Los invitados a la sesión fotográfica intercambian repetidas muestras de emoción y camaradería. Algunos no se han visto en años, pero entre todos se respira el afecto digno de un clan. “Esto parece La gran familia española”, bromea uno de los fotógrafos que ya retrata al grupo. “¿Y qué somos, si no?”, le replica Macarena Rey (Madrid, 1969), CEO de Shine Iberia y artífice de esta masiva reunión formada con excusa festiva. Todos ellos celebran el éxito de MasterChef, un programa que aterrizó en las pantallas españolas el 10 de abril de 2013 y que este mes cumple 25 ediciones en antena si se suman sus distintas versiones: MasterChef Junior, MasterChef Senior y MasterChef Celebrity. Horas después de esta reunión, dos millones y medio de espectadores presenciarán el triunfo ex aequo del humorista Miki Nadal y el periodista deportivo Juanma Castaño, en su sexta edición dedicada a rostros conocidos. Esta es la primera vez que el premio se divide, en una edición que ha alcanzado el 24,4% de audiencia, evidenciando el éxito de este fenómeno incombustible: es la versión española del formato creado por el británico Franc Roddam en 1990.
“Son ocho años ya”, razona Macarena Rey, “no creo que sea casualidad”. La responsable de Shine habla mientras se ajusta el traje beis abotonado que ella misma ha elegido para la sesión. Posa en una de las salas del MOM Culinary Institute, escenario cedido por el chef Paco Roncero para la ocasión. En el retrato hay rostros familiares, como los jueces Samantha Vallejo-Nágera, Jordi Cruz y Pepe Rodríguez; ganadores como Tamara Falcó, Saúl Craviotto, la pequeña Aurora Ruiz y la veterana Guadalupe Fiñana, y también cocineros vinculados al programa como el propio Roncero, Dani García y Martín Berasategui. Todos ellos, en mayor o menor grado, son responsables de que este país haya pasado de lidiar con los fogones por mera necesidad a fantasear con el nitrógeno líquido y las esferificaciones.
“No ha sido un camino fácil”, revela la ejecutiva madrileña. Hace 12 años, Rey recibió una llamada que acabaría provocando el mayor golpe de timón de su exitosa carrera. Al otro lado del teléfono estaba Elisabeth Murdoch, fundadora del grupo distribuidor Shine (e hija del magnate mediático Rupert Murdoch), con una propuesta contundente: la de implantar el grupo en España. “Nos vimos y me ofreció coger las riendas aquí e iniciar la adaptación de una serie de formatos. Le pedí un tiempo y creo que más bien hizo un acto de fe, porque tardé casi dos años en aceptar”. Sorprende oír hablar de dudas a esta licenciada en Administración y Dirección de Empresas en la Menlo College de California y hoy al frente de la filial de una de las mayores distribuidoras de contenidos del mundo (la matriz, Endemol Shine Group, fue adquirida por el grupo Banijay en 2020 y tiene presencia en 22 países). Después de todo, su trayectoria incluye fases tan dispares como broker de materias primas o productora de documentales y musicales de teatro en compañías como Telefónica, Canal Plus o Boca a Boca. Pero aceptar el desembarco de Shine en España implicaba nuevos riesgos. “La gran diferencia era arrancar de cero: elegir oficina, crear equipo y empezar a vender propuestas. Podía salir muy bien o terriblemente mal”, cuenta Rey.
Tras un primer flirteo con la docurrealidad —Baby Boom, emitido en 2012 sobre el mundo de los partos, duró una temporada—, la productora incubó la adaptación de MasterChef, un concurso de cocina cuya forma original poco o nada tenía que ver con la actual: en ella, tres concursantes elaboraban un menú completo y esperaban el veredicto de un chef y un invitado charlando con una copa de vino. El programa fue cancelado en 2001 y recuperado en 2005, cuando empezó la exportación del formato a otros países y su versión americana, orquestada por el chef británico Gordon Ramsay, lo dotó de fama mundial. “La desventaja en España era que los programas de cocina recientes jugaban más con el conflicto y las trifulcas que con una imagen didáctica”, recuerda Macarena Rey sobre formatos como Esta cocina es un infierno (estrenado en 2006): “Estuvimos casi dos años hasta que, al fin, Televisión Española confió en nosotros. Fue casi un milagro”. Los dos primeros programas obtuvieron audiencias discretas, pero la tercera emisión se situó tras una semifinal de Champions y disparó la cuota hasta el 43%.
