Maldivas más allá del lujo

La foto es recurrente en los catálogos de viajes. Una villa sobre el mar con unas escaleras de madera para saltar a un océano de aguas cristalinas. La imagen popular de Maldivas se presenta estrechamente vinculada a los grandes complejos hoteleros internacionales de lujo, con precios prohibitivos para muchos viajeros y orientados a parejas y familias. Esa era la única oferta turística existente hasta hace 13 años, cuando quien quería conocer este pequeño país tenía que obtener una carta de invitación de un ciudadano maldivo. En 2008 el Gobierno concedió a los residentes la posibilidad de abrir pequeñas casas de huéspedes, hoteles de pocas habitaciones en las islas habitadas para poder beneficiarse también de la principal industria del país. En los últimos seis años se ha multiplicado la oferta de alojamiento y restauración para viajeros independientes y se ha convertido en un destino más asequible, con una temporada alta que se extiende de noviembre a abril. A pesar del aperturismo, es una república islámica donde la venta y el consumo de alcohol están prohibidos fuera de los grandes complejos hoteleros y la vestimenta de los turistas, a excepción de en las playas especialmente habilitadas para ellos, tiene que cumplir una serie de requisitos, como tapar hombros y rodillas.

Guía práctica

Maldivas está formada por 22 atolones naturales en los que se diseminan 1.200 islas, de las que solo 200 están pobladas. La empresa pública de ferris (MTCC) tiene trayectos por poco más de tres euros que conectan entre sí los 648 kilómetros en los que el país se extiende de norte a sur por el océano Índico, aunque la distancia entre determinados atolones es mejor recorrerla en avión. Una de las opciones más utilizadas son las lanchas rápidas, con precios a partir de 20 euros por realizar largas distancias entre islas. Estas son algunas de las más populares.

Salto de Malé a Hulhumalé

Malé, la laberíntica capital, se erige como un avispero de coches y motocicletas que circulan entre altos edificios construidos al borde del mar. Desde hace tres años está unida mediante un puente a la isla artificial de Hulhumalé, construida para albergar el principal aeropuerto del país y un puñado de hoteles y restaurantes en los que alojarse el día anterior a coger el vuelo de regreso. La pequeña capital de apenas cinco kilómetros cuadrados es una de las islas con mayor densidad de población del mundo y se recorre entera a pie en un día. Sus pocos atractivos son el pequeño mercado local de fruta y verdura, donde se puede probar el bendi (una delicia autóctona de coco y azúcar envuelta en hoja de plátano), y el mercado del pescado, en el que los empresarios locales pujan por enormes atunes rojos que después exportan a otros países. La antigua mezquita del Viernes, construida en coral blanco; el monumento a las víctimas del tsunami de 2004, o el Sultan Park pueden incluirse en la ruta.

La capital ofrece opciones de alojamiento como el Napcorner, un hotel cápsula muy económico, y algunos buenos restaurantes como el Bamboo Resto o el City Garden, con vistas al océano.

Maafushi, en busca del tiburón ballena

Situada en el atolón de Kaafu, a dos horas en ferri al sur de Malé, Maafushi se ha erigido en la isla para mochileros por excelencia. Cuenta con más de una treintena de hoteles y casas de huéspedes, con precios a partir de los 40 euros la noche por habitación doble y una amplia oferta de restaurantes que ofrecen desde comida local, con mucha influencia de la gastronomía de la India y Sri Lanka, a platos más occidentales. Se recorre de punta a punta en apenas 20 minutos a pie y en uno de sus extremos se encuentran dos bikini beach, playas para turistas con hamacas y frondosas palmeras. Este es el lugar idóneo para realizar la excursión a la búsqueda del tiburón ballena, ver tortugas o practicar deportes como el parasailing (un paracaídas arrastrado por una lancha). Y a varios metros de la costa fondean yates discoteca en los que está permitida la venta de alcohol a extranjeros.

Una tortuga en aguas junto a la isla de Thulusdhoo, en Maldivas
Una tortuga en aguas junto a la isla de Thulusdhoo, en Maldivas getty images

Fulidhoo, territorio sin coches

A dos horas en ferri de Maafushi, en el atolón de Vaavu, espera un paraíso en el que no hay coches ni motos. Fulidhoo es una isla pequeña de arena que se recorre en apenas 10 minutos y con una oferta de alojamiento y restauración discreta. El Fulidhoo Iha Lodge es una excelente opción para dormir gracias a su propietario (y exalcalde), Moosa Faiz, que cada tarde acude a la playa local con sus huéspedes para dar de comer a las rayas y que sirve para cenar el pescado capturado durante el día. La isla tiene dos bikini beach, una de ellas larga y cómoda para pasar el día y cerca de uno de los dos únicos restaurantes del lugar: el Dream Hut, que oferta sobre todo curris y khotus, plato local importado de Sri Lanka. Fulidhoo está muy próxima al principal punto de concentración de tiburones nodriza, con el que el viajero podrá nadar libremente tras pasar el día en un banco de arena desierto en mitad del mar. En los meses de marzo y abril se puede observar aquí el singular fenómeno de las playas luminiscentes gracias a las concentraciones de un tipo de plancton único.

Tiburones en Fuvammulah y surf en Thulusdhoo

La isla de Fuvammulah se sitúa en el penúltimo atolón al sur de Maldivas y cuenta con dos lagunas de agua dulce y con una vegetación exuberante. Es uno de los mejores sitios para practicar submarinismo y observar el tiburón tigre y las grandes mantas oceánicas. Un poco más al sur, en el atolón de Addu, está Gan, que se conecta por carretera con otras tres islas vecinas. Con explotaciones agrícolas, también es otro de los paraísos del buceo de la zona sur.

Y para los aficionados al surf, Thulusdhoo (en el atolón de Kaafu) presume de tener las mejores olas del archipiélago y un abanico de casas de huéspedes orientadas exclusivamente a este deporte.

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