Sucede todos los días laborables a eso de las nueve de la mañana en la vía de circunvalación M-30. Una riada de coches sube desde el sur hacia el norte en medio de un atasco. A las seis de la tarde, la misma riada comienza a desplazarse, en sentido contrario, desde el norte hacia el sur. Este movimiento pendular indica muchas cosas, pero una de ellas es que la región está partida en dos: un norte rico donde se acumulan los puestos de trabajo y un sur más pobre donde es más barato vivir. O, mejor dicho: donde una parte de la población tiene que vivir.
La Comunidad de Madrid, gobernada por el PP desde 1995, se ha convertido en una región pujante, con una maquinaria económica que funciona cada vez más aprisa y que bombea cada año más riqueza. Lleva décadas creciendo más que la media española y arrebató hace años a Cataluña el título de región más poderosa de España. En 1980 generaba el 15,6% del PIB español. En 2017 alcanzó el 18,9% y este año ya acapara el 19,3%.
Su población aumenta como ninguna otra en el país. En 2000, la región albergaba a 5.200.000 habitantes. Hoy ya son 6.750.000. Funciona como una suerte de agujero negro que absorbe todo lo que se flota a su alrededor. Su fuerza centrípeta es una de las causas de la España vacía o vaciada. Solo hace falta viajar a Segovia uno de esos días laborables de atasco en la M-30 para ver que en el aparcamiento de la estación del AVE de esta ciudad se encuentra repleto de coches de segovianos que van a Madrid a trabajar en el día y vuelven.
La cara B de todo este dinamismo económico madrileño se muestra, además de los atascos diarios de ida y vuelta, en los estudios sobre desigualdad. Por ejemplo: en el informe periódico Exclusión Social y Pobreza, que la Fundación Foessa, vinculada a Cáritas, presenta cada cierto tiempo. En el último, hecho público el pasado 15 de marzo, los datos sobre desigualdad de renta eran peores que el precedente, de 2018, a su vez peor que los anteriores. Desde 2003 a 2017, según Foessa, la renta del 20% de los habitantes más ricos de la Comunidad creció un 3% y la del 20% más pobres encogió un 29%. Más que la media española. Esta tendencia ha seguido marcándose durante la pandemia: desde 2018 a 2021 los más ricos madrileños han vuelto a ser más ricos: un 18%. Y los más pobres a ser más pobres: un 21%.
En los últimos años, si dividimos la población madrileña en cinco franjas, por orden de riqueza, las tres primeras crecen, la cuarta renquea y la quinta, la más pobre, se descuelga. Según uno de los redactores del informe, Daniel Rodríguez, ese es el verdadero peligro: “Que los integrantes de esa última franja ya no sean capaces de vivir como su vecino. Saben que no van a ser Florentino Pérez, pero quieren seguir siendo como el de al lado”.
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En este furgón de cola viaja ya Luis Arturo Velasco. Tiene 44 años, vive en Navalcarnero, ha trabajado de peón de albañil, de jardinero o de mozo de carga. Ahora está en el paro después de que le echaran de una fábrica que elaboraba vendas. Cobra 400 euros de subsidio. Su pareja, 300 por un empleo parcial en el Carrefour. Tienen dos hijos y una casa a punto de perder por impago de la hipoteca. Cada lunes acuden a Cáritas a por una bolsa de comida. Ahora acaban de pagar uno de los cuatro recibos de electricidad que deben, para contentar a la compañía y así tratar de evitar el corte. La angustia de no pagar, de no poder, de no llegar y de que le echen de la casa cualquier día le ha causado a Luis Arturo Velasco una hipertensión galopante que conjura a base de pastillas. En una frase resume lo que significa acabar en esa última franja del informe: “Ves que no sales, que te hundes”.
La Consejería de Economía y Hacienda se defiende: “Muchos estudios reflejan que la pobreza está directamente relacionada con el empleo y que hasta el 80% de la pobreza se explica por la falta de empleo”. Y añade que, “entre 2003 y 2022, la afiliación en la región madrileña ha crecido un 22,9%, esto es, un 13,5% más que en el resto de España”. También objeta que, según datos del INE, la desigualdad en Madrid descendió en 2017 y 2018.
Uno de los redactores del informe de Cáritas, Daniel Rodríguez, lo admite: “Es cierto, pero son datos de antes de la pandemia. Cuando el INE recoja los de después, como hemos hecho nosotros, la desigualdad volverá a subir. Han cogido el periodo que les interesa. La tendencia general es que la desigualdad en la renta crece”.
Los expertos alertan de que esta brecha no es sólo económica. Afecta, entre otras cosas, al urbanismo, a la sanidad, a la educación, al paisaje y a la esperanza de vida. Incluso a la obesidad. O al consumo de fruta. La frontera es palpable. Casi se puede ver: trace una diagonal que vaya desde la A-2, que atraviese Madrid dejando los distritos del sur y del este por abajo y que enlace con la A-5. De un lado y de otro de esa frontera se van conformando dos mundos distintos, cada vez más diferenciados, cada vez más segregados.
