Lukashenko, el aliado pragmático de Rusia

Lukashenko, el aliado pragmático de Rusia

“Wagner, Wagner, Wagner. La gente no entiende que somos pragmáticos al respecto”, comentó Aleksandr Lukashenko el martes en Minsk. El presidente de Bielorrusia informaba así a su ministro de Defensa, Viktor Jrenin, del fracaso de la marcha hacia Moscú emprendida por el ejército de mercenarios de Yevgueni Prigozhin el pasado fin de semana.

En virtud del acuerdo para resolver la crisis, los combatientes de Wagner (financiados con el presupuesto del Estado ruso, según el presidente Vladímir Putin) pueden elegir ahora entre desmovilizarse, integrarse en las filas del ejército regular o instalarse en Bielorrusia. Sin embargo, no se han divulgado los detalles del trato, ni sobre las condiciones del asentamiento ni sobre el número de personal, ni tampoco sobre la subordinación de quienes se muden al territorio del principal aliado de Moscú.

“Si sus comandantes [de Wagner] vienen a nosotros y nos ayudan… experiencia. Mira, están en primera línea, los escuadrones de asalto”, prosiguió Lukashenko, dirigiéndose a Jrenin. “Nos contarán lo que es importante ahora (…) Nos informarán sobre armas: cuáles funcionaron bien y cuáles no. Y sobre táctica, y armamento, y cómo atacar y cómo defender. No tiene precio. Esto es lo que debemos aprender de los wagnerianos”, agregó el líder bielorruso. “No hay que tenerles miedo. Nos mantenemos alerta”, sentenció.

A juzgar por su carrera política, para este dirigente que se mantiene en el poder desde 1994, ser “práctico” supone sacar el máximo partido de las situaciones. Su gestión entre el Kremlin y Prigozhin le permite hoy presentarse como un pacificador de conflictos fratricidas, aunque la prensa rusa asegura que Lukashenko fue solo la figura que remató el pacto ya alcanzado por otros interlocutores, entre ellos el viceministro de Defensa ruso, Yunus-Bek Evkúrov, y el jefe del Servicio de Seguridad, Aleksandr Bórtnikov.

En una ceremonia con la cúpula de la oficialidad bielorrusa en Minsk, Lukashenko contó su intervención y, como un mago del suspense, mencionó los puntos que, según dijo, no estaba autorizado a revelar. A saber, qué quería decir Putin cuando le explicó en la mañana del sábado que la situación era difícil, cómo le había contado Prigozhin su conflicto con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y, de paso, cuántas armas nucleares rusas han sido ya trasladadas a Bielorrusia.

Mientras Lukashenko narraba su gesta, Putin hizo como si no hubiera pasado nada en Rusia y, en vez de acudir a Rostov del Don o Voronezh —ciudades afectadas por el motín—, se fue a la histórica ciudad de Derbent, a las orillas del Caspio, a supervisar los planes de desarrollo turístico local.

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SuscríbetePutin, rodeado de simpatizantes, el jueves en Derbent (Daguestán).GAVRIIL GRIGOROV/SPUTNIK/KREMLIN (EFE)

Según Lukashenko, aparte de las funciones de entrenamiento bélico, los mercenarios podrán acuartelarse “durante algún tiempo” en Bielorrusia, donde tendrán que costearse ellos mismos sus gastos, no serán utilizados para provocar a los vecinos, no custodiarán las armas nucleares instaladas y no llevarán a cabo tareas de reclutamiento.

Esta no es la primera vez que los Wagner van a Bielorrusia. Durante la pandemia, los mercenarios utilizaban este país como escala en sus desplazamientos a destinos en África o Siria. En julio de 2020, los servicios de seguridad bielorrusos detuvieron a 33 miembros de aquella organización en las afueras de Minsk (aparentemente en tránsito) y les acusaron de ser parte de un grupo de 200 combatientes llegados para desestabilizar el país. Los dirigentes rusos mostraron su irritación por las acusaciones que parecían una puesta en escena de Lukashenko en vísperas de unas complicadas elecciones presidenciales. Los detenidos fueron liberados y el asunto cayó en el olvido.

