¿Madre o padre con la sensación de tener el ‘cerebro frito’? No sufras, es normal


Hace unas semanas, una mañana de miércoles, me tomaba una cerveza en una terraza con un amigo, editor de literatura infantil. Luis, que así se llama él, me decía que llevaba meses siendo incapaz de concentrarse a la hora de trabajar, tardando horas en hacer lo que antes hacía en minutos, olvidando tareas pendientes. Yo mismo, sin ir más lejos, me veo buscando durante minutos palabras que antes me salían solas para completar artículos como este, olvidando cosas a cada instante, siendo incapaz de madrugar para trabajar y, pese a ello, sintiéndome infinitamente cansado. Es un malestar generalizado que he escuchado en los últimos meses a muchas madres y padres. Un malestar que nosotros mismos, entre amigos, ya hemos bautizado como “tener el cerebro frito” y en el que, intuimos, mucho tiene que ver la pandemia y su impacto directo en nuestra forma de vida.

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“De repente nos hemos visto en la necesidad de atender muchas demandas de manera simultánea (trabajo, atención y educación de nuestros hijos, tareas del hogar, etc.) por lo que mantenemos continuamente la atención dividida. A esto hay que sumar la incertidumbre sobre el futuro, la salud, la situación económica y el aislamiento social. Todos esos cambios nos están llevando a un estrés mantenido y constante que repercute en nuestra salud y en nuestro cerebro”, afirma Susana Martín Mora, psicóloga del Centro de Rehabilitación Psicosocial de Cáceres, perteneciente a Hermanas Hospitalarias.

Como explica la psicóloga Isabel del Campo Martín-Cobos, del Centro de Psicología especializado en maternidad Calma, existe un estrés bueno, el eustrés, que es una emoción natural del ser humano que nos permite adaptarnos y prepararnos para superar situaciones difíciles: “Ese estrés nos hace estar en guardia, estar más motivados y ser más productivos”. Sin embargo, cuando el estrés es excesivo y, como ahora, se mantiene durante largos periodos de tiempo sin que nuestro cuerpo y nuestra mente puedan relajarse, esa emoción cambia de nombre (distrés) y se vuelve negativa. “Está demostrado que el distrés produce irritabilidad, cansancio, pérdida de la capacidad de atención y de memoria. Eso se debe a que la mente entiende que estamos en peligro y, por tanto, concentra la atención en detalles concretos, perdiendo la capacidad de distinguir lo que es relevante de lo que no lo es. Por tanto, disminuye nuestra productividad y nuestra memoria”, argumenta Martín-Cobos.

La crianza intensiva a la que nos hemos visto abocados, los confinamientos, las clases online de nuestros hijos, las limitaciones al contacto social, y el teletrabajo mal entendido son factores que, sin duda, han influido en la generalización de ese distrés entre padres y madres. “Más que el teletrabajo, el problema son las condiciones en las que desempeñamos el teletrabajo. En muchas ocasiones no se dispone de un espacio físico ni de medios técnicos para poder desempeñarlo. Y a eso hay que añadir la necesidad de compatibilizar el teletrabajo con el cuidado de los hijos, que ya es una misión imposible, porque las distracciones son continúas y se hace complicado separar el espacio personal del laboral”, reflexiona Susana Martín Mora, que añade que el teletrabajo nos ha hecho sentir “solos y aislados” y que trabajar en modo multitarea también ha disminuido nuestra capacidad de atención y concentración: “El hecho de atender a demasiadas cosas a la vez tiene un efecto negativo en nuestro rendimiento y en nuestra memoria, disminuye nuestra capacidad de reflexión y nos hace reaccionar con más impulsividad”.

Como explicaba la experta, el teletrabajo durante la pandemia ha dificultado (cuando no directamente imposibilitado) la separación entre el espacio personal y laboral. Nuestra vida, antes claramente dividida, se nos presenta ahora caótica y mezclada, con todas las esferas confluyendo en el mismo sitio, la casa, lo que multiplica la sensación de estar a todo y no llegar a nada. ¿Se nos exige mucho como padres y madres y nos autoexigimos mucho? “Se nos exige mucho, pero lo más preocupante es cómo interiorizamos esas exigencias y queremos convertirnos en superhéroes”, responde la psicóloga de Hermanas Hospitalarias, que destaca que el problema se da especialmente entre las mujeres: “Todavía hoy, aunque hay excepciones, el peso de la organización doméstica y de los cuidados sigue recayendo sobre la mujer. De alguna manera sentimos que hay que hacerlo todo y todo bien. Por este motivo es frecuente que acabemos sacrificando nuestro tiempo y nuestros intereses para poder cubrir exigencias familiares y que terminemos sintiéndonos frustradas porque ni siquiera así llegamos a todo”.

