Es El Acuario. También conocida como la Casa de Cristal. Es la sede central de la popularmente denominada como GRU, la agencia de inteligencia militar de Rusia. Allí, en el noroeste de Moscú, tras las acorazadas paredes de ese complejo de edificios acristalados, se han iniciado algunas de las operaciones de espionaje más extremas de los últimos tiempos. Fue una de sus unidades la que pirateó los servidores del Comité Demócrata de EE UU en 2016. Otra tuvo un papel clave en la anexión rusa de Crimea y el despliegue de los conocidos como “hombres verdes” en la península ucrania. Y en lo que parece una novela de espionaje, fueron agentes del GRU los que, según la inteligencia británica, trataron de asesinar el año pasado a uno de sus desertores, el antiguo espía Serguéi Skripal.
La misión fallida dejó al descubierto detalles clave del Departamento Central de Inteligencia (GU oficialmente, por sus más recientes siglas en ruso, aunque se la sigue conociendo como GRU), compuesta por militares y bajo el mandato máximo del Ministerio de Defensa ruso. Una agencia centenaria, distinguida por operar con mentalidad de guerra y la tradición de arriesgar al máximo, que se ha convertido en un poderoso instrumento político para el Kremlin, apunta el reputado analista militar independiente Alexander Goltz.
Si el del KGB —y ahora su más célebre heredero, el FSB— es un espía con traje de chaqueta y un apetitoso Martini en la mano, los espías del GRU son el operario que viste un mono y calza botas gruesas. O como narró Vladimir Rezum, un oficial del GRU que desertó de la agencia al Reino Unido en los años setenta: “El KGB es un cortesano vanidoso y arrogante que tiene derecho a hablar en el consejo del rey; el GRU, el jorobado, feo y duro”.
Ahora, la Audiencia Nacional investiga las actividades en España de la agencia de inteligencia militar rusa y su presencia en Cataluña. Y en particular de la “unidad 29155”, como aparece en el sumario del caso abierto hace tres meses. Un grupo complejo dentro del GRU, que ha estado implicado en operaciones de extrema sensibilidad en toda Europa, señalan a este diario fuentes de inteligencia occidentales.
Los espías bajo el alias Alexander Petrov y Ruslan Boshirov captados por una cámara de videvigilancia en Salisbury, el 4 de marzo de 2018.
Su arquitectura es difusa, remarca un diplomático occidental que habla bajo la condición de anonimato. Otro veterano oficial de inteligencia europeo, que acepta conversar también preservando su identidad, destaca que podría ser una subunidad de élite compuesta por una veintena de personas destinada a operaciones especiales en el extranjero, con miembros de capacidades diversas o personal cambiante: el manejo de armas químicas, como la neurotoxina (novichok) empleada para acabar con Serguéi Skripal, hasta las infiltraciones cibernéticas. Cree que el germen del grupo ahora bajo el foco se formó hace una década. En los últimos tiempos se ha vuelto más visible, añade, no solo porque afronta misiones más delicadas y severas; también el exceso de confianza o la falta de medios le ha vuelto más descuidado.
Informes de inteligencia y revelaciones de medios especializados como Bellingcat y sus socios de investigación —que han analizado registros de vuelo e incluso las comunicaciones móviles de algunos de los sospechosos señalados— sitúan al grupo tras un golpe de Estado fallido en Montenegro en 2016. También tras los dos novelescos intentos de asesinato del traficante de armas búlgaro Emilian Gebrev en 2015, señalaba en octubre The New York Times en un artículo en el que, citando fuentes de inteligencia, conecta los casos y asocia al grupo con su nombre militar: 29155. Miembros del GRU que distintos informes vinculan a esa subunidad también están relacionados con los ataques cibernéticos a funcionarios de la agencia antidopaje en Suiza entre 2016 y 2018.
La pista más clara lleva hasta Salisbury, el Reino Unido. Allí, en marzo del año pasado, dos hombres que el espionaje británico asegura que son miembros del GRU intentaron envenenar a Skripal, que tras cumplir un lustro de años de cárcel en Rusia por espiar para Londres fue intercambiado por otros espías y vivía semiretirado con su hija. Pero los agentes Ruslan Boshirov y Alexander Petrov no tuvieron éxito.
Más tarde, se les identificaría como Anatoliy Chepiga y Alexander Mishkin, oficiales altamente condecorados. En la operación participó además un tercer hombre, se cree que como supervisor: Serguéi Fedótov. Hace solo unos meses se destapó que su verdadera identidad es Denís Serguéyev, un general de intensa actividad, a quien también se vincula con el intento de asesinato del traficante de armas en Bulgaria y a la operación suiza. El espía fue detectado en España y es parte de la investigación de la Audiencia Nacional. Fuentes de inteligencia creen que Serguéyev sigue trabajando para el GRU desde Moscú.
Denís Serguéyev en una imagen de un documental en 1999. Luego recibiría la identidad falsa de Serguéi Fedótov. EL PAÍS
Chepiga y Mishkin, que tras destaparse el escándalo hablaron para la televisión rusa tratando de hilar una coartada en la que se definían como turistas que habían ido de visita a la catedral de Salisbury en el momento del ataque a Skripal, encajan con esa imagen simbólica del operario con botas gruesas. Aunque tiene una larga tradición de recopilación de información, robo de secretos en países enemigos y captación de activos en territorio hostil, en estos tiempos de guerra híbrida tiene cada vez más recursos en el ámbito tecnológico y está realizando frecuentes operaciones sobre el terreno para lo que considera proteger los intereses de Rusia, señala el diplomático occidental. Puede que el éxito de su paso por Crimea marcase esa pauta. Un año después, en 2015, GRU preparó la intervención militar rusa en Siria. Aquello devolvió el orgullo a una agencia que había ido perdiendo poder.
El Kremlin ha negado constantemente las acusaciones hacia el GRU y las ha definido como “fantasías”. El Ministerio de Defensa, su máximo responsable, suele evitar pronunciarse sobre una agencia que es totalmente opaca. También en este caso, preguntada por este diario, mantiene silencio. Moscú tiene un escándalo aún más fresco sobre la mesa. El jueves, se desveló un vídeo en el que se ve cómo un ex agregado militar ruso soborna a un funcionario serbio en Belgrado. Quien entrega la abultada bolsa de dinero es, creen las autoridades serbias, un agente de GRU.
Operaciones encubiertas
“En un tiempo en el que los conceptos de guerra y paz se entremezclan y los países están en una eventual constante guerra, las operaciones encubiertas han sustituido a los métodos militares”, apunta el analista Alexander Goltz. Con ese paradigma, señala, el GRU se dedica ahora a lo que en la URSS llevaba a cabo una de las divisiones del KGB: la “inteligencia política”.
Unidades de la agencia de inteligencia militar rusa están tras operaciones que han causado algunas de las crisis más graves geopolíticas de los últimos años. Fueron los grupos 74455 y 26165 los que se infiltraron en los servidores del Comité Nacional Demócrata de EE UU en 2016 y de su candidata, Hillary Clinton. La operación dio lugar a una serie de sanciones contra empresas y funcionarios rusos, entre ellos dirigentes y miembros del GRU que hasta entonces habían estado totalmente a cubierto. Otra de sus divisiones –apodada Fancy Bears’– en el Parlamento Alemán y en la campaña de Emmanuel Macron. Y distintos informes involucran a uno de sus oficiales en el derribo un avión con 298 personas a bordo sobre Ucrania en 2014.
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