El presidente francés, Emmanuel Macron, llamó este domingo a “redoblar la vigilancia” frente a un antisemitismo “rampante” y advirtió de los intentos de algunos políticos por “falsificar la historia”. Para combatir estos flagelos, dijo por el 80º aniversario de la redada del Velódromo de Invierno de París, hay que “mirar la historia a la cara”. Y ello supone reconocer, subrayó, como viene haciendo Francia solo desde 1995, la responsabilidad del Estado galo en la mayor razia contra judíos en Europa occidental de la Segunda Guerra Mundial, en la que policías franceses detuvieron a más de 13.000 judíos, hombres, mujeres y niños. La mayoría de los arrestados entre el 16 y 17 de julio de 1942 acabaron siendo deportados al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Solo unas decenas regresaron.
“Ochenta años después de ese eclipse de la humanidad, sigue siendo urgente, quizás más que nunca, recordar la historia para conjurarla”, dijo Macron desde el recién inaugurado Memorial de Pithiviers, una antigua estación de tren a unos 100 kilómetros de París desde donde fueron deportados 8.100 judíos a Auschwitz, entre ellos muchas de las mujeres y niños detenidos durante la redada del Vel d’Hiv, como se conocía al popular centro deportivo aledaño a la torre Eiffel donde fueron congregados antes de ser trasladados a diversos campos de las afueras de París.
En un discurso ante supervivientes de la redada (cada vez menos), familiares de deportados, personalidades políticas y de instituciones históricas, Macron repitió las palabras de su predecesor Jacques Chirac en 1995 con las que Francia acabó con 50 años de negación de la responsabilidad del Estado en la deportación de judíos, extranjeros y franceses también. “Esas horas negras ensucian para siempre nuestra historia. Ese día, Francia hizo lo irreparable”, dijo entonces Chirac y repitió este domingo Macron.
Porque, a día de hoy, “no hemos acabado con el antisemitismo. Tenemos que hacer la constatación lúcida de que el antisemitismo es incluso aún más ardiente, más rampante que en 1995 en nuestro país, en Europa y en muchos lugares del mundo”, dijo Macron. Un antisemitismo que puede que “asuma otras caras, se vista con otras palabras, con otras caricaturas”. Pero que sigue siendo un “odioso antisemitismo”, continuó el mandatario citando esta vez al escritor francés Émile Zola, que “merodea, persiste, se obstina, regresa” y que “desencadena la barbarie terrorista, los asesinatos y crímenes antisemitas de los últimos años, que profana tumbas (…) y se filtra en las redes sociales, aplaudido por aquellos que confunden antisemitismo con libertad de expresión”.
Un antisemitismo, concluyó, que “prospera también a través de una nueva forma de revisionismo histórico, o negacionismo”. Macron no pronunció su nombre, pero la alusión era clara: el excandidato presidencial de ultraderecha Éric Zemmour, que afirmó durante la campaña electoral, como había venido haciendo los últimos años en los platós en los que era tertuliano, que el régimen del mariscal Pétain “salvó a judíos” franceses durante la Segunda Guerra Mundial.
“Ni Pétain, ni Laval, ni Bousquet, ni Darquier de Pelleport, ninguno de ellos quiso salvar a judíos”, afirmó Macron en referencia a figuras políticas del régimen colaboracionista de Vichy. “Es una falsificación de la historia”, zanjó entre aplausos, a la par que instó a “redoblar la vigilancia, porque la mecánica de 1940 venía de lejos y se alimentó de odio, de un antisemitismo convertido en algo ordinario”.
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Poco antes, en otra ceremonia en París, su primera ministra, Élisabeth Borne, también llamó a “mirar a la cara” a la historia, aunque esta sea incómoda.
“Esos días de julio, Francia perdió un poco su alma”, dijo Borne, hija de Joseph Borne, un judío que estuvo en la Resistencia y sobrevivió a la deportación a un campo de exterminio, pero que acabó suicidándose cuando su hija y hoy jefa de Gobierno tenía 11 años. “Ser patriota no es arrancar las páginas de la historia que nos molestan, ocultarlas o minimizarlas”, dijo ante el lugar donde se erigió el Velódromo de Invierno, derribado en 1959, una era en la que Francia guardaba aún silencio sobre uno de los episodios más oscuros de su historia.
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