Algunos acudieron por la luz, otros buscando el clima suave del Mediterráneo y otros porque la vida era más barata. Sea por lo que fuere, a finales del siglo XIX y durante el XX, la Provenza y la Costa Azul se llenaron de artistas, y sus obras de representaciones de estos dos destinos franceses. Un viaje por sus rincones preferidos está lleno de color y luz: de los campos de lavanda a los puertos asomados al mar, pasando por las grandes ciudades francesas del Sur, como Niza o Aix-en-Provence.
Saint-Rémy-de-Provence y Van Gogh. Un refugio bajo el sol
La noche estrellada y otros muchos cuadros de Van Gogh (1853-1890) fueron pintados en el coqueto pueblo de Saint-Rémy. El pintor no llegó aquí como los despreocupados turistas que visitan este rincón de la Provenza: lo hizo para ingresar en el Monastère Saint-Paul de Mausole, convertido entonces en asilo. A salvo tras los muros del monasterio vivió su periodo más productivo: 150 dibujos y unas 150 pinturas, incluidos sus fabulosos Lirios o La noche estrellada y varios de sus autorretratos. Hoy el monasterio se puede visitar y, además de un bonito claustro románico, encontramos una réplica de su habitación abierta al público y unos jardines con las flores que protagonizaron su obra.
En la actualidad, Saint-Rémy es uno de los refugios veraniegos favoritos de la jet set. En este pueblo color miel, en torno a una plaza sombreada, se respira una atmósfera tranquila. Al sur, los escarpados montes de Les Alpiles se perfilan en el horizonte (también quedaron inmortalizados por Van Gogh) y muy cerca de la villa espera una de las ruinas romanas más impresionantes de la Provenza: la ciudad de Glanum, magníficamente conservada, espera a ser explorada.
Vincent van Gogh había llegado a la cercana Arlés desde París en 1888 escapando de los excesos de la capital. Encontró inspiración en los paisajes y costumbres provenzales y, sobre todo, en la intensidad de su luz. Vivió más de un año en Arlés, donde llegó a pintar más de 200 óleos, entre ellos obras maestras como El dormitorio en Arlés y Naturaleza muerta: jarrón con doce girasoles. Pero tras cortarse una oreja (o parte de ella) durante una grave crisis, ingresó voluntariamente en el hospital de Saint-Rémy-de-Provence. Después dejaría Saint-Rémy para reunirse con su hermano Théo en Auvers-sur-Oise; dos meses más tarde, se pegó un tiro. Tenía 37 años.
Hoy sus obras se exponen en los mejores museos internacionales, aunque algunos cuadros se conservan en la Provenza: en el Musée Angladon de Aviñón y el Musée Granet, en Aix-en-Provence, dos museos que reúnen muchísimos trabajos de los grandes impresionistas.
Mougins y Pablo Picasso. Artes, jardines y amigos
Pablo Picasso (1881-1973) tenía ya más de 60 años cuando llegó a la Costa Azul con su mujer Françoise Gilot en 1946. Su influencia en la región y la de la región en él fueron muy importantes.
Primero compró el Châteaux de Vauvenargues, cerca de Aix-en-Provence, a los pies del monte Sainte-Victoire, tantas veces pintado por Cézanne a quien el español admiraba y cuyos estudios sobre el cubismo fueron los que espolearon a Picasso a iniciar el movimiento cubista. En 1961 se trasladó a Mougins con su segunda esposa, Jacqueline Roque. En este encantador pueblo del sur vivió sus últimos años, cultivó muchas amistades entre artistas y personajes célebres, y es aquí también donde está enterrado. Todavía hoy el castillo sigue perteneciendo a la familia. Pero Picasso visitó otros muchos lugares de la Provenza, como Antibes (donde instaló un estudio en el Château Grimaldi, en la actualidad Museo Picasso), y más tarde vivió unos años en el pueblo de alfareros de Vallauris, donde descubrió la cerámica, antes de trasladarse a Mougins.
