Antes de cada uno de los tres partidos de la final, Saras Jasikevicius y Chus Mateo coincidían en una cosa: en que el siguiente partido se resolvería por los detalles. Vista toda la serie, el gran detalle que ha decidido la final han sido los tiros libres. También lo habían sido en la semifinal de la Euroliga. Ese día el Barça se quedó en un 4 de 11, un paupérrimo 36% de acierto. Conocedores de esta lacra, en la final de la ACB, el Barça mostró una concentración absoluta (45 de 51 tiros libres) mientras que el Madrid presentó unas cifras muy poco profesionales (52 de 70). Es decir, el Real fue mucho más a la línea de personal pero falló como nunca. Marrar 9 tiros libres en el encuentro del Wizink denotó que el equipo no estaba centrado.
Pero la clave de la final estuvo en el segundo encuentro (86-85). El Barça ganó de uno un partido que, a falta de dos minutos, perdía por 6 puntos. Y, de nuevo, la clave estuvo en los dos tiros libres fallados por Tavares, a 50 segundos del final y con el Madrid todavía por encima. El caboverdiano, descentrado por su error, cometió enseguida la quinta falta. Ya en el tercer partido, todavía con su fallo del domingo en la cabeza, volvió a marrar los dos primeros tiros libres y estuvo muy mal durante toda la primera parte. El Barça hizo muchas cosas bien en los tres partidos, fue mejor que el Madrid, como equipo constante, y ganó muy merecidamente. Eso no quita que nos preguntemos cómo es posible que en los tres últimos cuartos de Madrid, el Barça ya estuviese en bonus mientras a los locales todavía no les habían señalado falta alguna. Como mínimo, muy raro.