Los últimos claveles rojos en la fosa 4

Llegan discretamente, uno detrás del otro, con sus cachavas clavadas al suelo. “Con cuidadín”, le dice Julio a su hermano menor, Gregorio, ambos nonagenarios. Y así, con cuidadín, se asoman a la fosa número 4 del cementerio civil de Guadalajara, donde el equipo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) acaba de exhumar a su hermano mayor Mariano López del Campo. Tenía 23 años, era chófer, de Mandayona (Guadalajara) y militante del Partido Comunista. Cuando lo detuvieron, sus hermanos apenas tenían 13 y 11 años respectivamente. “Nos enteramos de que lo sacaban por casualidad. Porque una amiga del pueblo vio la lista que compartieron en Twitter y reconoció el nombre de mi tío”, dice la hija del mayor, María Ángeles. Como ella no tenía Twitter, fue su sobrina, nieta de los hermanos, quien lo comprobó. Entre sus brazos, María Ángeles sostiene un ramillete de claveles rojos. Los que cada año, desde el 3 de mayo de 1940, lleva Julio a la fosa de su hermano. Malena García, investigadora en la ARMH, sostiene: “Es muy, muy excepcional que se encuentre vivo un hermano [de un desaparecido]. Incluso es raro que se encuentre un hijo ya”. De los 12 que fueron en la familia, viven cuatro hermanos, aunque solo ellos dos, de 94 y 92 años, han podido acudir a ver la exhumación.

“Estamos reconstruyendo historias con la memoria de niños de 12 años, pero de hace 80. No solo recuerdan como un niño, sino que han pasado muchas décadas, con lo que eso limpia la memoria”, reflexiona García. Con la memoria de los niños que fueron, Julio y Gregorio recuerdan ahora: “Mariano era hermano y era padre. Lo era todo. Le teníamos muchísimo respeto. Nos llevaba a todos los sitios y, si no íbamos a la escuela, el que nos reñía era él”. El mayor de los 12, Narciso, ya vivía en Madrid, así que fue Mariano el que se hizo cargo de los demás. En el frente, conducía uno de los camiones del bando republicano. Como Franco prometió que a los que no estuvieran manchados de sangre no les pasaría nada, al volver a casa se entregó voluntariamente ante la Guardia Civil de Azuqueca (Guadalajara). “Bajé yo con él”, revive Gregorio, “y él se quedó y yo me subí a Alovera (Guadalajara)”. “Y ya no salió de ahí”, remata Julio. Más tarde lo trasladaron a la cárcel de Guadalajara, y un año después, en mayo de 1940, lo fusilaron. Se enteraron dos días después, y fue el propio Gregorio el que le dio la noticia a su madre: “Yo era un crío… Le dije, madre, bájate al pueblo, que las chicas van a irse a Guadalajara. Y en cuanto le dije eso, ya supo…”. El nudo en la garganta le impide terminar la frase.

Un voluntario de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica trabaja en la exhumación de restos en el cementerio civil de Guadalajara.
Un voluntario de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica trabaja en la exhumación de restos en el cementerio civil de Guadalajara.Ignacio Izquierdo

La ARMH comenzó las exhumaciones de la fosa número 4 el 1 octubre y este domingo ha finalizado la recuperación de los restos de las 26 personas enterradas en ella. El proyecto continúa el que se inició en los años 2016, 2017 y 2020 con las fosas 2, 1 y 3 respectivamente, situadas en el mismo patio. Son las primeras que se abrieron por exhorto de los tribunales argentinos, amparados en el principio de justicia universal e impulsados por el activismo de Ascensión Mendieta. De los 26, han conseguido localizar a la familia de 10, y creen que podrán identificar hasta 14 casi con seguridad gracias a otros elementos (por ejemplo, porque a uno de ellos le falta un brazo, y otros dos son hermanos, por lo que las muestras coincidirán). Gracias a la difusión en Twitter aparecieron tres familias. Pero las fosas se suceden hasta el final del muro, esperando su momento. Estiman que quedan hasta 300 enterrados más distribuidos en 12 fosas.

