Luis García Montero: “Los últimos días cuidando de Almudena han sido los más felices de mi vida”

La Nochevieja de 2020 a 2021, Luis García Montero se saltó el toque de queda, se coló en el hospital donde su esposa, Almudena Grandes, convalecía de su recientísima operación de cáncer ginecológico y, juntos y solos, tomaron las uvas con las campanadas de la tele. “Visto hoy, fue la Nochevieja más feliz de mi vida”, dice el día que nos vemos, vísperas del fin del año 2021, el ya viudo. Estamos en la enorme sala bajo la impresionante cúpula del Instituto Cervantes de Madrid. Fuera se está poniendo el sol sobre la plaza de La Cibeles, la calle de Alcalá bulle de gente que quiere ver las luces navideñas y suena la retreta en los magníficos jardines del colindante Cuartel General del Ejército. Dentro, una atmósfera honda y afable lo impregna todo.

Le acompaño en el sentimiento.

Gracias. El sentimiento ajeno acompaña, y he tenido la sensación de que el provocado por la muerte de Almudena era un sentimiento sincero. No una convención. Y eso nos ha servido a la familia para sentirnos acompañados y, también, darle sentido a las cosas. En el ambiente de hostilidad y de tensión, se nos olvida que hay una sociedad real fuera de las redes que no está enfangada por las cosas ni enfadada con el mundo. Me parece que Almudena, más allá de las tensiones políticas que planteaban sus novelas, intentó llegar al fondo de la condición humana, más allá de las ideologías. Y creo que eso fue lo que la gente reconoció en ella.

¿Ofende quien quiere o quién puede? ¿Le molestó la ausencia de pésame institucional del alcalde y la presidenta de Madrid?

Me gusta que diga “institucional”. Personalmente no eché de menos a nadie, Institucionalmente, sí. Tengo amigos del Partido Popular. Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura, estuvo. No eché en falta al PP porque con Almudena y conmigo tiene poca relación. Mucho menos a Vox. He agradecido el gesto del Ayuntamiento cuando lo ha tenido y lo eché en falta cuando no lo tuvo.

Su esposa murió a los 61 años, ¿se cabreó usted con el mundo?

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No, eso significaría querer que a todo el mundo le pasara lo mismo. Soy más partidario de transmitir esperanza al hablar de cáncer. Nosotros hemos tenido esa mala suerte, pero hoy, bien cuidada por la sanidad, hay mucha gente que sale adelante.

¿Ella sabía que iba a morir?

Nosotros fuimos optimistas casi casi hasta el final. Estuvimos mucho tiempo creyendo que lo iba a superar. Después de la operación de Nochevieja y de la quimioterapia, en una revisión en junio volvió a salir la enfermedad. Cuando empezamos a ver que la cosa se estaba convirtiendo en un callejón sin salida fue en agosto. Ella se tomó la enfermedad con la misma disciplina con la que escribía. Había en su actitud frente al cáncer ese espíritu de esperanza y resistencia. Fue en octubre y noviembre cuando empezamos a hablar de un futuro sin ella.

¿Cómo se habla de la muerte con alguien que va a morir?

Ahí hay una complicidad de silencios. Cuando ella estaba esperanzada, yo sabía que tenía dudas. Cuando yo estaba esperanzado, ella sabía que yo tenía dudas. Hubo un momento en que las pusimos en común para hablar de cómo atar cabos que no podían quedar sueltos.

¿Cómo fueron aquellos días?

Mire, venía pensando en una conversación que tuve con el poeta Joan Margarit, cuando él ya sabía que se iba a morir y me llamó para despedirse. Se había escondido, como un animal que busca un sitio para morir en el bosque, y se quedó allí a solas con los suyos, sus sentimientos y su propia vida. Me dijo “Luis, créeme han sido los días más felices de mi vida”. Me he acordado mucho de eso ahora. Cualquier persona que acompaña a un enfermo de estas características sabe los momentos duros que se pasan, pero ahora, en mi memoria, los últimos días cuidando de Almudena han sido los más felices de mi vida. Ahí se concretó todo. Nuestros libros, nuestras dedicatorias, nuestra militancia, nuestros hijos, nuestros viajes, todo eso eran maneras de cuidarnos. Y todo eso quedó claro en esos días que son duros mientras se viven, pero después son un recuerdo inolvidable que da sentido a nuestra vida.

¿Es creyente?

No. Cuando me preguntaba por la muerte, he recordado estos días un libro de C. S. Lewis que se llama Una pena en observación. La parte metafísica, teológica, del duelo, ya sabía yo que no la iba a sentir. Para él, y para mí, la muerte es más bien un animal doméstico con el que convives, pero que hace mucho daño. No me pregunto el por qué a mí. Me pregunto por este dolor de ver una sola toalla en el baño, de no verla sentada al ordenador, de sentarme a ver una serie y encontrarme con que la tele está hablando y no te está diciendo nada, porque parece que el sofá donde veíamos la tele es una especie de barca a la deriva y ahora no tiene rumbo ninguno. Esas cosas tan domésticas, tan poco grandilocuentes, marcan este primer momento de la pérdida. Espero que esto se convierta en un proceso de duelo y que la vida pueda volver a cobrar sentido y la ausencia se integre en una nueva manera de estar en el presente.

