A principios de los setenta, la Administración del presidente estadounidense Richard Nixon estaba preocupada por el futuro de España. Les inquietaba la mala salud del general Franco y pensaban que su muerte podría traer inestabilidad a un país que necesitaban para mantener sus bases militares y sus empresas. El Mediterráneo se había convertido en una zona disputada con los comunistas y los americanos tenían en España un firme aliado.La preocupación de Nixon le hizo disponer de toda la maquinaria diplomática para estrechar los lazos con los protagonistas del tardofranquismo e incluso organizar misiones secretas para obtener información.Los avatares de esa relación entre Estados Unidos y España quedaron registrados en el sistema de grabación que el presidente hizo instalar en el Despacho Oval de la Casa Blanca y en el audiodiario de un miembro de su staff. Esos audios se encuentran en la Biblioteca Presidencial de Nixon y han sido transcritos y traducidos íntegros por primera vez para la elaboración de XRey, un podcast sobre la vida del rey Juan Carlos que se emite en Spotify.EL PAÍS los publica ahora íntegramente.Capítulo 1La misión secretaIRichard Nixon regresó de su visita a Madrid, en octubre de 1970, con sentimientos encontrados. Por un lado, la acogida de los madrileños le había sorprendido: los ciudadanos se habían lanzado a la calle y le habían aplaudido sin parar en el trayecto que le había llevado en un coche descubierto junto al dictador desde el aeropuerto hasta el Palacio del Pardo, en las afueras de la capital. Puede que el recibimiento hubiera sido aún mayor que el dispensado al presidente Eisenhower en 1959, según le contó Franco. También había tenido un encuentro fructífero con el vicepresidente Luis Carrero Blanco y había conocido al príncipe Juan Carlos, que le había causado muy buena impresión por su conocimiento del inglés.En cambio, el encuentro con Franco le había causado preocupación. Admiraba al dictador por sus profundas convicciones y su liderazgo, pero el caudillo se había quedado dormido en el coche y no había estado muy hablador. Tampoco en la cena de después, cuyo silencio fue corregido por el ministro de Exteriores Gregorio López Bravo, uno de los pocos que hablaban inglés.El estado de salud de Franco parecía peor de lo que decían los informes. Eso dejaba en el aire demasiadas preguntas sobre el futuro de España. El hombre designado por Franco para sucederle era Juan Carlos de Borbón, pero parecía aún demasiado verde para sustituirle. También se necesitaba a una segunda persona que tomara las riendas del Gobierno y evitara, por encima de todo, la inestabilidad en el país. El almirante Carrero y el ministro López Bravo parecían los mejor colocados en la carrera por el poder. ¿Cuáles eran los planes de Franco?IIEl 26 de enero de 1971, Bob The Brush Haldeman, apodado así por su pelo al cepillo, se colocó delante de la grabadora tras un intenso día de trabajo. El jefe de gabinete de Nixon había tomado esa costumbre desde los primeros días de su mandato, dos días antes de que el presidente jurase el cargo ante el juez Earl Warren, el 20 de enero de 1969. Grabar su voz le servía para organizar sus ideas, repasar la agenda del presidente y recordar lo ocurrido en cada reunión del staff. Ese martes de principios de 1971, Haldeman registró la visita de los Príncipes de España. No dijo gran cosa sobre lo ocurrido en aquella jornada, pero sí dejó constancia de que la visita había sido importante para Nixon.IIILa reunión fue importante, pero no demasiado clarificadora. Nixon se reunió con el príncipe Juan Carlos en el Despacho Oval, pero el Príncipe no parecía sentirse muy cómodo. La presencia del embajador Argüelles le impedía expresar sus planes para el futuro con tranquilidad. La reunión no despejó muchas dudas sobre lo que ocurriría tras la muerte de Franco. Nixon trató de convencer al Príncipe de la necesidad de mantener el equilibrio entre la libertad y el orden y pidió al Príncipe que no se preocupara en “exceso por presentar una imagen demasiado liberal ni reformista, sino por subrayar su juventud, dinamismo y simpatía”. Eso bastaba para proyectar el mensaje de que las cosas cambiarían cuando él estuviera al mando. Hoy sabemos el contenido de esa entrevistas por algunos documentos y estudios sobre el tema. Todavía faltaban unos 20 días para que se instalaran micrófonos en la Casa Blanca.IVNixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, confirmaron