Julio siempre pensó que su hermano estaba en otra fosa: “Mi padre me dijo que estaba en la 3, pero un día fui a preguntar y me dijeron que no, que estaba en la 4. Pero me daba igual, yo venía con mis claveles, como vengo ahora, y los echaba a la 3, a la 1 y a todas, hasta que se me terminaban. Los repartía todos”. Se colaban por una puertecita trasera que daba directamente al cementerio civil, antaño separado por un murete del lado católico, ahora unificado. Aunque los falangistas los echaban muchas veces, bajo amenaza de acabar como su hermano, siempre volvían. Según apunta César, un antiguo trabajador del cementerio, del otro lado y a varias decenas de metros, está enterrado junto a su familia el que supuestamente les dio los tiros de gracia.

“De lo de ayer por la tarde no me acuerdo, pero de lo de aquellos años me acuerdo de todo”, afirma entre riendo y lamentando Gregorio, camino de la capilla. En ella, dos voluntarios limpian y depositan cada hueso en cajas individualizadas y numeradas, listas para ser mandadas al laboratorio de Ponferrada, que cotejará su ADN con el de los familiares. Según el informe más reciente del Ministerio de Presidencia y Memoria Democrática, solo se han identificado genéticamente el 0,2% de los 130.000 asesinados por el franquismo que se cuentan aproximadamente, aunque anteriormente se les identificaba a través de técnicas antropológicas. El número total de exhumados en España apenas asciende de los 10.000, según confirman en la Sociedad de Ciencias Aranzadi.

El desasosiego que despierta el cuerpo mal enterrado se traslada hasta hoy. María Ángeles cuenta la inquietud con la que su padre pensaba qué iba a pasar con los restos de su hermano. Pero la preocupación terminó en cuanto vio el panteón común en el que reposan los restos de aquellos sin identificar o cuyas familias no los han reclamado. También de aquellos cuyas familias así lo deciden. “Aquí se van a quedar”, aseguró Julio el jueves, cuando visitó la excavación por primera vez. “Ven, ahora verás dónde van a estar”, le dice ahora a su hermano, indicándole el camino con una mezcla de emociones contenidas. “Podría ir al pueblo, pero no quiero, porque aquí murió con sus compañeros, y juntos tienen que estar”, sentencia. La fraternidad familiar de los hermanos le cede el paso a la fraternidad política de quienes compartieron lucha y muerte. Julio divide el ramo de claveles en dos. La mitad va a la fosa donde Mariano pasó los últimos 80 años y donde solía dejarlos. El resto, los va soltando poco a poco donde tendrá que llevarlos a partir de ahora. Gregorio, tres pasos por detrás, responde simplemente: “Es la mejor decisión que has tomado”.

La búsqueda continúa

La Asociación para la recuperación de la memoria histórica (ARMH) todavía busca los familiares de los siguientes exhumados. Estos son sus nombres:

José Roncero Lara, Alique (Guadalajara)
Luis Elizalde García, Humanes (Guadalajara)
Francisco Martínez Martínez, Sacedón (Guadalajara)
Eustaquio Buendía Yebra, Sacedón (Guadalajara)
Felipe Orcero Ruiz, Salmerón (Guadalajara)
Florentino Guijarro Villalta, Salmerón (Guadalajara)
Esteban y Patricio Ortega Somolinos, Cendejas de Enmedio (Guadalajara)
Vicente de Lucas Hervás, Guadalajara 
Rogelio Butrón Vicente, Utande (Guadalajara)
Felipe Martínez del Río, Sacedón (Guadalajara)
Félix Camarillo Gutiérrez, Marchamalo (Guadalajara)
Francisco Blanco López, Loranca de Tajuña (Guadalajara)
Cecilio Pajares González, Mondéjar (Guadalajara)
Pablo López Fernández, Mondéjar (Guadalajara)
Segundo Santamaría Cuadrado, Yunquera de Henares (Guadalajara)

 


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