Encaramándose en espiral hasta la cima de una colina, este pueblo medieval parece perfecto. Picasso lo descubrió en 1935 con su pareja de entonces, Dora Marr, y vivió en él con su último amor, Jacqueline Roque, desde 1961 hasta su muerte. Desde entonces, Mougins se ha convertido en un lugar de élite, con prestigiosos restaurantes, la escuela internacional más solicitada de Francia, y el Sophia Antipolis (el Silicon Valley francés) en las inmediaciones. El vecino Mouans-Sartoux es igual de encantador y más terrenal, con un conjunto de restaurantes populares y un excelente museo.
Una visita imprescindible es el Musée d’Art Classique de Mougins, obra del compulsivo coleccionista de arte y emprendedor británico Christian Levett. Reúne más de 600 obras que abarcan 5.000 años y pretende mostrar cómo las antiguas civilizaciones inspiraron los estilos de arte neoclásico, moderno y contemporáneo. Pero hay aún más cosas que ver en la exquisita Mougins: los preciosos jardines du MIP, que pertenecen al Museo Internacional de la Perfumería de Grasse, donde se cultivan rosas, jazmín y lavanda y otras muchas familias olfativas; o el pequeño y atractivo Museo de la Fotografía André Villiers. Los aficionados al arte moderno y la arquitectura tienen también visita obligada al Espace de l’Art Concret, que ocupa el Château de Mouans y con una extensión moderna construida exprofeso, un polémico y brillante bloque de hormigón verde que choca con el entorno histórico. El espacio expone obras de muchos grandes artistas, desde Chillida a Warhol.
Saint-Paul-de-Vence y Chagall: una colonia de artistas
Érase una vez un pequeño pueblecito medieval sobre una colina frente al mar. En la posguerra llegaron Picasso y estrellas del cine como Yves Montand y Roger Moore, y Saint-Paul-de-Vence se vio catapultado a la fama. Hoy alberga docenas de galerías de arte, además de la famosa Fondation Maeght. Entre los muchos artistas que han vivido o pasado por aquí están también Soutine, Léger, Cocteau, Matisse y Chagall. Este último llegó en la década los cincuenta, se quedó a vivir y está enterrado en su cementerio.
El judío bielorruso Marc Chagall (1887-1985) llegó a París desde Rusia en 1922. Consiguió huir a EE UU durante la Segunda Guerra Mundial y, al regresar a Francia a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, se estableció en Saint-Paul-de-Vence, en la Costa Azul. Matisse y Picasso vivían en la zona en esa época, muchos artistas la visitaban con frecuencia y fue esa sensación de “colonia artística” lo que le atrajo.
A pesar de que Provenza y la Costa Azul nunca aparecen explícitamente en sus pinturas, Chagall sentía clara fascinación por la luz y el color de la región, lo que se hace patente al observar las luminosas obras expuestas en el Museo Nacional Marc Chagall de Niza o el mosaico que compuso para la catedral de Notre Dame de la Nativité en la ciudad.
En el pueblo, el ambiente artístico está por todas partes, pero sobre todo en la famosa Fondation Maeght, que expone obras de muchos de los artistas que encontraron inspiración en la Costa Azul, como Braque, Kandinsky, Giacometti, Miró y el propio Marc Chagall. Es como una cueva del tesoro, con las obras expuestas en un innovador y experimental edificio (obra del arquitecto español Josep Lluís Sert), y rodeado por unos jardines que son una delicia.
La otra visita imprescindible es La Colombe d’Or: un hotel y restaurante mundialmente famoso, que podría considerarse casi el anexo de la Fondation Maeght. Fue el reducto fiestero de docenas de artistas del siglo XX (Chagall, Braque, Matisse, Picasso, entre otros), que pagaban sus comidas en especie. De ahí derivó una extraordinaria colección privada. Las habitaciones están decoradas con piezas únicas, igual que el restaurante.