Una década después de aquel telefonazo, en su despacho de la sede de Shine en el barrio madrileño de Aravaca, esta hija y nieta de distribuidores de cine mexicanos repasa cómo MasterChef no es solo un fulgurante éxito de audiencias, sino un imperio comercial compuesto por ramificaciones como escuelas online, campamentos de verano, libros de recetas y hasta un restaurante abierto en 2018 donde degustar sus platos más emblemáticos. “Y pensar que cuando me propusieron participar me vi muy lejos de estar a la altura”, rememora Samantha Vallejo-Nágera (Madrid, 1969), miembro del jurado. La cocinera empleaba la mayor parte de su tiempo en el catering que regenta desde 1995 cuando recibió la propuesta y, pese a algunas reservas, no tardó en aceptar. Algo más duro fue convencer al chef Jordi Cruz (Manresa, 1978) el día que el equipo de Shine Iberia lo abordó tras una de sus ponencias en el congreso gastronómico Madrid Fusión. “Me veía muy ajeno al mundo televisivo, y a mis 30 años no pensaba que pudiera encajar en un lugar que no fuera mi restaurante”, recuerda. El catalán, que comenzó a cocinar a los 16 años y en 2004 se convirtió en el segundo chef más joven del mundo en conseguir una estrella Michelin por el restaurante Angle, no recuerda un debut precisamente brillante: “Rodamos un episodio piloto y yo no sabía qué hacía ahí, me veía muy serio y nada expresivo. Un año después me llamaron para decirme que arrancábamos y me quedé bastante paralizado, pero no creí que fuera una cosa longeva. Y mira dónde estamos”, concede entre risas.
Lo primero en cuajar fue la amistad con Samantha y el que sería el tercer miembro del jurado, Pepe Rodríguez (Illescas, 1968). El cocinero toledano estaba al frente del restaurante El Bohío —fundado por su abuela en 1934— y tampoco vio claro qué era lo que había salido de aquella jornada grabando el episodio piloto. Pero cuando Macarena Rey les confirmó que TVE iba a emitir el programa, los tres se convirtieron en los jueces más populares de la pequeña pantalla en cuestión de semanas. “Una tarde, comprando en un supermercado, se me acercó una chavala para pedirme una foto”, recuerda Pepe. “Fue a mitad de la primera edición y ya estábamos batiendo récords de audiencia, pero hasta ese momento no había notado que generáramos tanta expectación”. Pese a la red de confianza que suponía contar con una presentadora célebre —Eva González, que ejerció de 2013 a 2018—, la presión fue tal que los tres recibieron la ayuda de una coach televisiva para trabajar su aplomo ante la cámara. “Creo que sobrevivimos a ese primer año porque los tres tenemos aceite de oliva en las venas”, bromea Vallejo-Nágera.
En España, quienes más habían hecho por la cocina desde la pequeña pantalla hasta la fecha eran Elena Santonja y Con las manos en la masa (emitido entre 1984 y 1991) y Karlos Arguiñano, en antena desde 1992. Pero siempre desde una intención práctica y utilitaria. “MasterChef introdujo la rivalidad y la emoción, mucho más que sus versiones en otros países”, revela el crítico televisivo Borja Terán, que alude a la escala de producción del programa en España, con pruebas de grupo e individuales que implican un equipo superior a los 200 trabajadores y una receta a base de tensión, exigencia y técnica supervisada por los tres miembros del jurado.
Para lograr esa cocción no solo basta con cocinar bien. También cierto inconformismo que Joxe Mari Aizega aplaude y avala desde la dirección del Basque Culinary Center. “El mérito de MasterChef no reside en haber inculcado el valor de la cocina en toda la sociedad, sino en haber acercado la gastronomía más elevada a la conciencia social”, explica. Su tesis —que apoya la alianza del BCC de San Sebastián con este programa televisivo, formando semanalmente a los concursantes y premiando con cursos a sus finalistas— es compartida por chefs que han sido invitados en múltiples ocasiones, como los tres que participaron en esta reunión: Martín Berasategui, Paco Roncero y Dani García. “Lo máximo que yo puedo dar son 50 cubiertos por servicio, y ya llego cansado al final del día. Por eso, es casi un milagro que haya un espacio donde se ensalce la labor de todos los cocineros de este país”. Habla Berasategui (San Sebastián, 1960), fundador del templo culinario que lleva su nombre y el más veterano de los tres. “Las anteriores generaciones nos enseñaron que el mejor plato se hace en equipo. Ahí están Arguiñano, Juan Mari Arzak, Pedro Subijana, José Juan Castillo o mi socio David de Jorge, que siempre hablan en plural y anteponen la humildad a todo. Y eso es lo que me gusta de MasterChef: no se da un cumplido gratuito”. Unos valores que según su colega Dani García (Marbella, 1975) se evidencian en la edición infantil del programa, que obtuvo el Premio Nacional de Gastronomía en 2014. “Cuando ves a un niño preparando un gazpacho de remolacha y lo que presenta es tan bueno como algo que servirías en tu local, entiendes lo importante que ha sido la labor de MasterChef”. Además de él, por el plató de la localidad madrileña de Fuente el Saz donde se graba el programa han pasado estrellas como el israelí Yotam Ottolenghi, los hermanos Roca o el gran Joël Robuchon, fallecido en 2018. Tal fue la alianza entre los mayores valedores de la alta cocina y el concurso que la frase de aquel memorable titular —”MasterChef hace más por la cocina que cien Ferran Adrià”— salió precisamente de la boca del que fuera el alquimista de elBulli.