Observadores rusos que siguen de cerca a Putin opinan que el presidente ruso considera demasiado rudo a su colega bielorruso. Lukashenko parece sentirse en su elemento cuando visita fábricas de cosechadoras y explotaciones agropecuarias. Pero en el pasado, llegó a tener ambiciones de ponerse al frente del llamado Estado Unido de Rusia y Bielorrusia. En plena decrepitud del presidente Borís Yeltsin y después, cuando Putin no se había afianzado aún, el bielorruso contaba con un lobby de apoyo en las regiones de Rusia, adonde realizaba frecuentes viajes. Además, cada año, desde 2003 hasta 2019, Lukashenko organizó en Minsk una gran conferencia de prensa a la que invitaba los periodistas rusos de provincias.

El Estado Unido de Rusia y Bielorrusia, que armoniza diversos elementos de la gestión de ambos Estados (pero no la moneda ni los asuntos políticos internos), se formalizó en 1999. La relación, entendida de diferente manera en Minsk y en Moscú, ha oscilado a lo largo del tiempo, dependiendo en gran parte de la resistencia de Lukashenko a dejar que su país fuera “fagocitado” por el vecino oriental y también de las ambiciones de Putin y de las concepciones de seguridad de los militares rusos.

Bielorrusia aprovechó bien su condición de socio privilegiado de Moscú y de la libertad de tráfico entre ambos países. Tras la invasión de Crimea en 2014, el país fue un activo proveedor de Rusia con alimentos y bienes de consumo que habían sido objeto de sanciones y prohibiciones.

“Una casa con dos habitaciones”

“El Estado Unido de Rusia y Bielorrusia”, llegó a decir en una ocasión, “es como una casa con dos habitaciones”. Se trata de “dos Estados y una patria”, afirma en la actualidad, y la patria para Lukashenko sigue siendo un país heredero de la Unión Soviética. En el conflicto con Prigozhin, quiere que lo vean como un artífice de pleno derecho. “No soy un mediador”, dijo, “soy un participante en estos acontecimientos de la misma manera que el presidente Putin, porque esta es nuestra patria”. Lukashenko adujo también razones menos pomposas para sentirse implicado. “Si Rusia se derrumba, nosotros quedaremos bajo las ruinas”, sentenció.

La avería en la central de Chernóbil (1986) afectó también a la percepción de la energía atómica en Bielorrusia, que, en 1993, se convirtió en miembro desnuclearizado del Tratado de No Proliferación (TNP). En 1996, con honores y marchas militares y en presencia de los mandos militares rusos, la última cabeza nuclear soviética abandonó Bielorrusia con destino a Rusia.

Mientras pudo, Lukashenko se resistió a los intentos rusos de aumentar su presencia militar —con nuevas bases, por ejemplo— en su país. Pero, después de que Putin le respaldara para enfrentarse a los manifestantes que rechazaban las opacas elecciones presidenciales del verano de 2020, su margen de maniobra se redujo.

En su reunión con los mandos militares, Lukashenko se atribuyó la iniciativa de instalar armas nucleares tácticas en su territorio con el fin de que “nadie se meta aquí”. El Ministerio de Defensa y el presidente del KGB [los servicios de seguridad de Bielorrusia] han recibido “orden de determinar el procedimiento de uso de esta arma”. “Las debemos utilizar en un momento difícil, si nos atacan. Es decir, si atacan a Rusia o al Estado Unido”.

“No necesito chatarra. ¿[Nos las traen] para guardarlas?”. “Los rusos tienen estupendos almacenes (…), pero nosotros los tenemos mejores”, dijo para recalcar después que de la custodia de las armas nucleares se ocupan los rusos y los bielorrusos.

A modo de suvenir, según la página oficial de Lukashenko, el ministro Jrenin llevó al presidente la réplica de la primera bomba nuclear que fue desarrollada en 1949 por la URSS. “Esta es vieja. La [bomba] moderna tiene otro aspecto”, manifestó Lukashenko. Después de que el ministro le explicara que aquel suvenir era un símbolo de que esta arma está ya en Bielorrusia, el presidente agregó: “Que nuestros enemigos no piensen que aquí nos dedicamos al simbolismo o que estamos muy contentos con las armas nucleares. Es simplemente simbólico”.

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