidad de Villa de Pinheiro, perteneciente al conjunto de favelas de Maré, en Río de Janeiro, en un primer piso con escalones empinados.

Vitor quedó parapléjico después de que un grupo de soldados de las fuerzas armadas federales que ocupaba Maré tiroteara el coche en el que regresaba a su casa, junto a cuatro amigos, el 13 de febrero de 2015. La cama en la que ahora tiene que pasar todo el día fue donada por su comunidad. La silla de ruedas, también. No ha recibido ninguna indemnización del Estado.

Eran las dos de la madrugada y los chicos (uno de ellos militar) regresaban tras ver un partido de fútbol de su equipo, el Flamengo. Los cinco viajaban en un coche que cruzó sin problemas un primer puesto de control del ejército. Siguió avanzando y, de pronto, se escucharon los disparos. “No recuerdo nada. Sólo el ruido de los tiros. Y el dolor que sentí. Y la sangre, claro. Mucha sangre”. No sabe cuántas detonaciones se produjeron pero sí que sólo cesaron cuando su amigo, sargento de Aeronáutica, logró identificarse.

A Vitor le alcanzaron al menos dos balas de fusil. Una le dio en la columna vertebral y otra se mantuvo alojada en la parte posterior de su hombro y allí quedó durante varios meses después de ser operado y recibir el alta. Su madre nos la muestra envuelta en una bolsita de plástico. Él nos enseña los orificios de entrada, todavía visibles en su torso desnudo. Como consecuencia de los disparos, perdió la pierna izquierda y parte del pulmón izquierdo. Cuando llegó al hospital los médicos le dieron un 7% de posibilidades de sobrevivir. Lo consiguió, pero sólo después de pasar una semana en coma y más de tres meses en el hospital.

Si no le hubieran disparado, al día siguiente hubiera ido con su hija Beatriz, que entonces tenía dos años, a la playa. Se lo había prometido, pero no pudo cumplir su promesa. Solo sonríe cuando habla de ella y nos muestra su fotografía, que preside su cama. Apenas puede levantarla desde que está en esta situación. A Irone, su madre, la llamó por teléfono otro de sus hijos y le informó del tiroteo. “¿Por qué? Mi hijo no es un bandido. ¿Por qué? No es posible. Vitor es un buen chico. Es músico y muy trabajador. Nunca se ha metido en líos”.

La versión de las autoridades difiere de la de Vítor. Aseguran que el coche en el que viajaba quiso atropellar a un soldado que intentaba bloquearles el paso. De hecho, han presentado cargos contra el conductor del vehículo. El amigo militar de Vitor niega esta versión. Vitor ha pasado de ser víctima de un tiroteo a ser testigo de un intento de atropello. El mundo al revés.

Así son las cosas en Maré. A diferencia de otras favelas, no se encuentra en una colina, sino que está a pie de calle y se asemeja a cualquier barriada marginal de cualquier otra gran ciudad latinoamericana. Sin embargo, es uno de los mayores conjuntos de favelas de Río de Janeiro donde viven unas 140.000 personas con pocos recursos y escaso acceso a servicios básicos repartidas en 16 comunidades. Sus calles y accesos están controladas por bandas de traficantes, fuerzas de seguridad o paramilitares organizados en “milicias”. La mayoría de la población sobrevive como puede a esta situación. Hay un clima estremecedor de violencia y droga a plena luz del día.

Este entramado de infraviviendas se sitúa al norte, junto a la principal vía de acceso al centro desde el aeropuerto internacional. Fue ocupado en abril de 2014 por unos 2.700 soldados de las fuerzas armadas federales. Llegaron “para garantizar la ley y el orden” poco antes de la celebración del Mundial de Fútbol en el verano de 2014. El Mundial duró un mes. Los militares permanecieron allí un año y dos meses.

Le podía haber pasado a cualquiera. Pero me pasó a mí. Y me destrozaron la vida

Además de las fuerzas armadas y de la policía militar, existe un cuerpo específico para recuperar el control del Estado de territorios donde el narcotráfico o los paramilitares dictan sus normas en paralelo a las instituciones. Se trata de las Unidades de Policía Pacificadora y forman parte del paisaje de decenas de favelas de Río desde 2008. Sin embargo, para los residentes, sus resultados no son alentadores. Las operaciones policiales para pacificar zonas de elevada delincuencia sólo se justifican si pueden garantizar los derechos de todos los ciudadanos, comenzando por los residentes de la barriada marginal, algo que no ha ocurrido.

Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional critican la permanencia del ejército y de la policía militar en las favelas. Lo que ha conseguido es aumentar las violaciones de derechos humanos y militarizar la vida cotidiana en algunas de las comunidades más pobres. Las fuerzas armadas no cuentan con formación adecuada para este tipo de operaciones y tienen poca experiencia en dialogar con la sociedad civil.

Brasil tiene una de las cifras de homicidios más altas del mundo. Quizá por eso la madre de Vitor considera que su hijo tuvo suerte. Entre 2005 y 2014 se registraron 5.132 casos de homicidios cometidos por agentes que estaban de servicio en Río. En 2015, fueron al menos 307 las personas que murieron a manos de los agentes en operaciones policiales. En lo que va de 2016, los homicidios resultantes de intervenciones policiales en la ciudad han aumentado un 10% y estamos a solo 100 días de que se inauguren los Juegos Olímpicos. Aunque no es posible relacionar directamente este aumento de los homicidios policiales con los preparativos de este mega evento deportivo, los datos estadísticos ponen de manifiesto un patrón inequívoco de uso excesivo de la fuerza, violencia e impunidad que empaña la labor de las instituciones de seguridad pública.

“Quienes vivimos aquí somos todos sospechosos. Eso no es justo. Le podía haber pasado a cualquiera. Pero me pasó a mí. Y me destrozaron la vida”, se lamenta Vitor.

Ángel Gonzalo es periodista de Amnistía Internacional en España. En marzo de 2016 participó, junto a un equipo de la organización, en una visita a algunas favelas de Río de Janeiro. Allí se entrevistó con asociaciones de derechos humanos y víctimas de violencia a manos de las fuerzas de seguridad.


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