en Washington la buena impresión que habían sacado de Juan Carlos en el encuentro de Madrid, pero aún pensaban que estaba verde “para dirigir el fuerte”. Necesitaban información y el único que podía decirles qué es lo que iba a pasar en España era el propio Franco.El 6 de febrero de 1971, Bob Haldeman volvió a ponerse frente a la grabadora y resumió así sus inquietudes y los planes de Nixon.No se trataba solo de pedir al dictador que explicara cuál iba a ser el futuro de España, sino de hacerle ver que lo mejor sería entregar el poder en vida antes de que su salud empeorase y así evitar la inestabilidad que temían los Estados Unidos. Había que moverse rápido, nombrar a un presidente del Gobierno fuerte y entregar al poder a un nuevo jefe del Estado, Juan Carlos. “Si no”, dijo Haldeman, “habrá anarquía en España”.¿Cómo llegar a Franco y transmitirle el mensaje de Nixon sin generar mucho ruido? ¿Quién podía hablar de tú a tú al general Franco para hablarle de su muerte? Probablemente solo otro general.VEl general Vernon Walters era el agregado militar de Estados Unidos en París. Había estado en África e Italia durante la Segunda Guerra Mundial, hablaba con fluidez italiano, francés, portugués y español y, a pesar de no haber ido a la universidad, había sido intérprete de varios presidentes. Conocía bien España. Había estado en el viaje de Eisenhower, también en el último de Nixon, y tenía amigos entre los militares españoles. Algunos de ellos le habían advertido acerca del ministro de Exteriores, López Bravo, al que consideraban alguien maniobrero y más cerca de Francia y Europa que de EE UU.El encargo que le había hecho el presidente en Washington unos días antes no era sencillo. La primera dificultad era llegar hasta el dictador sin la ayuda de la Embajada de España y sin conocimiento del ministro de Exteriores, López Bravo. La segunda era hablarle a Franco de forma directa sobre su muerte.Fue Carrero Blanco el que facilitó a Walters la entrevista secreta con Franco, aunque López Bravo se acaba enterando y se las ingenia para estar presente. A las cinco de la tarde del 24 de febrero de 1971, el general estadounidense charló con Franco sobre su muerte. Este habló sobre ella con absoluta frialdad, según contó Walters años después en su libro Silent Missions (1978). Según Walters, Franco le dijo que España recorrería “alguna distancia en el camino deseado por EE UU, pero no toda, ya que España no era América, ni Inglaterra ni Francia”. Franco añadió que “las Fuerzas Armadas nunca dejarían que las cosas se salieran de control y expresó su confianza en la capacidad del Príncipe de dominar la situación después de su muerte”.Eso es lo que escribió Walters en el libro. Años después, en agosto de 2000, el general estadounidense dio una versión más detallada de la conversación con Franco en una entrevista al diario ABC. Según Walters, Franco dijo: “Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, ¿qué se yo? Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España”. “¿Cómo puede estar usted tan seguro, general?”, preguntó Walters. “Porque yo voy a dejar algo que no encontré cuando asumí el Gobierno hace 40 años:”, respondió Franco, “la clase media”.Capítulo 2Estrechar lazos ISolo unos días antes del viaje de Walters a España, a finales de febrero de 1971, la División Técnica del Servicio Secreto de los EE UU instaló nueve micrófonos en la Casa Blanca. Siete de ellos se colocaron en el Despacho Oval, cinco en la mesa del presidente y dos cerca de la chimenea. Los otros dos se instalaron en la sala del Gabinete. También se pincharon las líneas telefónicas del presidente y de la Sala Lincoln. Los magnetófonos, unos Sony TC.800 de bobina abierta, se escondieron en el armario de un sótano de la Casa Blanca. El 16 de febrero empezaron a grabar todo lo que ocurrió en el despacho más importante del mundo.Durante sus años como vicepresidente de Eisenhower, Nixon había aprendido que son las relaciones internacionales las que hacen que un dirigente pase a la historia. Las cintas le ayudarían a tomar registro de toda su presidencia pero también a apuntalar su visión como geoestratega. Todo lo que allí quedase registrado sería su legado político.No se equivocó en eso último, aunque quizá no esperaba entonces que lo que realmente tendría trascendencia serían todas las conversaciones que mantuvo en el Despacho Oval sobre el caso Watergate. Aquel escándalo estalló en enero de 1972. El allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata en el complejo Watergate pasó de un simple robo de documentos a una historia más amplia que destapaba cómo la Administración Nixon había empleado toda la maquinaria de inteligencia del Estado contra opositores y activistas.El descubrimiento de las conversaciones grabadas en el Despacho Oval y los intentos de obstruir la investigación que estas desvelaron le obligaron a dimitir el 8 de agosto de 1974.El Watergate hace olvidar a veces que las cintas de Nixon son una oportunidad única de asomarse a algo que normalmente permanece vedado: el funcionamiento del poder. Las grabaciones permiten ver cómo y por qué se toman algunas de las decisiones que mueven el mundo y el factor humano detrás de muchas de ellas. Son sobre todo una ventana a la historia del siglo XX. Algunas cintas siguen clasificadas, otras nunca se han analizado. Hay más de 3.000 horas registradas en las que se habla de China, los últimos coletazos de la guerra de Vietnam, las intrahistorias de la Guerra Fría con la URSS… Y, por supuesto, España.IINixon había decidido que el desenlace del franquismo y la sucesión del dictador merecían un análisis más profundo del que le habían otorgado sus predecesores. La Casa Blanca ya tenía una idea de lo que probablemente iba a ocurrir tras Franco gracias al viaje del general Walters, pero quería dejar su impronta y asegurar para el país una transición ordenada y alineada con sus intereses. A principios de los setenta comenzó el ajetreo de viajes de altos cargos a España.El 6 de abril de 1971, a las cinco y veinte de la tarde, Elliot Richardson recibió la llamada de la telefonista de la Casa Blanca. Nixon quería hablar con su secretario de Educación y Bienestar —el equivalente a un ministro en Europa— para desearle suerte en su viaje por Europa y pedirle que transmitiera de su parte afecto a todo el que se encontrara. También a los españoles.Richardson era un político experimentado que ya conocía a los españoles porque había participado en las negociaciones para renovar las bases en 1969. En su viaje iba a encontrarse con el príncipe Juan Carlos, que le había invitado a un congreso de educación en Madrid. El Príncipe buscaba hacerse un perfil político y había encontrado en ese acto una manera de destacar en un país que todavía no le conocía muy bien y que no le veía claramente como el sucesor de Franco.Richardson llegó a estar en cuatro ministerios diferentes en su carrera. También llegó a ser Fiscal General pero tuvo que dimitir por las presiones de Nixon para parar la investigación sobre el Watergate.IIINixon conoce España bastante bien y es capaz de distinguir a los políticos que aspiran a la presidencia del Gobierno. El primer nombre que surge en una conversación con sus asesores del 19 de mayo de 1971 es Carrero Blanco, al que el presidente americano admira, pero cree que Franco se decantará probablemente por López Bravo.IVPuede que el siguiente audio, del 11 de junio de 1971, sea el primer documento en el que se hable del párkinson de Franco. La enfermedad del dictador era un asunto secreto en España aunque, día tras día, los españoles se daban cuenta del deterioro de la salud del dictador.Para los estadounidenses era un asunto vital saber cómo se encontraba Franco. El embajador de EE UU en España, Robert C. Hill, fue bastante explícito en su relato de ese día: “Recientemente ha empezado a tener ataques en los que le dan arcadas, su digestión falla y empieza a vomitar”.Nixon y su staff apoyaron al dictador con la presencia frecuente de diplomáticos y militares en actos del régimen. Durante la conversación, Hill mencionó la presencia del almirante Moorer junto a Franco en el reciente Desfile de la Victoria. Fue una victoria para el régimen que pudo presumir del apoyo de una figura de ese rango como una forma de ganar legitimidad. Ni la oposición en España ni muchos estadounidenses veían con buenos ojos esa connivencia. Uno de los más críticos es el diario The New York Times. La Administración Nixon es recordada por ser abiertamente hostil contra los medios de comunicación. Las grabaciones secretas del Despacho Oval confirman la ojeriza con la prensa de algunos de sus miembros.Hill estaba ya de salida en su puesto. Tenía su vista puesta en su carrera política y necesitaba dejar su puesto diplomático para poder presentarse a unas elecciones. El embajador, un conservador del ala dura, antes de llegar a la Embajada en Madrid había