Cagnes-sur-Mer y Renoir: la felicidad campestre en familia
Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) empezó a padecer artritis reumática en 1892, y la enfermedad fue empeorando hasta que, en 1907, los médicos le ordenaron que se mudara a un lugar de clima soleado para aliviar sus dolores. En 1909 compró una finca en Cagnes-sur-Mer llamada Les Collettes, donde viviría hasta su muerte. Sin embargo, lejos de jubilarse, en el sur de Francia recuperó su vigor y pintó tenazmente a pesar de sus dedos deformados por la enfermedad. Tuvo que adaptar su técnica pictórica a su estado físico, y muchos entendidos opinan que sus últimas obras poseen la misma alegría y fulgor que habían caracterizado a las anteriores y más famosas piezas.
Su hogar, la granja Les Collettes, es hoy un museo con su nombre. Envuelto en verdor, seis kilómetros al sureste de Saint-Paul-de-Vence, Le Domaine des Collettes en Cagnes-sur-Mer fue el hogar y estudio del artista hasta su muerte. Allí vivió felizmente con su esposa y sus tres hijos, recibía a muchos amigos y organizaba comidas muy celebradas. La casa le evoca perfectamente, a pesar de estar muy poco amueblada. Allí se exponen también algunas de sus pinturas originales, incluida una versión de Les Grandes Baigneuses (1892), esculturas, cartas, fotografías, documentos y la silla de ruedas del artista.
Aix-en-Provence y Cézanne, el provenzal
En Aix se venera a su pintor local, Paul Cézanne, aunque en su día sus paisanos no entendieron su arte y hasta le pidieron formalmente que abandonara la localidad. Hoy sin embargo muestran orgullosos a los turistas dónde vivía, comía, bebía, estudiaba o pintaba el artista y se pueden seguir sus pasos en el Circuit de Cézanne, una ruta señalizada con placas de bronce en la calzada.
Paul Cézanne (1839-1906) es, tal vez, el más provenzal de los impresionistas. Se considera que fue su obra la que propició la transición del arte “tradicional” del siglo XIX a las radicales nuevas formas del arte del siglo XX, en especial el cubismo. Nació y pasó casi toda su vida en Aix-en-Provence, excepto una década que vivió en París y otra que estuvo viajando entre Provenza y la capital francesa. Conoció al escritor Émile Zola en el colegio y ambos mantuvieron esa amistad durante años, hasta que Zola tomó a su amigo como ejemplo para crear el personaje de Claude Lantier, un pintor fracasado, en su novela La obra (1886).
Provenza fue una fuente de inspiración esencial en Cézanne: el pueblo costero de L’Estaque, las canteras de Bibémus, cerca de Aix (se dice que las formas geométricas inspiraron sus experimentos cubistas), o la casa familiar de Jas de Bouffan en Aix aparecen en docenas de cuadros. Pero lo que más le influyó fue la montaña Sainte-Victoire: su esplendor, su forma y sus colores aparecen en más de 30 óleos y 45 acuarelas. Sainte-Victoire es tierra de viñedos y en ella se pueden hacer muchas actividades, como ciclismo de montaña y excursiones, sobre todo por la cara norte. La ruta circular alrededor de Sainte-Victoire es especialmente bonita.
Otro de los hitos de la ruta de Cézanne es el Atelier de Cézanne, el estudio donde trabajó desde 1902 hasta su muerte cuatro años después. Se conserva tal y como él lo dejó, y visitarlo es una de las formas más emocionantes de entender su arte. Es un lugar inspirador que alberga exposiciones temporales. Hay que completarlo con la visita al Terrain des Peinters, un bonito jardín ideal para ir de pícnic y desde donde Cézanne pintó la montaña Sainte-Victoire.
La Bastide du Jas de bouffan es una casa señorial del siglo XVIII, situada al oeste de la ciudad, que el padre de Cézanne compró en 1859. Allí pintó el artista como un poseso: 36 óleos y 17 acuarelas en los que representó la casa, la granja, la avenida de castaños, el parque… Y para terminar el tour del artista hay que ir a las Carrières de Bibémus (canteras), donde alquiló una cabaña en 1895 y pintó 27 cuadros. La cantera ofrece interesantes circuitos a pie para ver ese escenario que el pintor captó tan bien en sus lienzos.
