Pierre Ryckmans, que nació en Bruselas en 1934, y acabó su tempestuosa y no por ello menos reflexiva vida en 2014, en un lugar tan alejado de sus vivencias infantiles, como Canberra (Australia), es uno de esos pocos sabios escritores que logran convencerte de que la felicidad de leer es aún mayor que la gloria de escribir. Ambas tareas se enfrentan y se retroalimentan, se hermanan y se dan de bofetones, pero no cabe duda de que él, mejor que nadie, nos puso en el camino acertado. Y en cuanto deja atrás las muchas batallas que libró, nos ofrece este “tesoro” que he elegido de sus muchos ensayos, novelas, poesía y labor docente. Una especie de pequeño misal (él era católico) que no deja lugar a dudas, ya desde su título decididamente afable: Ideas ajenas: Recopiladas idiosincráticamente por Simon Leys para el divertimento de los lectores ociosos, publicado en España por Confluencias con traducción de Teresa Lanero.
Una lectora ociosa, que es lo que yo aspiro a ser, no podía dejarlo pasar de largo. Tampoco el hecho de que este perspicaz intelectual añadiese otra pasión a su intensa vida: el mar. Leys fue un avezado y visionario navegante, y el nombre de su velero así lo acredita: La vida flotante. Alguien dijo de él que “ponerse a prueba para conocer su condición” fue lo que le empujó a instalarse en las antípodas. En Australia pudo ver desde lejos y a la intemperie esa calidad eterna de agua salada y aquellos vientos siempre imprevisibles. Algo refrescante y poderoso, pienso yo, que ha hecho único su trabajo.
No puedo seguir sin explicar que Ryckmans pronto tuvo que buscar otro nombre, un pseudónimo que suena tan bien como el gesto de deslizar la pluma siempre amigablemente ligada a la de otro autor admirado. El caso es que cuando este implacable y meticuloso traductor de textos chinos desembarcó en la China de Mao Zedong y fue el primero en desmontar y denunciar los horrores de la revolución cultural en pleno dislate con su libro Los trajes nuevos del presidente Mao (publicado por vez primera en inglés en 1971 y traducido al castellano por Tusquets en 1976) no sólo su vida corrió peligro, sino que se abrió un vació ante él desde una gran parte de las instancias culturales europeas. Todos los danzantes de la jeringa izquierdista le ignoraron. Esto ocurrió a mitad de los años sesenta y lo único que le salvó la vida fue elegir un pseudónimo y tirar para adelante.
Leys no nos ahoga en un mar de citas para convertirnos en gente más cultivada. Se mima con deferencia al lector. No se trata de aprender de los grandes sino más bien de algo espléndido e íntimo
En estas Ideas Ajenas, Simon Leys nos descubre las alianzas secretas de la literatura y de la poesía, del ensayo y del estudio, pero no hay que esperar un libro de citas eruditas. Es más bien una lectura infinita, dividida por orden alfabético y en cada capítulo autores dispares y queridos van apareciendo para darnos su opinión sobre un tema, una cosa, un sentimiento o una creencia. Podemos no estar de acuerdo con lo que escribe o descubrir con alborozo un pensamiento propio al que no habíamos acabado de dar forma. Un ejemplo: en el apartado Literatura, Leys elige este fragmento de Jean Paulhan: “La literatura no es (a pesar de las apariencias) algo sensato que teñimos con un poco de locura. Es lo contrario: una especie de locura que convertimos en algo casi verosímil”. Más tarde, el propio Leys vuelve a Paulhan, que lo expresa de otra manera mas poética y al mismo tiempo desengañada, cuando dice, que “la literatura no es un fin en sí mismo, ni nada que nos podamos proponer, sino el acompañamiento, la flor de otra cosa”.
No hay que confundirse con este libro. Leys no nos ahoga en un mar de citas para convertirnos en gente más cultivada. Se mima con deferencia al lector, algo que yo siempre he apreciado mucho. No se trata de aprender de los grandes sino más bien de algo absolutamente espléndido e íntimo. Es como quien te señala dentro del pescado, donde está la espina, y te anima a quitarla sin recelo. Entre el montón de escritores y temas que Leys maneja, os encontraréis al mundo entero. No habrá cansancio, ni desprecio, tampoco esnobismo. Disensiones, sí. Es un libro para leer poco a poco; casi un manual de conducta frente al hecho de escribir; y también un reflejo. A propósito de los libros, advierte: “Un libro es un espejo; si un simio se mira en él, es difícil que se refleje un apóstol”. No es una boutade, claro. Es una advertencia dolorida de un escritor en horas bajas, que son las que más aclaran la noche.
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