guerreado en puestos más complicados en lo que en la época se conocía como “el patio trasero” de Estados Unidos: fue embajador en El Salvador, Costa Rica y México. Nunca llegó a hablar bien español.VEl proceso de cambio de embajador es sensible y no del todo limpio. El nombre de Cornelius Vanderbilt Whitney no aparecía en las grabaciones pero fue una de las primeras opciones para la Embajada de la calle de Serrano. Su nombramiento llegaba gracias a una generosa aportación a la campaña presidencial de Nixon, 250.000 dólares. Como desveló The Washington Post muchos años después, gracias también a las cintas del Despacho Oval, la subasta de cargos diplomáticos era algo común en la época de Nixon en la Casa Blanca.Cornelius V. Whitney era millonario, deportista, empresario y miembro de una de las familias más adineradas del país. Su madre era Gertrude Vanderbilt Whitney, escultora y filántropa que llevó una vida bohemia en Europa y dejó en Huelva como legado una enorme estatua de Cristóbal Colón hecha por ella misma. En la ciudad andaluza es conocida como Miss Whitney y tiene incluso una avenida a su nombre. No hay seguridad en este audio de que Nixon y Haldeman se refieran a Cornelius, pero la historia encaja con el personaje. Si es así, Cornelius se quedó sin el puesto por su indiscreción, porque los españoles no lo querían, y también porque Nixon y Haldeman dudaban de que pudiese pasar las vistas de confirmación del Senado.VISpiro Agnew pasará a la historia como uno de los peores políticos que han pisado la Casa Blanca. Es todavía el único vicepresidente que ha tenido que dimitir por un escándalo de corrupción y ni siquiera fue por el Watergate sino por otro anterior. Las dimisiones de Agnew y posteriormente la de Nixon desembocaron en la presidencia más inesperada de la historia del país, la de Gerald Ford. Es el único presidente que ha llegado a esa posición sin pasar antes por las urnas.De todas maneras, cuando Agnew llegó a la Casa Blanca nadie esperaba demasiado de él. Estaba ahí por ser hijo de un inmigrante griego y por conseguir para Nixon los votantes a los que él no podía llegar.La misión de Agnew era sencilla. Ir a España, hablar con unos y con otros, poner la mejor sonrisa, dejar bien a Estados Unidos y regresar. De eso es de lo que hablaron Nixon y él el 22 de junio de 1971 a las 15.42. La conversación deja constancia de que Agnew no sabe mucho de los asuntos del país; desconoce por ejemplo que Juan Carlos ya ha sido nombrado sucesor de Franco con título de rey. Nixon le explicó personalmente cuál era la coyuntura política que iba a encontrarse en Madrid y quiénes serían sus interlocutores más importantes. De aquella visita han quedado fotos y registros en el NO-DO. Agnew se reunió con Franco, Carrero y Juan Carlos y obtuvo su propia impresión de los movimientos para obtener el poder en la España después de Franco.Al regreso, Agnew contó su visión de lo ocurrido. Hizo hincapié en que Juan Carlos tenía prisa por conseguir el poder, pero creía que Franco duraría hasta el final. Agnew, Nixon y los demás parecen admirar en todo momento al dictador y a Carrero Blanco.Pocas veces puede verse lo que ocurre después de una reunión como la que habían mantenido Nixon y Agnew días antes. Un simple comentario de pasillo, un chascarrillo maledicente sobre el vicepresidente Agnew, que revela algo más sobre la personalidad de este político. Se lo contó Murray Chotiner al presidente. El asesor, uno de los más antiguos de Nixon, contó los problemas de Agnew durante la cena de gala. Al parecer, el vicepresidente americano estaba preocupado por el brindis y a quién brindar la copa en primer lugar. No tenía muy claro quién era el jefe de Estado en España.El paso de Agnew por Madrid fue contado ampliamente por la prensa española. Una visita así servía para dar al país un perfil internacional del que hasta ese momento carecía. El vicepresidente era una manera más de decir que España existía y que era importante. Y ese, de algún modo, era también el objetivo de Nixon: demostrar que España, aunque no fuese una democracia y gozase de un sistema de libertades, también era una pieza importante en el tablero global.Capítulo 3El quinto dedo Con Hill fuera y Vanderbilt descartado para la Embajada de EE UU en España, Nixon se decantó por un veterano militar. Horacio Rivero fue el primer latino en llegar a ser almirante de cuatro estrellas. Había tenido una responsabilidad clave en la crisis de los misiles