Hoy Aix es uno de los lugares más turísticos de Francia, reducto del chic parisino en plena Provenza: bulevares arbolados y plazas flanqueadas por mansiones de los siglos XVII y XVIII; altivos leones de piedra custodiando su avenida más majestuosa, Cours Mirabeau, llena de cafés con terrazas y un atractivo ambiente estudiantil.
El Musée Granet es una de sus joyas. Fue uno de los primeros museos públicos de Francia, instalado en un antiguo convento y hoy reúne una colección de más de 12.000 piezas, entre las que figuran nueve cuadros de Cézanne, pero también obras de Picasso, Léger, Matisse, Monet, Klee o Van Gogh. La pintura tiene también otro refugio en el Centro de Arte Caumont, situado en un majestuoso hotel particulier del siglo XVIII. Salas palaciegas llenas de antigüedades y obras de arte en un edificio impresionante y aristocrático.
Gauguin y Van Gogh en Arlés: el encuentro de dos genios
Arlés es una interesante ciudad de la región de la Camarga, con tesoros romanos, sombreadas plazas y una rica cultura autóctona. Pero si sus coloridas casas bañadas por el sol evocan un cierto déjà vu es porque uno las ha visto antes, en un cuadro de Van Gogh: pintó más de 200 obras en la ciudad y sus alrededores. Este lugar de la Provenza está ligado también a otro gran post impresionista, Paul Gauguin que convivió con Van Gogh durante dos meses en la llamada “casa amarilla” de la Place Lamartine. Hoy no es posible ni siguiera fotografiarla: fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial. Otro de los escenarios pintados por ambos son los Alyscamps, una avenida procesional de tumbas y sarcófagos de lo más evocadora.
El recuerdo de los dos artistas lo podemos encontrar en la Fondation Vincent van Gogh, en una casa solariega del siglo XV reconvertida en galería dedicada al artista, con interesantes exposiciones anuales que completan su colección permanente. Aunque la verdadera joya de Arlés es el anfiteatro, Les Arènes, uno de los grandes escenarios de la Galia Romana, que se mantiene casi intacto, y todavía hoy acoge corridas de toros o fiestas locales. De época romana son también los criptopórticos, unas fascinantes cámaras subterráneas en el centro de la ciudad, o las Termas de Constantino, del siglo IV.
Gauguin llegó a este pueblo en 1888 siguiendo a Van Gogh. La relación de ambos artistas en Arlés fue sin duda una de más atormentadas de la historia del arte. En solo nueve semanas intercambiaron ideas y lienzos, trabajaron sin parar y chocaron de tal modo que Van Gogh, presintiendo la separación, se cortó la oreja. Pero lo que es indudable es dejaron una huella en la obra del otro. Todo comenzó bien: Van Gogh animó a Paul Gauguin a visitarle en Arlés para formar una comunidad de artistas que compartiera experiencias y nuevas formas de arte. Pero su forma de entender el arte y la vida era radicalmente opuesta: el holandés abordaba el arte con el fervor propio de una religión y la realidad con un toque místico; Gauguin llegó a Arlés dispuesto simplemente a pasar una temporada en el soleado sur de Francia con un colega que admiraba, una mera escala en la búsqueda de los paraísos en escenarios lejanos como los de Tahití. Van Gogh se llevó una desagradable sorpresa al ver a su ídolo pero siguió en el empeño de trabajar juntos. Preparó para ello su “casa amarilla”, con apenas dos alcobas, un estudio y una cocina alquilados en un edificio de la plaza Lamartine, adornadas por brillantes girasoles.
Comenzaron a pintar juntos los mismos escenarios (el Café de la Estación, los Alyscamps…) e incluso pintaron a las mismas personas, cada uno con su perspectiva y estilo. El final se aceleró: Van Gogh era muy vehemente, psicológicamente inestable y bebía mucha absenta. Gauguin también tenía un carácter fuerte e inestable. Discutían a menudo, cada vez más e incluso violentamente, hasta la pelea final en la que Van Gogh se cortó una oreja en un delirio. Ahí terminó la convivencia, pero siguieron manteniendo correspondencia hasta la muerte de Van Gogh en 1890.