Esperanza de vida por distritos
El epidemiólogo Manuel Franco, de la Comunidad de Madrid ya alertó en un estudio de que había más posibilidades de contraer la covid-19 si uno vivía en Leganés, en la parte de sur de la frontera que en el distrito de Chamartín. Y recuerda que, según un informe encargado por el Ayuntamiento de Madrid en 2018 hay “significativas” diferencias de esperanza de vida entre los distritos del norte y del sur. En Barajas, por ejemplo, los hombres viven 84,6 años y las mujeres 88,3. En Puente de Vallecas, 79,6 años y 86, respectivamente.
La economista especialista en desigualdad Olga Cantó explica que, más allá de las diferencias de ingresos, en la Comunidad de Madrid impera otro tipo de segregación más dañina debido a que se proyecta en el futuro: “La persistencia de la desigualdad perjudica a la igualdad de oportunidades. Y a este respecto hay que señalar que Madrid es la región donde existe más segregación en el colegio”. Es decir: la región es campeona en separar a los escolares ricos de los escolares pobres y al revés. Según el informe Necesidades sociales en España, de la Fundación La Caixa, de julio de 2020, la Comunidad de Madrid presenta una tasa de segregación escolar del 27,1%. Esto significa que debería de cambiar de colegio o de instituto un 27% de alumnos para que las aulas madrileñas hubiera una homogeneización económica perfecta. La tasa de Cataluña, la segunda en segregación del país, es de 24%. La que menos presenta es Baleares, con un 15%.
El sociólogo Daniel Sorando incide en que, además de la segregación económica y educativa, existe en Madrid una meramente urbanística y espacial: “La falta de vivienda social, que en Madrid es muy alta, ha hecho que vivamos separados: los ricos en un sitio y los pobres en otro. No hay mezcla, como ocurre en otros países. Las chabolas de Alcobendas y Boadilla desaparecieron. Las de Cañada Real, no. Todo lo bueno, las grandes empresas, el trabajo, las universidades privadas, va al norte. Al sur van las depuradoras o la incineradora”. Y recuerda que una comunidad desigual, además de generar la pobreza a la larga y a la corta, arrastra múltiples y variadas heridas sociales, que van desde la delincuencia a la depresión.
Alberto Reyero, de Ciudadanos, fue consejero de Políticas Sociales en el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso hasta que, en octubre de 2020, en plena pandemia, dimitió por discrepancias con la presidenta respecto a la lucha contra el virus. Sostiene que el PP “piensa que todo se solucione con el empleo, y sí, pero no lo es todo”. Critica que se hayan perdido oportunidades para tratar de rebajar, por ejemplo, el precio de la vivienda. Como con la sanidad. Si la sanidad no está bien dotada, repercute sobre todo en los que no se pueden pagar un seguro privado.” Y concluye: “Aquí se han padecido dos crisis muy gordas y algo hay que hacer”.
El informe de Cáritas alerta de que, en la actualidad, hay cerca de un millón y medio de madrileños dentro de la categoría de excluidos sociales, un 24% más que en 2018. Entrar en la lista significa que se es víctima de varias circunstancias: desempleo, pobreza, dificultades con la vivienda, educación, aislamiento o conflictos sociales, entre otras. José Castro, trabajador social del Ayuntamiento de Navalcarnero (30.000 habitantes) es testigo de esta avalancha de personas con necesidad. “Ahora mismo atendemos a 3.000 familias. Y calculo que el 70% tienen un empleo con el que no les alcanza. Las clases medias se están perdiendo. Cuando hablan contigo lo primero que ves es que tienen miedo. Un miedo atroz al futuro”.
Wendy Grguric: “Los pobres somos trabajadores como yo”
Wendy Grguric tiene 43 años, un hijo de 11 que cría sola, un sueldo de 1.000 euros de una agencia de viajes que se tambalea por la crisis. Vive de alquiler. Mira los recibos con lupa. Ahorra en calefacción y en gas lo que puede, aunque pase un poco de frío. No ahorra nada. No se va de vacaciones. Llega a fin de mes con lo justo. Cualquier imprevisto hace naufragar la economía doméstica. El año pasado fue al Ayuntamiento de Navalcarnero para que le ayudaran con los libros del niño y para comprarle unas gafas que necesitaba.
Hace dos semanas, el consejero de Educación y portavoz del Gobierno de la Comunidad, Enrique Ossorio, del PP, al comentar en una rueda de prensa el citado informe de Cáritas, se puso a buscar con sorna a los pobres de la región en torno al atril. “¿Pues dónde están”?, se preguntó. Wendy lo sabe: “Los pobres no son los de la chabola. Los pobres somos trabajadores como yo”.
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