de Cuba y conocía los problemas de España. Su último cargo antes de llegar a Madrid había sido el de comandante de la OTAN para la flota del Mediterráneo.Nacido en Puerto Rico, Rivero tenía una ventaja importante con respecto a su predecesor: él sí hablaba castellano. Quizá por eso cuando se sentó con Nixon el 5 de diciembre de 1972 ya tenía una idea muy clara de lo que ocurría en España, a pesar de llevar sólo unas semanas en la Embajada. La conversación es conocida por los investigadores, es una de las que mejor se conserva y ha sido estudiada en profundidad por el historiador Charles Powell en el libro El amigo americano. Ahora puede ser escuchada y leída al mismo tiempo.En la conversación, Nixon y Rivero parecen cómodos. Se mueven en un territorio que ambos disfrutan, la política internacional. Saltan de China a la Guerra Fría y de ahí a los países árabes sin solución de continuidad. Nixon demuestra que, en el fondo, entiende bien el mundo. En unas pocas frases explica el complejo equilibrio que define la época. Dos gigantes como la URSS y Estados Unidos pueden competir y ser opuestos, pero nadie va a apostar por una confrontación directa porque eso sería el fin.Los estadounidenses no temían que España se levantara un día comunista, algo que sí había preocupado a Eisenhower y le había impulsado a abrir relaciones con el régimen de Franco. Ahora España es algo más. Los tecnócratas que lideran el país, hombres como López Bravo o Carrero Blanco, quieren aportar más en la relación con EE UU. Proponen algunas vías de colaboración como la intermediación con los países árabes. El franquismo nunca reconoció a Israel, que solo entabló relaciones diplomáticas en los años ochenta, y se apoyó en los países del Magreb cuando estaba marginado por la comunidad internacional en cuestiones tan variadas como el ingreso en la ONU o la histórica reclamación sobre Gibraltar. Nixon le pidió a Rivero que se mantuviera abierto a esa posibilidad.La España a la que llegó Rivero era un país en crecimiento y Nixon veía potencial para que fuera mucho más. Italia, Alemania, Francia y Reino Unido deben tener, en su opinión, una nueva incorporación entre los grandes de Europa. España sería el “quinto dedo” que completara esa mano. La idea era compartida por los tecnócratas españoles. Llevaban años mirando a Estados Unidos, también porque habían encontrado al otro lado del Atlántico a gobiernos más receptivos que los de sus vecinos en el continente. Tenían claro que el futuro pasaba necesariamente por una integración del país en las dinámicas europeas.A los países europeos les era más difícil aceptar el sistema español, una dictadura que se extendió hasta finales de los setenta. Nixon creía que esos eran problemas solucionables, que no se podía estar recordando siempre una Guerra Civil de la que habían pasado ya varias décadas y que tenía que ver más con la infancia de los protagonistas de la política que con el presente.La conclusión de Rivero terminó siendo un vaticinio correcto. España había dado un salto adelante, su economía no era la de los países más avanzados pero su evolución era buena y se habían creado unas estructuras de Estado para que no ocurriera la anarquía de la que hablaba Haldeman.Capítulo 4López Bravo Gregorio López Bravo era un político algo atípico para lo que se estilaba al principio de los años setenta. Era alto, bien parecido y, sobre todo, hablaba un inglés que le permitía ser un buen contacto para los políticos estadounidenses.Ingeniero naval de formación, ascendió en el régimen hasta llegar a ministro de Asuntos Exteriores en 1969, el mismo año en el que Richard Nixon llegó a la presidencia. Su presencia en Washington fue frecuente y los americanos le vieron como un posible candidato a liderar el país.Franco eligió finalmente a Carrero Blanco para el puesto de presidente del Gobierno. López Bravo volvería a estar en la terna para presidir el país años después, cuando el rey Juan Carlos cambió al Gobierno y quiso cambiar al presidente que heredó de Franco. Tampoco tuvo suerte en esa ocasión y el Rey se decantó por Adolfo Suárez.López Bravo es un personaje poco estudiado. Para el búnker era un moderado, un reformista. Supernumerario del Opus, pertenecía a la familia de los tecnócratas, aquellos que desde los años sesenta se habían introducido en el régimen para llevar una política más basada en la economía que en la ideología.Para los demócratas, no dejaba de ser alguien cercano a