En el grupo que posa para la foto de este reportaje hay rostros poco o nada familiares para el gran público. Además de Begoña Rumeu y Esther González, directoras de producción y casting respectivamente, llama la atención una de las personas más jóvenes del retrato. Álex Jerez (Granada, 1990) es el responsable desde 2016 de las redes sociales de la productora. Suya es la labor de enfrentarse cada lunes a una audiencia imprevisible, que sufre con los concursantes y se posiciona con vehemencia en cada polémica. “En un espacio que dura hasta cuatro horas, es importante tener controlado lo que puede pasar. Por eso llegamos a hacer tres o cuatro visionados previos e intentamos prepararnos para la noche de emisión, aunque al final el público siempre elige”, explica. Gracias a su trabajo, el perfil de MasterChef se ha disparado hasta los casi 900.000 seguidores en Instagram (unos 100.000 menos en Twitter). Una audiencia astronómica que lincha, juzga y abraza a los aspirantes como si fueran familiares invitados a cenar en casa.
“A veces se nos olvida, o no queremos creernos, que la televisión también es realidad. Y que aquellos que la hacemos nos reímos, lloramos y, desde luego, nos equivocamos”, advierte Pepe Rodríguez, que confiesa: “Ha habido momentos increíbles, pero mentiría si dijera que no ha habido otros difíciles”. El peor de todos ellos en su memoria es el del plato titulado “león come gamba”, a base de patata cruda y pimientos, que un estudiante de Medicina sirvió en 2015. Le valió, aparte de términos como “mofa” y “marranada”, la expulsión inmediata y una burla en redes sociales que se prolongó durante meses. “Nunca jamás estará en mí ridiculizar a nadie. En ese momento nos reímos y pensamos que se quedaría ahí, pero no supe ver lo mal que lo pasó el chico y se ha vuelto un recuerdo amargo”, rememora el chef de El Bohío. “Es imposible que todo cuadre siempre a la perfección”, añade Macarena Rey. “Ha habido momentos en los que hemos acertado y otros en los que nos hemos equivocado, y no me importa asumirlo”. Alude a la incómoda situación vivida por la presentación de Saray Carrillo —primera participante trans y gitana— en una prueba de la edición de anónimos de 2020. Hoy Rey recuerda así uno de los momentos más delicados en la historia del programa: “Los jueces fueron muy duros, aunque eso no era una novedad. Ella se lo tomó como un ataque personal y parte de la audiencia inició una escaramuza en redes sociales”. Tanto Rey como los jueces son conscientes de que la fórmula de MasterChef no sería tal si no enfrentara técnica con espectáculo, y que cada vez que un conflicto trasciende a escándalo mediático —ya sean los batidos macrobióticos de Amelia Platón, el histrionismo de Florentino Flosie Fernández o María del Monte abandonando por la presión del jurado— se viva como un asunto de Estado en medios y redes.
Terminadas las fotos, el grupo se despide entre abrazos y parabienes. Esa misma noche, durante la emisión de la final, se recordarán los tiernos delirios de Verónica Forqué o la comicidad de Carmina Barrios. Televisión Española anuncia la novena temporada de MasterChef Junior, alcanzando con ella 25 ediciones de este nexo televisivo entre la cocina de autor y los fogones llanos. “Mientras tengamos pueblos de España por celebrar, futuros chefs por descubrir o platos que contarle a la gente”, concluye Martín Berasategui sonriente, “hay MasterChef para rato”.
Créditos
Estilismo Ángela Esteban Librero
Ayudante de estilismo Belén Claver y Carolina Dimter
Maquillaje y peluquería Ana Renedo, Eva Guisado y Sara Varela
Ayudante de fotografía Cesco Rodríguez
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