Estos días han corrido ríos de miel en los medios sobre su historia de amor. ¿Nunca tenían broncas?

Y eso que ninguno de los dos éramos partidarios de la cursilería. En mis poemas y algunos textos suyos hay reflexiones sobre las dificultades de la convivencia. Pero la verdad es que hemos vivido una historia de mucha complicidad. Con las diferencias normales de criterio sobre los hijos, la intendencia, la cotidianidad. Nunca vivimos situaciones que llegaran a poner en duda nuestro amor. Pero ambos reconocimos siempre que el amor no es un cuento de hadas, tiene sus contradicciones.

Porque ella era insobornable, pero también terca, o lo parecía.

Ella era sobornable para cosas que tuvieran que ver con la amistad o el cariño. Presentó libros que no le gustaban. Fue a cenas a las que no le apetecía, siempre que fueran de amigos. Pero en lo que se refiere a sus actitudes públicas y políticas siempre tuvo claro el saber de qué lado debía de estar. Igual te equivocas, pero siempre estuvo al lado de los débiles antes que del de los poderosos.

¿Cómo era la vida de dos escritores legítimamente ambiciosos con su obra? ¿Se espoleaban al escribir?

Yo soy poeta. Almudena, novelista. Los poetas tenemos asumido que, por mucho éxito que tengamos, no vamos a ser superventas. Ella tuvo éxito desde el principio. Tanto, que tuvo que elegir entre ser famosa o escritora, y ahí también empezó mi admiración por ella… Lo que no hubo entre nosotros es ningún tipo de celera, la rivalidad no tenía ningún sentido. En la vida se me ocurrió intentar competir o ponerme nervioso porque ella vendiera 100.000 ejemplares de una novela y yo 15.000 de un libro de poesía. Se ha dicho mucho que en el amor hace falta admiración, y yo estoy de acuerdo. Yo admiraba realmente a Almudena y su literatura. Y yo siempre me sentí cobijado y admirado por ella. Siempre comentábamos que era una suerte vivir dos escritores juntos. ¿Sabe eso de estar comiendo y no hablar porque tienes la cabeza en tu libro? Eso lo comprendíamos perfectamente el uno del otro.

Sus hijos han perdido a su madre. ¿Quién consuela a quién?

Ellos me miman, me tratan como el viejecito viudo al que hay que cuidar y yo intento estar bien y entero para ellos. Ella reivindicaba la alegría. Su ausencia nos tiene que unir.

¿Cuál es el peor momento del día?

Quizá la noche, cuando voy a acostarme, y entro en la cama y me quedo solo conmigo mismo. Me cuesta concentrarme en un libro. De repente, te llega un mensaje de un hijo, o de mis padres, o de un amigo, con una foto, un enlace, un obituario de Almudena, y se emociona uno. En esta pena observada de la que te hablaba, analizas tu dolor para hacerte con él. Pero, mira, mis padres viven. Mi padre tiene 95 años y está bien, pero necesita ayuda para casi todo. Reconoces también la suerte de poder disfrutar a los 63 años de tu padre y de tu madre. Peor es quien se muere a los 40. Almudena perdió a la suya con veintitantos y no la vio envejecer. El ver el deterioro físico es la factura que tienes que pagar por disfrutar de la vida 63 años, como yo la he disfrutado, y supongo que con el amor es lo mismo.

¿Teme pasar a ser conocido como el viudo de España y no como el poeta laureado?

Es que soy viudo, y, a los 63, tengo edad de serlo. En los libros de Galdós hubiese sido un anciano. Llevo 40 años escribiendo y no me asusta quedar como el viudo, tengo mi poesía. Pero han sido 30 años de amor compartido con Almudena, soy un viudo enamorado y me hace ilusión que se me relacione con ella, porque ella está en mi obra, y yo en la suya.

¿Habrá unas coplas suyas a la muerte de su esposa?

Sin duda. La creación tiene siempre como materia la vida, y una experiencia tan fuerte tendrá resultado. A lo largo de la enfermedad de Almudena he escrito algunos poemas, y después de su muerte, un par de ellos también. Supongo que cuando pase un tiempo lo corregiré y quizá dé por cerrado el duelo. Pero después hay cosas que forman parte de la memoria y estarán siempre ahí. En todo lo que yo escriba siempre, Almudena va a estar presente.

ETERNAMENTE VIERNES

El poeta Luis García Montero (Granada, 63 años) quiso que su obra Completamente viernes acompañara para siempre a su esposa, la novelista Almudena Grandes. Por eso arrojó un ejemplar a su sepultura en el Cementerio Civil de Madrid, donde fue enterrada tras su muerte el pasado 27 de noviembre de 2021, entre una multitud de lectores, políticos y amigos de la familia que enarbolaban libros de Grandes como último homenaje a la escritora. El título del libro de García Montero era un guiño a Te llamaré Viernes, la novela donde Almudena glosaba la historia de amor de ambos y que no gozó, como el primero, Las edades de Lulú, del beneplácito de la crítica. Un mes después de la muerte de su esposa, García Montero, director del Instituto Cervantes, sobrelleva el duelo “trabajando” y escribiendo algún poema que, con el tiempo, quizá convierta en un libro en su memoria. 


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