Van Gogh pinto en Arlés unos 300 cuadros, pero curiosamente hoy en la ciudad no se puede contemplar ninguna obra del pintor.
Saint-Tropez, Antibes y Paul Signac. Entre artistas y jet set
En 1956, la voluptuosa Brigitte Bardot llegó a Saint-Tropez para rodar la película Y Dios creó a la mujer. De la noche a la mañana, este tranquilo pueblo de pescadores se transformó en el refugio favorito de la jet set. Desde entonces sus vecinos han sacado partido convirtiendo la belleza pintoresca y cautivadora de Saint-Tropez en un reclamo turístico irresistible.
Pero antes que Bardot, tuvo otros visitantes ilustres. Como el puntillista Paul Signac (1863-1935), que fascinado por el encanto de su puerto en 1962 compró una casa, La Hune, para pasar allí una parte del año, e introdujo a otros artistas en la zona. Pintaría varias obras sobre la localidad antes de trasladarse a Antibes. En la pequeña capilla de la Annonciade, del siglo XVI, se le recuerda con una impresionante colección de arte moderno, en la que se incluyen algunas obras de Signac, como su Muelle de Saint Tropez (1899) y St-Tropez puesta de sol en el pinar (1899). Vuillard, Bonnard y Maurice Denis (el Grupo Nabis) disponen también de una sala con sus obras.
Paul Signac terminaría instalándose en Antibes —unos 100 kilómetros al norte de Saint-Tropez—, un puerto con murallas del siglo XVI y estrechas calles adoquinadas llenas de flores que robó también el corazón de artistas y escritores como Graham Greene, Max Ernst o Picasso, quien incluyó la ciudad en varias de sus pinturas. La ciudad cuenta con un museo dedicado al artista español.
Aquellos famosos residentes de Antibes hoy solo reconocerían el bonito casco antiguo, un lugar delicioso para pasear. El espléndido Marché Provençal es el antiguo núcleo vivo de la zona, cubierto por un techo forjado del siglo XIX y lleno de puestos de quesos, olivas, hortalizas, tapenades y otras exquisiteces provenzales. Otro buen sitio para huir del ajetreo del puerto es el histórico barrio de pescadores de Saint-Tropez.
Villefranche-sur-Mer y Menton con Jean Cocteau. La felicidad frente al mar
Jean Cocteau (1989-1963), además de poeta, novelista, dramaturgo y cineasta, también fue pintor. De esta faceta han quedado varias muestras en Villefranche-sur-Mer, el pueblo a ocho kilómetros de Niza al que llegó en los años veinte para curarse de su adicción al opio y refugiarse tras la muerte de su compañero Raymond Radiguet, un joven y brillante escritor. Cocteau aseguraba que allí fue donde pasó los momentos más felices de su vida.
Con un puerto idílico, este pueblo pintoresco coronado por una imponente ciudadela mira hacia la península de Cap-Ferrat. Su profundo puerto es parada principal de cruceros de recreo cuyos pasajeros se desparraman para deambular por su casco antiguo, del siglo XVI, con sus pequeñas calles interrumpidas por escaleras y vistas del mar. Pero fuera de temporada, podría ser una tranquila villa mediterránea de las de antes.
Jean Cocteau llegó aquí en 1925 y su refugio fue el Welcome Hotel y más concretamente la habitación 22, con un balcón enrejado que da al mar y a la capilla de San Pedro. Allí creó alguna de sus obras maestras. Hoy el hotel permanece abierto, con sus tonos anaranjados y sus contraventanas azules en la curva del puerto.
Cocteau fue un provocador en el arte, la literatura y el cine, sin dejar nunca de cruzar disciplinas y conseguir la colaboración de amigos geniales, como Marcel Proust, Igor Stravinsky, Sergei Diaghilev, Nijinsky, Edith Piaf o Marlene Dietrich. Escribió 23 libros de poesía, cinco novelas y escribió obras de teatro, guiones y memorias, dirigió 11 películas, diseñó escenarios de teatro y de ballet. Luchó durante años con su adicción a las drogas y en Villefranche encontraría el lugar perfecto para intentar rehabilitarse. Allí pintó a los pescadores, vivió con ellos y escribió sobre ellos. Muy cerca vivía su amiga Colette, y con Pablo Picasso asistía a las corridas de toros en Nimes y Arlés.