Con el sueño hemos topado

Afirma Isabel del Campo Martín-Cobos que el estrés malo o distrés “suele ir acompañado de insomnio o de falta de horas de sueño”. El sueño, precisamente, ha sido uno de los aspectos de nuestras vidas más afectados por la pandemia, según coinciden todos los estudios realizados hasta la fecha. “Antes de la pandemia se estimaba que aproximadamente un tercio de la población adulta presentaba problemas en la conciliación o en el manteniendo del sueño. Sin embargo, esta cifra ha aumentado significativamente durante la pandemia y especialmente durante el confinamiento”, asegura la doctora Marta Moraleda, neurofisióloga clínica y miembro del Grupo de Trabajo de Pediatría de la Sociedad Española de Sueño (SES).

Tras este incremento, según la experta en medicina del sueño, se esconden dos causas. Por un lado, el citado estrés, que es un factor de riesgo para la aparición de trastornos de sueño. Por otro, la alteración del correcto funcionamiento del ritmo circadiano debido a factores como la disminución de la actividad física diaria, la escasa exposición a luz solar durante el día, el aumento en el uso de dispositivos electrónicos, especialmente a últimas horas del día, o la disminución de nuestras relaciones sociales. Esta situación se ve agravada incluso en el caso de los padres y madres. “Según un estudio publicado en la revista científica Sleep, la recuperación del sueño (con respecto a satisfacción como de duración) a niveles previos al nacimiento de un hijo no se consigue hasta que este cumple los seis años de edad. Por eso no debe sorprendernos que madres y padres con hijos de corta edad y problemas de sueño tengan la sensación de descansar peor. Si al estrés y a la cronodisrupción añadimos las dificultades que el teletrabajo supuso durante el confinamiento en la conciliación de la vida familiar…”, argumenta Moraleda.

¿Puede contribuir también la falta de sueño a la sensación de “cerebro frito” con la que convivimos muchos padres y madres, especialmente durante los últimos meses? “Por supuesto. Un sueño de poca calidad va a tener múltiples repercusiones en nuestro funcionamiento diurno. No debemos olvidar que el ser humano tiene un ritmo circadiano de 24 horas y que tan importante es lo que sucede durante el día, como durante la noche”, responde la portavoz de la SES, que recuerda que hoy en día la evidencia científica ha demostrado que el sueño no solo es un proceso activo, sino que tiene un papel fundamental en la regulación de múltiples funciones fisiológicas como la regulación del sistema inmune, la regulación del metabolismo, la regulación de medio interno u homeostasis, los procesos de memoria y aprendizaje: “A corto plazo la falta de sueño ya tiene un impacto importantísimo en nuestro funcionamiento diario, con síntomas como cefaleas o cansancio matutino, sensación de falta de energía, irritabilidad, ansiedad, trastornos del humor, hipersomnolencia diurna, falta de memoria, problemas de concentración y, por tanto, bajo rendimiento a nivel laboral”.

Recuperar nuestro cerebro

Recuperar la capacidad de atención, la memoria y, en definitiva, recuperar a nuestro cerebro, pasa necesariamente para Isabel del Campo Martín-Cobos, por reducir los niveles de distrés. En ese sentido, la psicóloga del Centro de Psicología especializado en maternidad Calma recomienda:

  • 1. Mantener una rutina: tener un horario bastante definido para cada cosa: tiempo de trabajo, tiempo de ocio, tiempo de estar con la familia, tiempo de estar a solas, etc.
  • 2. Procurar ser estrictos con el horario de trabajo: a menudo hay que “decir no”, aunque cueste, porque se trata de una cuestión de salud.
  • 3. Desconectar más a menudo y antes de las nuevas tecnologías: apagar el ordenador en cuanto acabamos de trabajar y silenciar el móvil y dejarlo “aparcado” al menos una hora antes de acostarnos.
  • 4. Cuidarse a todos los niveles: “A nivel físico es fundamental mantener una alimentación equilibrada, que tiene un impacto directo sobre el cerebro, hacer ejercicio físico, que es uno de los mejores antídotos para disminuir la ansiedad, y dormir bien, que es casi más importante que comer. A nivel mental, lo que más ayuda a reducir el estrés y la ansiedad es estar en el aquí y en el ahora. No pasarnos el día lamentándonos por los errores del pasado, ni preocupándonos por el futuro. En ese sentido, también ayuda realizar técnicas de relajación y meditación, que reducen considerablemente los niveles de estrés. A nivel más espiritual estaría bien recordar que el ser humano no acaba en sí mismo, sino que tiene un impacto en los demás. Pensar en los demás, no ser indiferente al dolor ajeno y ser agradecidos por lo que tenemos tiene un impacto directo sobre cómo vivimos y cómo nos enfrentamos a los días”.

A esos consejos, por último, Susana Martín Mora añade la importancia del contacto con la naturaleza, que “puede resultar también de gran ayuda para reducir el estrés”, y un consejo que ella considera el más importante de todos: “Liberarnos de tantas autoexigencias, ajustar nuestras expectativas y plantearnos metas más realistas que nos ayuden a estar más satisfechos con nosotros mismos”.

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