Franco, alguien de ideas muy conservadoras, en una línea similar a la que representaba el propio Carrero Blanco. El almirante no era miembro del Opus, pero sí alguien cercano a la congregación desde la infidelidad de su esposa. Desde entonces abrazó aún más el catolicismo, se convirtió en un fiel de misa diaria. En 1973 fue asesinado por ETA en un atentado en la puerta de su iglesia.López Bravo era una persona con un altísimo concepto de sí mismo, algo que es evidente incluso para el embajador Hill, que había llegado a decir de él que “sería el futuro de España si no se mirase tanto al espejo”.El ministro sabía escuchar a la gente importante. Eso se hace obvio en la última conversación, la que tiene el 11 de abril de 1973, en el Despacho Oval con Nixon. El presidente de Estados Unidos, que disfrutaba analizando la política exterior, alecciona en ella a López Bravo sobre las Comunidades Europeas y el futuro de España, recordándole en diversas ocasiones que la guerra terminó hace más de tres décadas y que es momento de quitarla del diálogo cuando se habla de España. López Bravo está de acuerdo con todo y recalca que él, en aquellos tiempos, no era más que un niño.Solo un par de meses después fue destituido como ministro de Asuntos Exteriores. Para entender su papel en esta historia y la importancia que le otorgaban en Estados Unidos no está de más ver la edición de The New York Times del día después de su destitución, el 11 de junio. El periódico le dedica una columna y una fotografía, dejando en solo unas líneas el resto de cambios en el Gobierno.López Bravo siempre estuvo mal situado. Fue un mueble de diseño en el régimen y uno demasiado antiguo para la Transición. En 1978 terminó su carrera política siendo miembro de Alianza Popular y no acudiendo a votar en el Congreso la Constitución, según la prensa de la época para no significarse. Tras años retirados de la política, murió en un accidente aéreo el 19 de febrero de 1985.Dos días antes del cese de López Bravo, el 9 de junio de 1973, había tomado posesión como presidente del Gobierno el almirante Carrero Blanco. Como demuestran las conversaciones, era el hombre que preferían los americanos para liderar el final del régimen. Alguien que garantizaba la estabilidad que tanto deseaban los Estados Unidos.De ahí que no tengan mucho sentido las teorías que hablan de conspiraciones y de la participación de Estados Unidos en el asesinato de Carrero a manos de ETA, el 20 de diciembre de 1973.Habría sido muy interesante escuchar, en cualquier caso, las conversaciones de la Administración Nixon sobre la muerte de Carrero, pero las grabadoras del Despacho Oval habían dejado de funcionar meses antes, en julio de 1973, cuando un ayudante de la Casa Blanca reveló su existencia durante la investigación del escándalo Watergate.EpílogoCómo destilar 3.000 horas de grabaciones Las cintas de Nixon contienen más de 3.000 horas de conversaciones captadas por el sistema de grabación que se instaló en la Casa Blanca entre febrero de 1971 y julio de 1973. Es un material que está disponible en la Nixon Presidential Library en California y al que pueden acceder los investigadores y cualquier persona que lo desee. Muchos de ellos están accesibles online. La dificultad no está en el hallazgo sino en la mala calidad de muchos de los audios. Por ahora solo se ha transcrito una pequeña parte de todos ellos, en torno al 5%.Lo que los autores del podcast XRey hicieron fue recurrir a los índices de la biblioteca y buscar allí todo lo relacionado con España, Juan Carlos, Franco y Carrero Blanco y otras palabras clave. Una vez extraídos los audios, los técnicos de sonido mejoraron algo la calidad del sonido. Tras esa limpieza, lo siguiente fue recurrir a expertos que ya habían hecho el trabajo de transcripción previo. El principal fue Michael W. Cotten, profesor asistente de Historia en el Temple College de Texas, que ya había colaborado en el libro de referencia sobre las cintas The Nixon tapes, obra de Douglas Brinkley y Luke A. Nichter.Tras el trabajo de Cotten, se terminaron de rellenar algunos huecos más, con la ayuda de un ajuste de la velocidad del audio, el time shifter, una herramienta que les permitió oír con más facilidad las complicadas conversaciones del Despacho Oval.Fe de erroresEn una versión anterior se decía que Nixon dimitió el 8 de agosto de 1973 cuando en realidad la dimisión se produjo en 1974.
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