Maribel del espacio exterior

—Yo no te cogí. Desapareciste.

Eso me dijo Juanjo. Que intentó cogerme, pero no lo consiguió, y que desaparecí en mitad de mi caída. Le costó decirlo porque era muy consciente de estar verbalizando algo imposible.

—Pero entonces, ¿cómo llegué al hospital? ¿No fuiste tú?

—No. Te llevó Maribel. En el hospital me dijeron que fue ella la que te encontró, pero no sé más. No he conseguido hablar con ella.

Hoy he vuelto a su casa, pero la he encontrado vacía. Es decir, sus cosas estaban allí, pero ni rastro de Maribel. He pasado por su pequeño taller, donde forjó el colgante que le regaló a Mario con una forma idéntica a la cabeza del disfraz que Alicia y Maite le prepararon, antes de que ni Maribel ni yo supiéramos de qué se iba a disfrazar, el mismo colgante que me sirvió para defenderme de Patricio en el faro. También he ido a su dormitorio. Muy cerca de su cama hay una maceta con las flores que crecían en la cueva, esa que visité al comienzo de estas vacaciones, la que Mario pensaba que sería un buen lugar para esconderse y descansar si fueras un extraterrestre. Sé que son las mismas flores porque lo he comprobado. Hice fotos de la cueva, y en algunas aparecen.

Así que he subido al tejado. Lo he hecho con cierto miedo, el propio de estar a punto de descubrir algo que podría confirmar la teoría más loca que se te haya podido pasar nunca por la cabeza, y al quitar las telas que protegen las esculturas de hierro que Maribel guarda allí, eso es lo que he encontrado. Sus esculturas. Ni rastro de ningún platillo volante.

¿Pero sabes qué? Al fijarme bien en ellas me he dado cuenta de que no parecen esculturas aisladas, sino partes de algo mucho más grande que podrían encajar entre sí. No me ha costado mucho darle forma a lo que podría ser, efectivamente, la carcasa de una especie de pequeño platillo volante, pero mientras lo hacía he pensado que también se podrían montar otras cosas con las mismas piezas. Como una lámpara de las grandes. O una jardinera. Tal vez hasta una barca.

En ese momento, mientras pensaba en esto, he escuchado unos pasos detrás de mí. Al girarme allí estaba Maribel. Muy feliz y sonriente. Nos hemos mirado sin decir palabra, hasta que yo he roto el silencio preguntándole:

—¿Eres una extraterrestre?

Pero Maribel no me ha contestado. Se ha quedado allí, mirándome y sonriendo. Después ha bajado y la he escuchado hablarme desde el jardín, apremiándome para que terminara mi maleta si no quería perder el avión de vuelta.

Antes de que bajara, mientras me miraba fijamente, la he visto parpadear. No una ni dos, sino hasta tres veces seguidas.

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Cartas desde la isla


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