Cocteau ha dejado una huella profunda en Villafranche-sur-Mer. Una de sus grandes obras fue la rehabilitación de la Chapelle Saint-Pierre, del siglo XIV, que transformó en un espejismo de frescos místicos. Escenas de la vida de San Pedro se mezclan con referencias a su propia obra cinematográfica y a sus amigos, como Francine Weisweiller, cuya Villa Santo Sospir en St-Jean-Cap-Ferrat, también fue decorada por el artista.
La colección más grande de su trabajo está en el Museo Cocteau, inaugurado en 2011 en Menton, un edificio futurista perfecto para disfrutar de su ecléctica obra, que abarca desde cerámica, pinturas y dibujos hasta su producción cinematográfica. También en esta ciudad francesa, Cocteau diseñó su propio museo: tras un paseo por la costa tuvo la idea de convertir un bastión abandonado del siglo XVII en un monumento a su obra. Y lo restauró él mismo, decorando las alcobas, los muros, la recepción y los suelos con mosaicos de guijarros. Allí convirtió un fuerte del siglo XVII en su museo personal llamado La Bastion.
Niza, Vence y Matisse. Lujo, calma y voluptuosidad
Henri Matisse (1869-1954), el principal exponente del fauvismo, procedía del anodino norte de Francia, pero sus años más creativos los pasó disfrutando del sol y la luminosidad del sur. Antes de instalarse allí, ya había viajado varias veces a la zona, una de ellas para visitar al impresionista Paul Signac en Saint-Tropez, en un viaje que inspiró una de sus obras más famosas: Lujo, calma y voluptuosidad. Pero lo que enamoró a Matisse fue el viaje que hizo a Niza en 1917 para curarse de una bronquitis. Y ya nunca se fue. En agradecimiento a la monja que lo cuidó durante su convalecencia, decoró la Chapelle du Rosaire en el cercano pueblecito de Vence. Allí diseñó todo, desde las vidrieras hasta el altar, la estructura de la capilla y la indumentaria de los sacerdotes. Le dedicó cuatro años, hasta acabar la obra en 1951. Desde la carretera se pueden ver los azulejos de cerámica azul y blanca, la cruz de hierro forjado y el campanario. El interior queda bañado por la luz del sol, que atraviesa los magníficos vitrales.
Matisse se estableció en Cimiez, en las colinas septentrionales de Niza, donde en los años cuarenta, tras una operación, empezó a experimentar con sus gouaches dêcoupées (collages de trozos de papel pintados). La famosa serie Desnudos azules y El caracol, son típicos de ese período.
La cercana Niza es hoy una de las ciudades de visita imprescindible en el sur de Francia, una mezcla de autenticidad, lujo europeo, animada vida callejera y una incomparable ubicación junto al mar. Perderse por los callejones del casco antiguo es una delicia, con sus mercados y sus joyas arquitectónicas en forma de iglesias y palacios. Pero lo más famoso es, sin duda, la Promenade des Anglais, un enorme paseo marítimo que recorre los cuatro kilómetros de la bahía des Anges, jalonada por símbolos como el Hôtel Negresco, el Palais de la Méditerranée de estilo art déco y la gigantesca escultura de hierro La chaise bleue de SAB, que homenajea a las famosas sillas de playa blancas y azules de la ciudad.
De visita imprescindible es también el Musée Matisse, en el frondoso barrio de Cimiez donde vivió el artista y donde está enterrado, a unos dos kilómetros al norte del centro. Alberga una increíble colección de óleos, dibujos, esculturas, tapices y sus famosas figuras de papel. La colección se expone en una villa genovesa del siglo XVII, en medio de un olivar. Parte de la obra de Matisse se puede ver también en el Musée de Vence, en el imponente Château de Villeneuve , con una exposición permanente que muestra seis docenas de sus obras, que se exponen por tandas.
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